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Sábado, 17 de septiembre de 2011
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Los hombres y las mujeres de mi vida

Por Miriam Cairo
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Los hombres y las mujeres de mi vida no son mariposas, no son taxidermistas, no son cormoranes, no son estatuas. No hay que culparlos de las pequeñas insuficiencias de las otras mujeres y de los otros hombres.

A los hombres y las mujeres de mi vida no se les traba la lengua cuando dicen una verdad o confiesan un sueño. Lo soñado por los hombres y las mujeres de mi vida no flota en el aire como un techo arrastrado por la tormenta, sino como un edificio del viejo Chagall, cuyos cimientos han sido arrancados de la tierra con una fuerza que linda con la locura.

Los hombres y las mujeres de mi vida esperan pacientemente entre bambalinas mientras los actores y las actrices de reparto representan un acto en que un asno parecido a un galgo, y una mula parecida a una rata, con delgados pies histriónicos, espantan al público por causa de su extensión y su geometría.

Los hombres y las mujeres de mi vida salen de sus asuntos como quien sale de un libro. Entran en el libro como si entraran en un beso o en el lecho del río. Aunque a simple vista se les parecen, ellos son distintos de las otras mujeres y de los otros hombres: tienen menos miedo y más audacia, cuando hace falta la audacia. Y tienen menos audacia y más miedo, cuando hace falta el miedo.

Los hombres y las mujeres de mi vida gozan de más belleza y más salud, según las medidas de belleza y de salud que compartimos. Dicen un aah larguísimo cuando el resto de los hombres y de las mujeres ni siquiera se divisa.

Los hombres y las mujeres de mi vida son difíciles de captar como las delicadas notas de membrillo en un monte de azahares. Son difíciles de seguir porque andan en sentido inverso al corredero de las otras mujeres y de los otros hombres. En los labios de los hombres y las mujeres de mi vida entra la redondez del mundo, pero en la boca de los otros apenas cabe la redondez de la cuchara de plata siempre vacía.

Los hombres y las mujeres de mi vida vienen caminando por la Rue de Rivoli o por la 27 Este, o por Pellegrini o por Abd El﷓aziz, con la simplicidad de un hombre y de una mujer que camina. Caminan vivamente y a los otros hombres y las otras mujeres les entra un enorme deseo de andar como ellos andan, de sentir como ellos sienten.

Los otros hombres y las otras mujeres entran en un bar y se acomodan en la barra ocultando el escozor de todo el cuerpo, como si los deseos les provocaran un tic nervioso que deben reprimir porque temen que al final de la noche, sus nalgas queden completamente arañadas.

Los hombres y las mujeres de mi vida no parpadean con un vigor similar al de King Kong, ni fruncen la boca como vampiresas vinílicas. Tampoco usan chaleco antibalas mientras duermen, o cuando cenan, o cuando escuchan a Cole Porter cantando "Fácil de amar".

Al lado de los otros hombres y de las otras mujeres, el tiempo es una hoja colgada del árbol hasta la extenuación. Las ciudades son ruinas, la memoria una tierra baldía. Pero al lado de los hombres y de las mujeres de mi vida, el tiempo es una insignia de coraje, las ciudades son reinos y la memoria es un territorio que se puebla de vida a cada instante.

Los otros hombres y las otras mujeres piden perdón por el abismo insalvable entre el deseo y la palabra. Acatan viejas leyes con terror y sin esperanza. Cuando se van, hacen un ruido de matraca que va huyendo y no se parecen en nada a aquello que una mujer o un hombre haya querido.

Fortuitamente ubicados en este globo terrestre, los otros hombres y las otras mujeres creen que cuando una mujer desnuda baja una escalera representa sólo a una mujer desnuda que baja una escalera, pero los hombres y las mujeres de mi vida ven en ese descender una lección desnuda de planos cinéticos, o acaso perciben la función rítmica del silencio.

Los hombres y las mujeres de mi vida no ofenden la palabra, ni a la piel, ni al viento. No meten la vida en un vaso con agua cada noche, como una prótesis escindida del cuerpo. Si les ofrezco la luna, jamás dicen "no bebo". Y esta es la prueba suprema, aunque no lo sepan.

Los otros hombres y las otras mujeres creen que el corazón es una rosa separada del pétalo. Es difícil comprenderlos. Aunque débiles para soportar la pureza, los hombres y las mujeres de mi vida, tienen una fuerza más obstinada que las raíces en primavera.

Los hombres y las mujeres de mi vida no comen hojas de ciprés verde oscuro, no hablan un inglés verde oscuro, ni tienen por corazón una hoja de menta. No son hijos de la parálisis. No sacan a pasear a las sanguijuelas con tacos altos y con collares de perlas. No guardan en el cofre de las monedas su secreto. No dan vuelta la cara a sus fantasmas. No se alimentan de hambre ajeno. No respiran el último suspiro de los muertos.

Y aunque los otros hombres y las otras mujeres parezcan ser los únicos hombres y las únicas mujeres del mundo, los hombres y las mujeres de mi vida son únicos en el mundo.

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