Sorpransettti era casi una marca en Carcarañá, quizás porque se trataba de una de las últimas familias italianas afincadas en el pueblo, Nicola, Assunta y un bebé tan pequeño que algunos decÃan que habÃa nacido en alta mar, pero el padre se tomaba todo el tiempo para aclarar que era nacido en Sicilia y que con sólo cinco dÃas lo habÃan embarcado, pero que ahora, según pasan los años, "este ico mÃo, e má argentino que el dulce de leche", y que siempre fue la causa de mayor peso por la cual nunca pensó en volverse a su tierra.
Don Nico no tenÃa panaderÃa ni vendÃa pastas, era fierrero "como don Enzo", tenÃa un taller mecánico y fue famoso como corredor de motos, ganando varios premios en el sur santafesino, pero hoy dÃa, la fama era de su hijo Gino, también conocido en su infancia como el pipi, debido a su amor por Batman, por quien andaba siempre con una pollera negra atada al cuello y un antifaz de cartulina. Como en la casa no se decÃa ni una palabra en inglés, su padre lo llamaba "il uomo pipistrello", sobrenombre con el que se lo conocÃa en la cuadra. El tiempo se encargó en acortárselo a Pipi.
En la adolescencia, cuando se calzó la nueve de Campaña, cambió el apodo por el de Tanque Rojo, basado en su color, su tamaño y un par de redes rotas que lo llevaron rápidamente a jugar en primera y a entusiasmar a la mitad del pueblo.
No fue buena la impresión que tuve al verlo en la primera práctica que asistà como refuerzo para el club, su andar cansino, relajado como si estuviera en una sobremesa de bautismo, su sonrisa canchera, su falta de estado, parecÃa un gordo que ignoraba su condición de tal.
Daniel Gómez, un aguerrido número cuatro oriundo de Correa, me clavó su mirada de cobra todo el tiempo, puro músculo y muy pocas neuronas, caminaba con el cuerpo tirado hacia atrás como peatón bajando la Puccio o paseador de perros invisibles, respetaba la mitad de la cancha como un cura respeta la lÃnea que divide el cielo del infierno, nunca soñó con mirarse en los ojos del arquero del equipo contrario, ni mucho menos pisar la otra área. Hay quienes contaban que cuando salió campeón con el Correa Atletic Club se negó a dar la vuelta olÃmpica por no cruzar la raya central.
Asà como hay gente que estudia mucho pero sabe muy poco, hay quienes construyen su propia verdad después de arrastrarse mil veces a los pies del más hábil, del más guapo, del más poderoso, y están mucho más seguros de quiénes son y para que están en la vida. Con esa seguridad, y después de haberme sacado varias radiografÃas, se acercó antes de retirarse del entrenamiento para decirme: "Nosotros los de abajo estamos para aguantar las boludeces que hacen los de arriba, espero que vos no seas uno más".
Pero no todas fueron malas ese primer dÃa. Me cayó muy bien el técnico, un tal Osvaldo Cassinoti, toda una leyenda por esos lares. Contaban que estuvo a punto de debutar en primera, pero en una práctica, cansado de los gritos de un entrenador amante del pizarrón y de las tácticas, se sacó la camiseta, la dobló como un alumno del turno tarde puede doblar la bandera después de arriarla, se la puso en los brazos del gritón y sin levantar la voz le dijo "discúlpeme, pero yo nacà para jugar, no para ser jugado" y se fue de Ñuls y del profesionalismo para dedicarse a pueblear, jugando en Campaña varias temporadas.
Su prestigio estaba intacto y su talento también, lo demostraba en los entrenamientos en los que se mezclaba y manejaba la bocha con una sensibilidad en su pie derecho propia de los pintores sin manos, haciéndome pasar de largo sólo con pisar la pelota, las veces que querÃa.
Como vivÃamos en el mismo barrio Echesortu de Rosario, empezó a traerme en su auto después de las prácticas, viajes en los que me enteré que era psicólogo, pero que su terapia personal era no dejar de pisar el verde césped, y que agradecÃa que su familia entendiera esa pasión inexplicable que lo seguÃa quemando por dentro como cuando jugaba en la canchita de Racing, o en la Buratovich, o atrás del Carrasco.
Los que decÃan que era una buena persona, me pareció que se habÃan quedado cortos, era un flor de tipo y de respetarlo ya habÃa pasado a quererlo. Por su parte, me dio toda la confianza y en el primer partido después del receso me dio la once y la titularidad. Entré en reemplazo de Sergio Papirio, un puntero muy bueno, no me refiero a sus cualidades técnicas sino a su bondad extrema. Se hacÃa amigo fácilmente de sus marcadores personales tanto como del arquero contrario, privándolo este sentimiento de hacerle gol alguno.
Las instrucciones que tenÃa eran simples, explotar mi velocidad, desbordar y habilitarlo al Gino para que defina, juro que lo hice todas las veces que pude, pero el nueve, apático, estático y sin ganas la jugaba hacia atrás, me la devolvÃa, jugaba de pivote, convirtiéndose en la génesis de los contrataques que nos encontraban a todos a contrapierna.
El "saquen a la vaca del medio de la cancha" o "aflojá con las milanesas, lechón" era lo menos que se sentÃa del otro lado del alambrado, pero los insultos, las risas y las burlas parecÃan no hacer mella en nuestro centrodelantero durante todo el primer tiempo.
En el entretiempo, perdiendo dos a cero, ninguna indicación, ni advertencia, ni mucho menos retos para nadie. Me llamó la atención, pero "cada maestrito con su librito", decÃa mi abuelo, y asà debÃa ser.
En el segundo tiempo fui testigo de una metamorfosis, la de Gino Sorpransetti en el Tanque Rojo, una fuerza impresionante, incontenible, arrolladora, otro tipo, tres goles hizo, dio vuelta el resultado, y querÃa seguir jugando, nunca habÃa visto un caso asÃ, mi sorpresa fue mayúscula.
Este fenómeno se repitió con una exatitud matemática el resto de los partidos jugados, a veces nos servÃa para ganar, otras no.
Una noche que volvÃamos de una práctica, con la confianza y el cariño mutuo que nos tenÃamos me animé a preguntarle al técnico si no estábamos regalando un tiempo, por qué no lo ponÃa al tanque en el segundo tiempo y probaba con algún pibe de la reserva para poder ganar todos los partidos y llevarnos el tÃtulo que hacÃa tantos años se venÃa negando.
Frenó el auto en frente al bar La Capilla", mirando a la puerta como queriéndola abrir con la mirada, me dijo "no te equivoques pibe, el técnico soy yo" y me bajé muy dolido, no por lo que me habÃa dicho, estaba en todo su derecho, sino por la forma en la que se habÃa expresado, sin mirarme a los ojos. ¿Que escondÃa? El sistema le habÃa hecho torcer el brazo a él también, pobre tipo ¿Quién le armaba el equipo? ¿El presidente? ¿Don Nicola? ¿HabÃa algún sobre? En fin, confieso que pensé lo peor.
La final la jugamos con CremerÃa. Un clásico y de visitante, no nos alcanzó el gol de Gino en el minuto 75 del partido. Nos esperaron bien y nos pegaron como para que guardáramos, apiadándose de mis contracturas y de la amargura de un campeonato perdido. Casinotti me tocó el hombro y me hizo una seña como para emprender el regreso.
Encapsulados en un triste silencio, fue el técnico quien se encargó de romperlo en el primer semáforo de Funes. "La gente se confunde con Gino" fue lo primero que dijo, "no tiene superado ni el destierro ni se siente para nada argentino" vomitó sobre el volante. El técnico habÃa dado paso al psicólogo. "A veces pienso que ni le gusta el fútbol --agregó--. Transfirió su ansiedad por volver a su Italia, volviendo al arco que en el primer tiempo lo habÃa sentido como propio. Los rivales los ve como obstáculos que le impiden volver a su casa, las redes rotas son las que no aguantaron su peso por colgarse como si se tratara de la placenta". Vomitó sobre el volante. "Por eso lo tenÃa que poner todo el partido", esto último me lo dijo mirándome a los ojos.
El alivio que sentà me hizo pasar el dolor de la derrota, y si bien siempre me dieron risa los diagnósticos cerrados de los psicólogos, nunca estuve tan de acuerdo con el del doctor, porque me servÃa para comprender el gesto de alivio del Tanque al terminar los partidos, completamente relajado, como realizado, feliz. Era el último que se iba, se duchaba, se afeitaba, acomodaba sus cosas con una prolijidad femenina en su bolso, para después apagar la luz, todo esto lo hacÃa silbando siempre el mismo tema, el mismo tango, siempre silbando Volver.
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