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Domingo, 30 de octubre de 2011
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Fotografiando la zona

Vida y bares

Por Adrián Abonizio
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* Están en el Bar la Unión, floreándolo. Hablan de su dignidad, él se defiende del peso del elogio, con su porfiada coherencia. Odia los homenajes. Dice que ser honesto es matemática pura. -Es más fácil, explica: El enemigo siempre es el mismo y entonces uno no se equivoca nunca ni duda. -!Hasta el empate!, responde burlón.Y recuerda una panadería de calle Buenos Aires y San Juan llamada Victoria donde agregaron en aerosol, trepándose a una altura imposible "Hasta la y Siempre". ¿Será la revolución de los molineros? ¿Las lauchas sindicalizadas?. Lo cuenta. -Yo no lo pinté, ¿eh?. El humor siempre vence. Es una fija.

* -"Llego 12.20 cuanto más", dice el mensaje de texto. -"Esperame en el Tiger, el bar de la esquina". En realidad habría de llegar a las 13, pero poner 12.30 o 13 es muy determinante y está admitida la mentira piadosa en estos casos antes que el desaire: Para ello existen las convenciones, los acuerdos sin aclaraciones. Llegó 13.35 pero ya había avisado, mentido y estaba todo bien. Además, al velorio donde iba, el muerto podía esperarlo. Ella también.

* La música en bares le parece una violenta forma de hacerte vivir una vida ajena: El encargado elige lo que quiere y lo propaga al volumen que estima según su gusto. Por lo general es música idiota. Salvo obligar a que bajen el botoncito o irse aún no halló la solución. Sí la encontró en los viajes de larga distancia, cuando le toca bajo su cabeza el parlante carnívoro: Lleva en un bolsillo un juego de destornilladores Philips con los que realiza una breve operación a corazón abierto que consiste en despegar un cablecito y santo remedio.

* En Santa Fe y Presidente Roca -hoy Pocho Lepratti-, arriba del boliche La Maltería, hay un cartel que dice Chango Funes, un íntegro desconocido que luce adusto, con cara de naipe. La única garantía de su voluntad revolucionaria o combativa o lo que sea es que en lo alto, casi en el cielo, aparece junto al general Perón de jovencito en Puerta de Hierro. Y en sus ojos adormecidos se denota una vulgaridad de nieve, seca, gastada, inofensiva, olvidable. Cara de aburrido que precisa del cartón de chapa para ser alguien. ¿Será un desaparecido?, se disculpa él. Como sea, ya está escrito.

* Ella está apoyada en la pared del bar. El está reclinado hacia adelante. La dama no admite ni otorga: El gesticula, se cruza de brazos hasta tocarse los hombros opuestos. La quiere recuperar. Se nota. Entonces ella, por fin sonríe en un mísero gesto de superioridad. Todos los parroquianos nos aflojamos. La bella parece haber concedido, perdonado y el sobreviviente paga la cuenta. Pero se queda mirando el resto en la taza del café. Ha advertido que si bien la tiene de nuevo y dentro de un rato estarán juntos en la cama, algo en la negociación ha salido mal. Lo conversará en la noche alta con un amigo en el balcón. -Ni pide demasiado, pero siempre pide y lo peor es que no me doy cuenta qué. Pero lo doy y no sé si estoy ganando o perdiendo. -No te recomiendo un terapeuta pero hacé algo. Lo hace: El domingo, almuerzo con su familia -la de ella- en que alguna cosa definitiva confirmarán, sencillamente se va a la isla. Vuelve peor, porque ha traicionado, pero se recompone cuando encuentra una nota de ella, agradeciéndole el final, el tironeo estructural que ella ya no soportaba más. Por fin en un año, él vuelve a dormir en paz.

* El tipo está loco. Antes que parar el colectivo expone la tarjeta casi delante de la parrilla del bólido para luego correrse en un santiamén, como toreándolo. Calle Mendoza y Corrientes. Puerta del Olimpo. Le dice al mozo que ha salido: -¿Sabés por qué no me paran?. Porque esta tarjeta ya está vencida, por eso.

* Tiene más de cuarenta: Forjada en material noble aguanta la tormenta del almanaque con entereza. Ya no trabaja. Recibió por herencia tres casas que administra y cobra el alquiler, más la pensión del extinto marido. Vive en casa propia y sin hijos. Empieza a entender al aburrimiento señorial de las heroínas de las telenovelas. Toma litros de café en los bares. Nunca dimensionó que el tiempo libre suele ser un veneno. Llama a un ex novio, ahora casado, quien la sumerge en un hotel y le hace creer que la extraña. Paga ella. Luego en su living, advierte que ya no tiene el sobre con los tres alquileres. -Se me habrán caído en el taxi, dice para consolarse.

* "El corazón a Dios, las manos al trabajo", pintado sobre muros blanquísimos que dañan los ojos con la luz del sol. No estaría del todo mal si no hubiese advertido el dibujo de una Madre Superiora -un eufemismo desagradable de alguien que no ostenta maternidad ni jerarquía alguna-, deforme por el mal trazo, con los brazos abiertos y sin rostro -uno que parece de Hallowen- recibiendo a párvulos sumisos: Piensa en The Wall y siente naúseas.

* Los sobrecitos de azúcar de los bares llevan impresas poesía indigna. Cretinajes poéticos. Toma uno que viene con dibujito: "Deportes náuticos en el Río Paraná" y se ven unos muñequitos tristes y celestones que corren sobre las aguas, empujan barquitos y juegan con balones o barriletes. -¿Azúcar? ofrece la moza. -No, mejor amargo, es mucho más dulce.

* Va al baño y es como si entrara al Cueva de los Castigos. Nada que se pueda tocar o usar; entra entonces al de damas un poco más limpio. Cuando está en la casucha, encerrado, siente que dos de las señoritas que están con él entran en tropel. Y lo nombran. Y lo irrespetan. Y anuncian vulgaridades que harán con su trabajo. -Se lo choreamos en cuanto nos lo deje. Piensa él: Dos años estudiando, retocando la tesis. Cuando vuelve a la mesa, rápidamente, como una cachetada se pedorrea delante de ambas, toma la carpeta y sale silbando la Marcha Peronista. A veces la justicia para existir debe mostrar sus rasgos más asquerosos.

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