* Era la mañana inicial en que él volvÃa al ruedo luego de la enfermedad. Todo era ruidoso y molesto; extrañaba la felpa del campo de sábanas donde sobreviviera bajo tierra durante meses, estaba en la ciudad con sus estertores de tripas oxidadas y se encontraba vivo, lo más importante, aunque no lo podÃa evidenciar en el empuje de su cuerpo, la masa lánguida que se desplazaba por los contornos del parque sumido en el sol, la algarabÃa de los gorriones y el compás amortiguado de la silla de ruedas, marca Ericson, lustrosa y roja.
¡Chau Yumajer!, le gritaron desde un camión que justo se detuvo en el semáforo. Cuando llegó a la altura del cascajo extrajo un 22 que llevaba debajo del asiento y disparó al boleo sobre el lateral. Arrancó en rojo echando humo. Recuerda la cara de horror del chofer y de su acompañante mientras eran arrastrados hacia la ribera por el pánico y las carcajadas.
Quedé lisiado y loco, se decÃa mientras escondÃa el arma bajo sus nalgas. Cuando lo contó en el bar nadie lo podÃa creer. "La llevo para prevenir: hay más boludos que rengos", graficó.
* El sitio era ceremonial: siempre que habÃa algo importante su papá lo llevaba a la terraza. Le explicó que su mamá, hospitalizada, no habÃa podido salir de "eso" y se habÃa ido al Cielo sin escalas. Su padre anduvo serio unos dÃas pero pronto, como reverdecido, se lo vio animoso y dispuesto al jolgorio. En la intimidad de su almita de niño potente pero sin palabras comenzó a sospechar lo que de grande confirmarÃa. A los dieciocho arrastró al viejo hacia el sitio ceremonial donde lo interrogó. Algunas escenas son tan teatrales que representan para algunos el alivio de la obra terminada. "Fue un error haber conocido a tu madre", confesó el actor y asà cerró el telón.
* Estaban al costado de la cancha, sus hijos pequeñines ya entrando. El andaba melancólico, por ende podÃa prestar atención; a ella eso le disparó ganas de hablar, confiarse, y recorrió todos los caminos de la seducción: el pelo acomodándose tras la oreja, la sonrisa de costado, la inquisitoria breve y prematura, el toque suave de confianza sobre su antebrazo. Era bonita pero en esa temporada que no era caza a la espera, ni menos aún de acechanzas, él imaginó un esfuerzo que no estaba capacitado de hacer y la frase final de ella terminó de hacerle perder el hormonal entusiasmo que apenas habÃa nacido.
Soy contadora, pero me avergüenza, es un asco la profesión. Gente perdida, belleza espúrea, hermosura latente a la que hay que apuntalar, estima por el piso, llantos futuros, dedujo él armando el combo.
Yo soy gay, eso es peor, deslizó fatalista como para cortar menos diez en la baraja.
* El los paseaba. Iban por el parque, se sentaban sobre las piedras a hablar de pelÃculas. "Una de fantasmas", decÃa ella, la Patri. "No, una de mostros, de miedo y de terror", gritaba Marce. "Otra de lucha", gritó el Chino saltando por sobre el resto. Luis, el coordinador, observó a Lanchita: el flaco encorvado miraba obsesivamente la punta de sus falsas Adidas.
¿Y a vos, Lancha, cuál te gusta?
Meditó más aún, miró a todos y como acercando una disculpa, se aclaró la garganta y susurró con una voz de trueno, delicadamente: "A mÃ, a mà me gustan las de Raiman".
* Su padre le habÃa contado que un tÃo suyo, algunas noches de luna llena creÃa convertirse en chancho. Y que por las mañanas aparecÃa embarrado, durmiendo sucio, en la camita de la entrada. Una vez llegó con un raspón en el muslo. Era un chacarero... le estaba comiendo los choclos, se disculpó. El padre ya lo habÃa enviado a muchos médicos y curanderas: ninguno daba en la tecla. Una tarde terminó hecho un manojo de nervios dándole una paliza histórica en el patio de tierra. Lo detuvieron porque, efectivamente, su hijo chillaba como un cerdo. El tipo, en el boliche, acodado, sintiéndose mÃsero y entristecido, comentó que lo que lo ponÃa más furioso era la naturaleza de animal en que su hijo se transformaba.
¡Por lo menos hubiese elegido un lobo, que lo retiró!
* La tarde se repliega naranja y roja sobre los alambrados donde se juega el último partido antes que las sombras se devoren todo. El padre piensa en su esposa y le desea que explote: la odia desde que naciera el pimpollo que hoy camina a su lado. La furia lo envuelve cuando la oye comer, la siente caminar. La escucha y le hierve la sangre. Como es una bestia en estado puro, aún no sabe el porqué de tanta bronca perruna rabiando en su paladar. "El cielo está naranja", piensa abstraÃdo.
Pa, el cielo está naranja, repite en voz alta el hijo. Ese hijo que le recuerda a ella.
No digas boludeces, se expande él. Y el mundo se oscurece, le quita vida, lo agrisa y de algún modo lo ajusticia porque, aunque es un bruto, sabe que acaba de pisar un capullo. Pero ya está lanzado y desconoce cómo parar la máquina de odio. "Si hubiera un Dios", se mortifica pensando.
¿Dios es bueno?, pregunta su cachorro hipnótico y anticipatorio.
No sé hijo, no sé, ojalá supiera. Y lo levanta de un impulso, supersticioso, abrazándolo para que descubra el atardecer purÃsimo tras los techos de chapas.
* "Muere joven baleado dentro de un vehÃculo. Hay hipótesis de suicidio". La tevé parpadea. Una vecina mirando fijo a cámara augura, apenada y entusiasta a la vez: "No tenÃa motivos... ¡Si estaba planificando su casamiento!
Por éso, repasa él, saboreando el remate café en mano.
* Gira el colectivo en una curva de balanceo cósmico que agrupa a un montoncito de humanos contra los asientos finales. El, apresurado porque teme que se le pase la calle, da un toque certero al timbre para descender pasando Maipú. Siente en el hombro el toquecito de una dama.
Perdón, ¿San MartÃn?, irrumpe ella refiriéndose a la arteria siguiente. El, para que oiga todo el pasaje responde fuerte: "¡No! ¡Belgrano, señora... se equivocó de prócer! Y por un rato la vida se torna inocente y blanquinegra, como propalada de un programa de los setenta. Risas generales. Fin de la escena.
abonizio@hotmail.com
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.