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Martes, 15 de noviembre de 2011
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Esperanza

Por Sonia Tessa
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Esperanza Labrador fue una gigante de estatura pequeña, y su muerte deja huérfanos a muchos hijos que no tuvo en su vientre, pero conocieron gracias a ella de luchas y coraje. La única hija "de verdad" que no le mataron, Manoli, la cuidó hasta el último día con devoción. Esperanza hizo honor a su nombre al sembrar siempre semillas de futuro, allí donde estuviera. Murió ayer a la mañana, en España, donde vivía desde que los represores diezmaron su familia en la última dictadura militar. Tenía 89 años. La última vez que vino a Rosario, en mayo pasado, presenció las audiencias de la causa Díaz Bessone, siempre con su pañuelo blanco y las fotos de sus familiares sobre el pecho: Víctor, su esposo, asesinado el 10 de noviembre de 1976 como su hijo Palmiro (28 años) y la esposa Graciela Koatz (25). También Miguel Angel (25), el hijo desaparecido el 13 de septiembre de ese año que Esperanza buscó por cielo y tierra para siempre. Hoy, a las 18, habrá un homenaje en la Plaza 25 de Mayo, la misma que la vio dar vueltas a su alrededor durante tantos jueves.

Cada entrevista con Esperanza significaba revivir los infaustos días de 1976 en la que su familia quedó reducida a Manoli. Además, Esperanza había perdido a otro hijo, Tomás, en un accidente doméstico, antes del 24 de marzo de 1976. Cuando comenzaba a relatar aquellos tiempos, Esperanza se ensimismaba. Rememoraba la necesidad de huír con Manoli y su familia, con lo puesto, en apenas una semana tras los asesinatos, la compañía del consulado de España y del Embajador, ya que los Labrador eran ciudadanos de aquel país. El miedo a ser detenidos en el Aeropuerto. La vuelta, un año después, para buscar a Miguel Angel como fuera. Los viajes a Coronda y Santa Fe, los días sin comer, cómo saltó una zanja afuera de una cárcel en Santa Fe, para averiguar si su hijo estaba allí. Cómo su tesón conmovió a un guardia, aunque la respuesta fue que "no podía hacer nada". Las veces que concurrió a la sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército para averiguar qué había pasado con su hijo. La entrevista con el jefe del Comando, Leopoldo Galtieri, que tuvo el tupé de decirle que "lo de su esposo" (el asesinato) había sido un lamentable error, pero sus hijos eran montoneros. "Si ellos eran montoneros, pues vivan los montoneros", le dijo Esperanza, desafiando el poder absoluto del dictador. No lo contaba con orgullo, sólo como una consecuencia directa del dolor y la bronca que le provocaron.

Esperanza había nacido en Camagüey, en Cuba, en 1922. Su madre murió en el parto y fue entregada a una familia cubana. Cuando tenía 7 años la llevaron, muy a su pesar, a España, con la familia biológica. En 1950 llegó a la Argentina, el país donde formó su familia, de un acentuado compromiso político y social. Victor, su esposo, fundó una fábrica de zapatos, que fue destruida y apropiada por la dictadura militar, pero eso fue lo de menos entre tanta devastación. Tomás, Palmiro, Miguel Angel y Manoli (Manuela) fueron los hijos que parió. A los varones los perdió, en la mujer encontró una compañera inseparable para toda la vida.

Esperanza contaba también cómo los represores irrumpieron en su casa, en aquella noche de noviembre de 1976, diciendo que habían matado a Palmiro. "Matenme a mí", los desafío. La desesperación de aquellos días marcó a fuego su vida, para siempre.

Volvió a la Argentina en 1977 y se refugió en la casa de otra Madre que ya no está, Nelma Jalil. Juntas empezaron a viajar a Buenos Aires para unirse con las Madres de la Plaza de Mayo, y militaron en Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas. Ellas, con María Rosa White, fueron las primeras Madres de Rosario. Luego se sumaron otras.

Esperanza no quería morir sin ver enjuiciados a los responsables de los asesinatos de su familia, pero Manoli mantendrá viva la antorcha del pedido de justicia encarnado en la querella que representa Hijos. Esperan que el juicio comience el año próximo.

La última vez que estuvo en Argentina, Esperanza quiso hacer declaraciones públicas para apoyar a Baltasar Garzón, el juez que le permitió, en 1996, volver a creer en la justicia, cuando abrió la causa por el asesinato y desaparición de su familia en España. "Ojalá hubiera muchos jueces como Baltasar Garzón", dijo una y otra vez por aquellos días.

Nunca dejó de reivindicar a sus hijos como revolucionarios. Estuvo en Rosario en la última marcha del 24 de marzo y aunque le costaba caminar, se las ingenió para revolucionar la columna de los organismos de derechos humanos con sus gritos y consignas, siempre dichas con su voz ronca, españolísima.

Para recordar a Esperanza, es mejor quedarse con su ojos pícaros y fulgurantes, con la fuerza de su voz y sus convicciones, con la sed de justicia que la animó hasta el último día de su vida. Porque Esperanza Labrador no murió, vivirá en el recuerdo de todos los que tuvimos la suerte de conocerla.

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