ParecÃa una vÃbora loca arrastrándome de dolor. Iba y venÃa por las calles o las veredas o no sé por donde.
Todo el dÃa borracha, dando asco, pena y espanto a los que me cruzaban. Claro que yo pensaba lo mismo de ellos. Siempre me pasó eso. La gente me daba en ese orden: asco, pena, espanto. Nadie podÃa ser feliz y si lo eran, bien que lo disimulaban. Malditos malos actores. Siempre vi todo. Como ahora que, con este paso cansino, me veo reflejada en las vidrieras del centro (repleto de minitas cornudas, que bajan su pena comprando y de maridos infieles, que bajan su culpa pagando), y sólo veo lo que queda de mÃ.
Los despojos de lo que dejó un mal amor. Un terrible mal amor que, según mi precaria teorÃa, cumplió con el precepto criminal de las 3 C.
Sà señores. Asesinó mi Cabeza, mi Concha y mi Corazón de manera impiadosa.
Según mi terapeuta, a quién acabo de suicidar diciéndole que él no es quien carajo para decirme qué es lo que tengo que hacer con mi vida, el señor asesino de las 3 C, se salió con la suya.
No sólo me dejó, sino que me castró.
Entonces caigo en la cuenta horrenda de que, además de arrastrarme como una vÃbora loca y dolorida, soy incapaz de amar, de coger, de pensar en otro que no sea el maldito criminal.
El mismo que un buen dÃa decidió llegar a mi vida.Y que otro dÃa, no tan bueno a juzgar por mi presente, decidió dejarme vacÃa.VacÃa como la nada misma, como un cero en silencio. Como una palabra inerte, como una ilusión que se fugó.
Y con esta que, entre mis manos con venas tajeadas, es la muerte de un gran amor.
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