a Roberto Escudero
Cuando yo conocà la casa era una tapera que descansaba en total abandono, detrás de un cerco de tamariscos y rodeada de plantas de naranjas.
Quedaba --creo recordar- en el camino a Maldonado, casi enfrente de la cañada del gordo Compañy, que justo en ese lugar tenÃa un bajo donde pastaban unas cuantas vacas tontas y curiosas que se arrimaban a vernos pescar, cuando la pandilla bulliciosa del verano huÃa de la caléndula bochornosa y se iba a dar un chapuzón. Claro que estoy metido en este relato que remite a la época en que la ruta no existÃa, y uno venÃa directamente por el camino que doblaba en la casa de don José Vélez y bordeaba la feria donde se remataba la hacienda y esos árboles numerosos, de variadas especies que hoy casi son un bosque eran apenas unos arbolitos niños o tal vez ni existieran, tal vez hablo de cuando ese triángulo era un potrero que del otro lado orillaba el Camino del Diablo.
Esa casa junto al camino habÃa sido levantada tal vez por la familia Pozzi, o por algún otro propietario que ignoro.
No sé quienes vivieron en esa casa que no estaba lejos del puesto de Juárez, pero puedo aventurar quién fue el último: un hombre solitario que respondÃa al nombre de Miguel Bay y se presumÃa ruso, pero era austrÃaco en realidad. Este hombre solitario, según relatos de los vecinos, habÃa estado en guerra, tal vez la primera, y para escapar de los soldados enemigos entró en una casa abandonada e ingresó a la chimenea. Estuvo cinco dÃas allà y cuando sus enemigos dejaron la casa que habÃan ocupado él quedó en la certeza que no habÃan encendido el fuego porque presumÃan que alguien que huÃa estaba escondido.
Como era vecino de don Antonio Compañy, don Bay cruzaba la calle y se iba a fumar a la galerÃa mientras aquél cenaba con su familia, y el austrÃaco nunca aceptaba el convite. Cuando la cena acababa, él sà entraba a la casa y compartÃa con don Antonio, natural de Mallorca, una conversación cuasi trunca porque ambos eran parcos y don Miguel hablaba muy poco --y mal- el castellano.
El austrÃaco, a quien llamaba el pueblo El Ruso, fumaba unos cigarrillos negros marca Prestigio, y cuando Roberto Escudero, un niño aún le pedÃa uno el viejo contestaba:
-Cigarro te doy cuando llegue mariposita.
Esta marca tenÃa a pocos milÃmetros de una de las puntas un dibujo, el logo de una mariposa que respondÃa a la tabacalera en cuestión y cumplÃa, pero a esa altura, la nicotina estarÃa concentrada y el pucho habrÃa sido imposible de ser fumado. En ese tiempo no existÃa el filtro en los cigarrillos y solo se hacÃan de tabaco negro envasándose para la venta en número de diez.
Nosotros coleccionábamos esas marquillas y cuando aparecÃa uno importado operaba como una figurita difÃcil.
Una tarde en la cancha de Huracán, no recuerdo si Tago o Chajá, pero era uno de los nuestros, siguió todo el tiempo a un mayor a quien le vio sacar un paquete de importados que estaba casi a la mitad. Y cuando el dueño lo hubo tirado vino triunfante, con el paquete vacÃo, que desarmábamos y ponÃamos apilados como si fueran billetes. La marca era V.O. El color verde y blanco. HabrÃa que hacer una amplia cartografÃa con la numerosa historia que tiene el cigarrillo y sus envases en todos los tiempos. Una especie de mapa al que todos podrÃamos aportar emociones según la edad.
Pero volviendo a don Bay, no pude averiguar como llegarÃa a esa casa ni de qué vivÃa.
Roberto aventura que estarÃa cuidando, ya que al parecer una antigua cerealera del pueblo, guardaba allà una balanza para pesar bolsas que se habrÃa salvado de una quiebra. ¿Qué hacÃa don Miguel Bay allÃ, cuidando una balanza en medio del campo?
Tal vez don Miguel habÃa trabajado en esa cerealera, pero hoy ya no existe y menos gente que lo recuerde a él.
Para la barrita mÃa y para mÃ, la referencia de este inmigrante era sólo para nombrar esa casa que conocimos abandonada. La habÃamos bautizado la Tapera de don Bay o para abreviar, la Tapera del ruso, y asà se lo conoció en mi pueblo que no hacÃa distingos muy finos con respecto a la nacionalidad de estos marginales, hombres solos que habitaron sus calles y sus campos. ¿TendrÃa familia allá en su lejano lugar de origen? Nunca lo supimos.
Para nosotros sólo era un hombre que nada nos decÃa, sólo que habÃa vivido en la casa que conocÃamos abandonada y que era uno de los lugares que visitábamos a diario en los veranos antes de cruzar la ancha calle polvorienta y de internarnos en esos juncales que rodeaban la cañada del gordo Compañy, donde pescábamos, nos bañábamos y hacÃamos punterÃa con los tontos chorlitos.
Mientras que a lo lejos veÃamos pasar un trencito que echaba humo y lentamente cruzaba esa pampa asoleada hasta cruzar el histórico puente de hierro que el pueblo conoció como Puente de la vÃa.
Arriba, muy alto, volarÃan las garzas rosadas y blancas que nosotros habrÃamos espantado con nuestros chapuzones y gritos que rompÃan la tarde como un vidrio finÃsimo.
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