El pasar del tiempo acrecienta la memoria del ayer más lejano y se complace en encontrar detalles que reaparecen con más nitidez. Cosas posiblemente sin importancia para los otros, pero sin duda que deben significar mucho para mÃ.
En el campo de mi abuelo habÃa una vieja casona la cual solamente a veces contaba con electricidad. Abundaban los viejos faroles a kerosene, habÃa una gran victrola a cuerda y un mueble en donde se encontraban los libros que publicaba La Nación.
En un esquinero estaba el cuarto más viejo de la casona, que tenÃa otro cuarto arriba que habÃa sido hecho cuando por esa zona llegaban los indios, ignoro si los malones. A ese cuarto se llegaba por una escalera de caracol que supo ser la estrella de muchas pelÃculas de miedo. Yo dormÃa en ese cuarto en el cual habÃa un retrato de la madre de mi abuelo. En algún lado debe estar. Era, supongo, un daguerrotipo muy bien hecho, en el cual se veÃa su cara. Se llamaba Santo López y la discusión familiar era que algunos aseguraban que era una india y otros lo negaban. Yo estoy convencido de que se trataba de una india, y eso me llena de orgullo.
Durante unos cuantos años, pero yo todavÃa no habÃa nacido, todas las noches alguien subÃa y bajaba por esa escalera de caracol y a muchos les daba miedo y trajeron un sacerdote para que tomara las medidas de la caso. Aparentemente los misteriosos pasos desaparecieron. Pero cuando yo empecé a ir y a dormir en ese cuarto los fantasmas volvieron y creo haber conversado con ellos, pero tal vez eso pertenece a mi imaginación y al deseo de que eso hubiera ocurrido.
Ignoro qué habrá sido de ese casa, tal vez se encuentre muy derruida, pero todavÃa en pie. El campo de mi abuelos se recostaba sobre el Arroyo del Medio, del lado bueno, es decir de Santa Fe. Los pueblos más cercanos eran, hacia un lado Cañada Rica y hacia el otro Peyrano. Los caminos eran de tierra y alguna vez por uno de ellos vi pasar los autos de esas viejas carreras en que se destacaban Fangio, los hermanos Gálvez, VÃctor GarcÃa y muchos otros que, creo, fueron desapareciendo.
Dicho sea de paso, en ese tiempo se elegÃa entre dos posibilidades, aún cuando hubiera más para elegir. En las carreras estaban los que querÃan a Fangio en su Chevrolet y otros a Oscar Gálvez en su Ford.
En polo estaban los partidarios de Venado Tuerto o del El Trébol.
A quienes nos gustaba el té habÃa dos para elegir, el té Sol y el té Tigre. A mà me gustaba el té Sol y siempre que podÃa lo acompañaba con las galletitas Mitre, que venÃan en una caja rectangular. Las últimas que comà fue en Sorocabana que me conseguÃan cada tanto las galletitas en paquetes más pequeños.
Volviendo a la casa del campo en la misma habÃa un piano vertical desafinado en cual solÃa pasar largo tiempo tratando de "componer" algo, algo, claro, que nunca compuse.
Por la noche, con el farol de kerosene en una lata de galletitas, jugábamos al truco de seis: mi abuelo, sus cuatro hijos varones y yo, que era el nieto mayor. No era ese mi único privilegio. A la hora de la cena, si por la mañana habÃamos almorzado un par de corderos a la parrilla cuyo fuego estaba hecho de marlo, a mi abuelo le traÃan la cabeza del cordero hervida. De esa cabeza me correspondÃa comerme el ojo del cordero. (Ahora pienso que eso del Ojo del cordero podrÃa ser un buen tÃtulo para una novela policial).
Una de las últimas veces que fui, llovió a mares. Yo tenÃa un Citröen y creo que tres hijos. Por supuesto que mi desastrosa economÃa se llevó, entre otras cosas, ese auto, (que por otra parte, es el único que tendrÃa de poder tener uno, pero el de aquellos años, no los nuevos). Ese dÃa de regreso, al salir de Cañada Rica, un baqueano me dijo que me pusiera al medio del camino y manteniendo la misma velocidad. Como buen inconsciente lo hice y todavÃa puedo escribir estas lÃneas.
A la casa del campo se llegaba por una galerÃa de casuarinas unos árboles como los eucaliptos que los tengo marcados en la memoria.
Otra memoria que me persigue es la imagen de mi abuelo, que ya debÃa andar cerca de los noventa, sentado en una silla con su sombrero y una macana en la mano. ¿Sabe el lector lo que es una macana? Un látigo de mango muy corto y duro con una larga y fina y entrelazada cinta que mi abuelo manejaba con pericia. Tanto yo como mis primos supimos recibir unos buenos latigazos.
Como las gallinas andaban sueltas, solamente se juntaban para ir a uno de sus dormideros, un aguaribay que estaba frente a la cocina. Mi abuelo habÃa trabado amistad con ellas y notaba si alguna de las gallinas no aparecÃa. En la costa salitrosa, donde pastaban las ovejas, habÃa una multitud de tucuras y la caballada, en la cual se habÃa mezclado un burrito que me habÃa regalado el doctor Celoria, que se llamaba Baldomero. los padrillos le tenÃan muchos celos, pues a las yegüitas ese burrito las atraÃa particularmente. Además siete gansos que siempre fueron siete. Y que yo espero que lo sigan siendo en ese sitio donde van los gansos cuando se mueren.
En apariencia el tÃtulo de esta contratapa no tiene relación con lo que he escrito, pero la tiene, al menos para mÃ. Caminando por estas calles de Rosario vi una persona que era igual al Vasco Ardanaz, que vivÃa en el campo y fue siempre un personaje entrañable. Lo recuerdo, sobre todo, por las partidas de sapo que jugaban con mi viejo. ¿Quedarán sapos con la vieja y todo, que si se la acertaba se lograba el puntaje más alto?
Y el pensar en Félix hizo que los recuerdos comenzaran a fluir naturalmente y como vinieran.
La gente que pasa suele traernos recuerdos, más que nada la gente que no conocemos. Pues la que sà conocemos nos lleva a ciertos recuerdos en particular.
DÃas pasados miré a una muchacha esperando el ómnibus. Yo he esperado ómnibus muchas veces, pero el recuerdo que me trajo fue el de un tranvÃa, el 23, que venÃa por Santa Fe y doblaba en Italia, cuando Italia iba para el otro lado. El tranvÃa estaba lleno. Y me tocó quedarme como pegado a una chica por la cual sentà un profundo deseo que todavÃa experimento o mejor dicho la memoria lo tiene guardado.
Dependemos de los otros y esos otros son justamente la gente que pasa y que me gustarÃa que siguiera pasando. Al menos hasta el Apocalipsis.
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