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Lunes, 26 de diciembre de 2011
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De algunas despedidas

Por Gary Vila Ortiz
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No deseo hablar de esas despedidas obvias que todos vamos acumulando a lo largo de la vida. Quiero hablar de esas otras que posiblemente sean mucho más personales, pero que en ocasiones coinciden con la de otros. Agregaría que entre ellas están esas despedidas que no hicimos y que por razones de esas que se llaman circunstanciales, no pudimos hacer. Pero sobre todo se encuentran esas despedidas que en su momento no nos dimos cuenta que lo eran. Eran sobre todo esos encuentros que parecían el presagio de otros, pero nunca llegaron y lo que nos pareció un encuentro se transformó en un triste adiós.

La memoria trata de montar el escenario donde eso ocurrió, pero cada detalle cuesta mucho armarlo con alguna precisión. Ella se había levantado de golpe y había dejado el cigarrillo parado sobre la punta no encendida. En el vaso quedaba aún caña para tomar, que no quiso tomar, y dos o y tres billetes para pagar lo que habíamos tratado de consumir, pero no habíamos podido. Yo me había olvidado que era diciembre y sabía que en diciembre las palabras no se encuentran fácilmente: hay que pagar espiritualmente por ellas y cuando el espíritu se ha ido gastando de tal manera en diciembre las palabras que quedan para el poema son pocas y en general inútiles. No exagero demasiado si digo que cada poeta tiene algún día o algún mes en el cual las palabras no quieren dejar sus huellas en el aire o en un papel. Uno ha quedado como mudo y no puede expresar lo que deseaba hacer con toda el alma.

Comenzó a juntar las palabras que designaban algunos objetos que estaban al alcance de su mirada. Un reloj, una manzana, una cantidad de vasos alineados, la gente que ocupaba las mesas del café. Algunas estaban solas y las que estaban acompañadas hablaban, pero no demasiado.

Ciertas palabras me llegaban, pero formaban un todo inconexo con el cual no podíamos hacer nada de nada. Un señor le leía a otro algo del diario que tenía en la mano. Ese señor en particular parecía tener un gran interés en esa noticia, una larga noticia, ya quien presuntamente debía escucharla se había quedado dormido.

En otra de la mesa una muchacha despeinada con un despeinado que le quedaba muy bien, leía de un pequeño libro unos poemas, por el cual quienes la acompañaban seguían con verdadero interés y en algunos casos la interrumpían para que volviera a leer un fragmento.

No estaba muy cerca de esa mesa y además ando medio sordo, por lo cual sin conocerlo el poema me pareció muy bello pero sería un atrevimiento tratar de reconstruirlo, un poema en diciembre con palabras que en última instancia dispondría de ellas al azar.

Recuerdo algunas palabras como naranja, otra parecía referirse a las gaviotas y una tercera a un pequeño pueblo cercano al mar. Detrás del mostrador un señor preparaba una picada con queso, aceitunas negras y salame. Alguien la había pedido, pero resultó indudable que ese que la pidió se olvidó pues cuando el mozo llegó a la mesa en ella no había nadie.

Me la ofreció a mí, ignoro por qué, pero la acepté, tenía que aceptarla, hacer algo para tratar de hacer algo para olvidar que ella se había ido.

Era un día de diciembre, pero parecía un día de otoño. Me acordé de Borges, cuya ceguera no involucraba el amarillo. Me imaginé que la ausencia de ella había logrado hacer del café un lugar donde todo era amarillo.

Tenía unos papeles y me puse a pensar en las palabras que correspondería a cada uno de los meses y cada uno de los días de la semana. No pasé de febrero y en cuanto a los días no puede ir más allá del martes. Después comencé a divagar sobre en la divagación en sí misma. Dejé que la tercera caña tomara las riendas del asunto. Me fui sintiendo cada vez mejor, aún cuando se trate de un mero decir.

Pensé en el día que trascurre el Ulises de Joyce y el día en que Borges descubre El aleph.

El día y la hora en que fue fusilado García Lorca.

El momento en que Borges le contó a Bioy Casares que se había enamorado de María Esther Vázquez.

Los días en que Macedonio logró crear la Argentina, aunque se trate de un intento fallido. Macedonio no podía aceptar tantas estupideces juntas.

Qué día y a qué hora habló Arturo Barea, en el viejo edificio de Amigos del Arte (Santa Fe y Laprida) sobre García Lorca.

¿Cuándo fue que Ernesto Sábato fue operado de incógnito en el Sanatorio Británico?

¿Quién fue más amigo de Borges, Bioy Casares o Petit de Murat?

¿Qué tangos inolvidables se escribieron en 1935?

¿En qué lugar de Rosario estuvo Gardel y debajo de un árbol cantó uno de sus tangos?

¿Quién fue Jorge Psalmanazar al que Borges le tenía tanta simpatía?

¿Por qué motivo no se volverán a publicar los 16 tomos de las obras póstumas de Alberdi? Se publicaron alguna vez como los ocho tomos de sus obras completas, pero ahora se encuentran en el olvido...

Son muchas las cosas que se quieren recordar y cuando se las recuerda se las hace con bastante mala fe.

En colecciones que vienen con algunos diarios y se pueden conseguir están las obras de Borges, de Bioy Casares, de Cortázar, de Sábato, y Gelman. Creo que ninguna de esas "obras completas" lo son en realidad pero la intención es válida. Uno puede preguntarse por qué no se han editado por lo menos algunos de los libros de Ezequiel Martínez Estrada, de Scalabrini Ortiz, de Mallea, de Aníbal Ponce, entre otros olvidados de nuestra literatura. Como es notoria la ausencia de una buena antología de nuestros tangos.

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