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Domingo, 5 de febrero de 2012
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Fotografiando la zona

Lo llamaban Crazy Horse

Por Adrián Abonizio
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*Llegó a California, a un poblado costero con una depresión fulminante. Había sido echado del nido y en tierras yankis trató de olvidar. Era la atracción del pueblo. Gaucho, lo bautizaron. En una reunión alguno le comentó algo en un indescifrable inglés. El, que era un prócer en Argentina, allí no pasaba de ser un indocumentado a merced del idioma y la nostalgia. -Sorry, man, I don't understand. In this question I am a horse (Lo siento, amigo. No entiendo. En este tema soy un caballo). Literalmente, la traducción era poco efectiva. Poco advirtió la sorpresa del interlocutor así que entonado por el alcohol montañés no dejó de repetir el latiguillo cada vez que no entendía algo. Crazy Horse, pasó a llamarse previsiblemente. -Los gringos son muy brutos, declaraba cuando terminaba la anécdota

* La heladera fue arreglada por un correntino encantador parecido a Condorito. Le dejó un run-run al aparato que lo fastidiaba y el silencio en su casa dejó de ser abarcador y potente. Llamó al técnico y éste le habló de la carga, la correa, el declive del piso. No conforme le reiteró el pedido. Entonces el otro, fatigado pero explícito le contestó: ﷓-Mire, chamigo, todos los artefactos electrónicos tienen su alma, como los animales. Dejele tranquila a ella la suya que no le va a hacer nada. Y esta explicación chapucera y mística lo conformó. Hoy, cada vez que la abre lo hace con el mayor de los respetos y le permite sus bufidos sin una queja.

* Era como un reflejo. Cuando se sentía solo pensaba en la vida allá abajo, entre los arrecifes y se le antojaba ser un muerto, un ahogado digno de ser escrito flotando en la salinidad, a la deriva o encallado según las corrientes. Cuando regresaba a la playa mordido por los peces, con la baba de las medusas en su barba, se sentía doblemente solo porque la vida en tierra no lo satisfacía y extrañaba la ternura de estar cadáver allí en el fondo. Justo en esos momentos sonaba el ring del interno reclamándole con prontitud de llenar los datos completos de las lanchas. Estaba encargado de la cuestión en la Companía de Seguros.

*Hay 200 millones de soles. Son las 20.15 y está en una urgencia, la paciente precisa que le abran la muela infectada. Irradia al hacerlo un olor a pantano que él conoce. Ella es delicada, hermosa. El piensa en los planetas mientras le mira el escote y siente que puede curar, batallar contra el mal, sanar, dar amor como una galaxia plena. -¿Te duele?. --No, ya no. --¿Y por que llorás?. -﷓De vergüenza.

Entonces comprende que podría regalarle un universo, dejarlo a su pies como la mayor carie saneada y luminosa. Salvarla para salvarse él mismo de sus propias ignominias que le suelen doler como si tuviese una muela rota.

* Pasan con vértigo: los grises creen tener el pigmento de las románticas tormentas, para ella revelan el color interno de aluminio de los ataúdes. Los negros, zanja podrida. Los marroncitos que figuran en el catálogo como "miel" parecen caca de perro. Los blancos evocan las bañaderas. No sabe lo que le pasa. -﷓Tengo el Síndrome del Peatón Perseguido, de allí mi odio, se dice, satisfecha para sí misma y a punto de cruzar la avenida.

* Tiene un buen pasar, una familia en un caserón millonario y servidumbre. Pero cada vez que se baña lava bajo la ducha sus calzoncillos y las medias que deja tendidas en el marco de la cortina. Las mucamas lo toman como un exotismo de los ricos. El sabe que le quedó la huella de cuando era estudiante pobre.

* -Por un par de tetas, murmuraba él manejando en el acerado rosa bajo el solazo en la ruta. Se llegaba hasta ese minúscula ciudad para verla, sólo anhelaba sus senos. Cuando sus hormonas se satisfacían y el desove había sido completado él se sentía súbitamente triste y tenía que irse. Ella lo amaba. El no. --Todo por un par de tetas, y miraba el tacómetro hasta el límite. Se quería convencer de que no valía la distancia, el engaño y el precio de la nafta. -﷓¿Solo por dos tetas?, se preguntaba para sentir pudor. Se lamentaba y se proponía ser fuerte y resistir la tentación. Pero volvería una y otra vez quién sabe hasta cuando. Alma de salmón a bordo de un coche homónimo.

* Valor único de la tarjeta $2. Con derecho a formular 1 doble como máximo. Leía la boleta del Prode, blanco con letras rojas. ¡Juegue sin jugarse!, advierte Jugadores Anónimos. Entonces descubre la crucecita a favor del Pincha y recuerda que perdió una millonada porque esa jornada empataron con Platense. La memoria es alucinatoria. Guarda la papeleta doblándola con cuidado como un pendón, un retazo de bandera arrancada al enemigo en campo de batalla

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