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Lunes, 13 de febrero de 2012
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Fumadores

Por Sebastián Villar Rojas
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Diez de la mañana. Se asoma al ventanal en calzoncillos. Enfrente hay un edificio en construcción. Bosteza, estira los brazos. Se queda mirando al albañil que está subiendo unas escaleras de madera ubicadas en el agujero del ascensor.

El hombre tiene puesto un arnés, pero el arnés no está sujeto a nada. El gancho cuelga a la altura de las rodillas. Al llegar al octavo piso el hombre se para junto a la escalera. Detrás de él hay un ocho gigante dibujado con pintura blanca, chorreado por los bordes. Lo ve sacarse el casco y pasarse la mano por la frente.

Escucha un ruido a sus espaldas. Se da vuelta. La cortina acaba de tirar algo en la habitación. El retrato de la dueña del departamento, sobre la mesa de luz.

Vuelve al hombre del arnés. Dos albañiles están parados en el séptimo piso. Uno fuma, el otro señala algo en el interior de la construcción. Levanta la cabeza y lo encuentra dos pisos más arriba, en el noveno. Va subiendo la escalera de a un peldaño, el gancho colgando a la altura de las rodillas.

Está a punto de llegar a la terraza, que por ahora es el décimo. Se agarra del último peldaño, hace fuerza, apoya un pie en el borde del agujero y luego el otro. Se queda parado. Empieza a caminar, muy lentamente, haciendo equilibrio.

A unos veinte metros de él, otro albañil está trabajando con una sierra eléctrica. El ruido golpea en los edificios lindantes. Vuelve a mirar al hombre del arnés. Ahora está quieto, a un par de metros de la escalera. Se quita el casco. Se lleva una mano a la cabeza. Suelta el casco.

Mira hacia abajo. Los del séptimo siguen ahí, pero ahora los dos están fumando. Vuelve a mirar hacia la terraza. El hombre se agarra la cabeza con las dos manos. A un par de metros hay unas varillas de acero que sobresalen del cemento, sobre el borde lateral de la terraza. Camina hacia ahí. Estira un brazo.

Mira hacia la otra punta. El hombre de la sierra eléctrica sigue trabajando. El ruido le llega un segundo después que la imagen. Mira de vuelta a los fumadores. Están mirando algo en el interior del séptimo piso. Mira de nuevo hacia la terraza. El hombre del arnés ya no está.

Mira hacia las escaleras y empieza a bajar. Se cruza con los del séptimo. Sigue bajando hasta que el tinglado del galpón que separa los dos edificios no lo deja ver más. La sierra eléctrica se detiene. En su lugar se oye el motor de un camión remolque.

Abre el ventanal. Da un paso hacia el balcón. Extiende los brazos como una momia. Mirando el piso, se acerca muy despacio a la baranda. Se agarra con fuerza del caño transversal.

Levanta la vista hacia la construcción. El sol le pega en la cara. Entrecierra los ojos. El hombre de la sierra eléctrica está arrodillado donde estaba el otro, el del arnés, pero a la altura de las varillas. Está mirando hacia abajo, en paralelo a la pared lateral del edificio. Tiene la mirada fija en un punto. Se levanta bruscamente y quiere salir corriendo, pero sólo puede caminar despacio, haciendo equilibrio.

Mira hacia el séptimo piso. Los tipos ya no están. Mira un poco más abajo. Los encuentra en el sexto, aferrados a la escalera ubicada en el agujero del ascensor. Para bajar apoyan los dos pies en el mismo peldaño, permanecen un segundo inmóviles, y luego repiten la operación con el peldaño siguiente. Vuelve a mirar hacia arriba. El hombre de la sierra ya está en el noveno piso, a punto de pasar al octavo. Evidentemente, es mucho más ágil que los otros dos, los del séptimo, los fumadores.

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