Envueltos en sudor los encontró la lluvia.
Los azules pasteles del cielo, los fucsias, naranjas y amarillos se fundÃan como envolventes olas en el horizonte.
Todo era movimiento y agua.
Sus pechos sobresalÃan aún calientes y sus pezones parecÃan no querer ceder al privilegio de ser amados y escuchados.
Embriagados en la fuerza de la pasión no les importaba nada. Sus cuerpos entrelazados parecÃan estar en lucha y absoluta armonÃa.
El tiempo parecÃa correr a una velocidad distinta a lo conocido. Todo era o parecÃa diferente.
¿Sus cuerpos se mezclaban?
El, rama de árbol convertida en hombre, se contorsionaba anunciando que no lo era. Su piel, engrosada, rugosa y agrietada daba cuenta de que en los pliegues de su tronco guardaba misteriosos secretos, sin tiempo.
Ella, era de agua. Una especie de lago sobre la tierra. Su figura, desdibujada en el oleaje, se estiraba y se ensanchaba en cada embestida y parecÃa desbordar de sus propios lÃmites hacia el infinito guardando también sus secretos.
¿Quiénes eran, de dónde vendrÃan?
Las gotas de sudor en sus rostros se deslizaban... desapareciendo bajo el agua, deseando que arrastren cada herida.
Heridas de vida que dolÃan, pero que clamaban ser lamidas y curadas o arrancadas por el agua.
Las manos de él, como finas ramas acariciaban cada centÃmetro del cuellos de su amada mientras sus dedos apretaban y se deslizaban entre sus cabellos mojados como queriendo arrebatarle su silencio.
Todo parecÃa predecible. Pero era tan bello ser parte.
¿Adónde irÃan?
En absoluta soledad seguÃan amándose, arrancándose los pedazos de sus miedos que intrépidamente aparecÃan. Se alejaban, se separaban, nadaban y casi como no queriendo se reencontraban.
Sol, arena, lluvia, agua, sentimientos de los dioses que en bendición clamaban.
Un relámpago cortó el cielo en mil pedazos y ellos, convertidos en fuego, se fueron montados en un atisbo de magia.
Yo me quedé mirando o acercándome a ellos que ya eran de agua y de fuego. No estaban, no dejaron ni el calor de sus miradas. Corrà queriendo alcanzarlos pero no veÃa nada. Una luz me enceguecÃa el alma.
Cuando llegó el alba, un niño preguntó ¿por qué el cielo estalla? Un vacÃo de muerte se apoderó en mi garganta y le respondÃ. Por amor, por miedo, tal vez por magia, y por nada.
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