Cuando lo vea al Fanta le preguntaré de nuevo por Angelito Balquinta.
Tampoco sé exactamente donde vivÃa con su familia, pero es seguro que era en la calle que hoy se llama Juan de Garay.
Según cuenta Roberto Escudero eran sus vecinos, y si es asÃ, la casa de los Balquinta estaba en el último terreno de la Juan de Garay, al decir de Miguel Compañy, es como si uno debiera aclarar que la última casa era la de Hugo Ruiz, que en los tiempos de mi infancia se hacÃa una inmensidad de distancia, algo imposible de transitar aunque yo vivÃa a poco más de tres cuadras. Mi madre entonces no me dejaba salir de la cortada de Pichichello, como le decÃan a esa calle trunca donde vivÃamos la primera década de nuestra vida. Con sólo arrimarse a la puertita de tejido que daba a la calle, me veÃa correr con la barra detrás de la pelota de trapo. Una vez me dijo que mi voz era la única que se escuchaba en nuestros juegos, y aunque me dolió, pienso que para ella era una tranquilidad esa estridencia porque no tenÃa necesidad de asomarse a la calle a cada rato.
Por todo lo dicho, no me resultó posible saber donde vivÃa Angelito con su familia, ya que era él quien a veces se arrimaba a jugar con nosotros y se mezclaba en nuestros picados más que ásperos.
Por esa calle vivÃan muchas familias que no están, y cuyos hijos fueron compañeros de juegos, sobre todo de fútbol, ya que era el deporte por antonomasia en aquellos años y en la cortada de marras nunca faltaba una pelota, ya de goma, ya de trapo, porque las de cuero llegaron tardÃamente a nosotros. Para jugar con ellas tenÃamos que llegarnos hasta la cancha del club, otras tres cuadras por la misma calle pero en sentido contrario, donde el canchero nos la prestaba. Por esa calle, ya no queda nadie que yo pueda recordar: los Modernell, los MÃguez, los López, los Correa, los Sánchez, los Escudero, los Mansilla y los mismÃsimos Balquinta quien en algún momento emigraron hacia Venado Tuerto, donde hoy Angelito es vecino del Fanta quien de vez en cuando me trae algún saludo y yo se los retribuyo desde aquÃ.
De la familia Balquinta sólo recuerdo a su papá -con su ropa clara y su sombrero negro siempre- empleado de la gomerÃa Sciarini y a su hermano mayor, Adelqui. Me dicen que tenÃa dos hermanas menores pero yo no las recuerdo.
Es probable que todo este tiempo haya tenido sus lágrimas, sus impotencia y la arbitrariedad de los mayores que nos reducÃan a objeto con su trato, pero nuestra niñez tuvo esa cuota de creatividad inmensa en esos espacios abiertos donde se desarrollaban las experiencias y el crecimiento de entonces. Y uno no es consciente de la felicidad hasta que la ha perdido o la recuerda. Porque la felicidad es apenas un fogonazo que nos acompaña para seguir.
En este momento recuerdo un viaje que hicimos con mi amigo Guillermo, ya adultos claro, y coincidimos con mi tÃo Pancho IsaÃas. La cita era clara: un lechón ofrecido por mi hermano en el restorán de Juichito Becerro. Allà mismo surgió la visita -que hicimos al otro dÃa- a Colonia Hansen, los dominios de mi amigo, Emir Egilio Menza, a quien todos llaman El narigón, el mismo que compite en bondad con el pan fragante y calentito que alguna vez horneó don Juan Cristóforo Galli.
Colonia Hansen es, al decir de Haydée Parapetti, el pueblo que no fue. Sólo dos calles, dos manzanas y una capillita. Alguna vez vivió gente allÃ, pero nunca pasaron de diez familias, hoy sólo el amigo Emir resiste con su venta de combustible y con su bar. El mismo lugar en el que nos recibió con una picada de salame casero, previo golpe de teléfono.
Hicimos honor al plato que incluÃa queso también casero y lo empujamos con un tinto poderoso. Eramos cuatro hombres -Guillermo, mi tÃo, mi hermano y yo- charlando en apacible comunión y en algún momento yo miré a los tres y sin decir nada me sonreà de puro feliz.
Por la ventana podÃa ver allá a los lejos el polvo del camino solitario que levantaban algunas chatas rumbo a sus tareas y más cerca la hermosa capillita que refractaba los vidrios de colores de la ventana remedando algún vitró. Los pájaros que caÃan en picada a comer sus granos de maÃz volcados en la calle, y muy mansamente formaba pronto una bandada.
Y dije como al pasar un poco distraÃdo, tuve un amigo, Angelito Balquinta, que era hincha fanático de Racing y sin embargo no entiendo por qué mi memoria lo retenÃa con una camiseta de Banfield.
Todos se sonrieron y yo admiré el sol que reptaba entre unos trigales altos hasta que invité a todos para que miraran esa belleza que se iba para siempre.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.