Creo que definir la palabra mentira es más fácil que buscar el significado de verdad, si de la primera se puede decir que es la manifestación contraria de la segunda, ¿qué es la verdad? ¿Existe? ¿Quien la tiene? Es más creÃble decir que hay una verdad relativa, que lo que sà existe es el poder para imponer la suya y hacerla pasar como universal y ante la imposibilidad de hacerle frente por desigualdad en las fuerzas, surge la mentira como un mecanismo de defensa y de rebeldÃa a la vez. Recién ahora, en la distancia puedo asegurar que CaÃto representaba este tipo de mentira. Maldigo todo el tiempo que perdà tratando de hacerlo reflexionar, pidiéndole que no mintiera, que dijera la verdad, que a quien le querÃa hacer creer todas sus historias inventadas... A decir verdad mi amigo nunca insistió para que le creyéramos, quien lo hacÃa, era por su cuenta, porque para creer primero hay que querer creer. Para escapar de una realidad muy dura para un pibe, creaba sus propios escenarios, libretos, sus propias obras, con un talento y una inventiva envidiables.
Desde que SofÃa, su hermana mayor, habÃa comprado un televisor, descansaba los sábados por la tarde. No mentÃa durante las tres pelÃculas de Cine de súper acción, que se veÃa completas desde abajo de la mesa del comedor, entre las piernas de los otros cinco integrantes de la familia, escondite elegido para que no lo molestáramos cuando Ãbamos a buscarlo para jugar a la pelota. Su madre, quien lo apañaba por ser su hijo más chico, y parafraseando a quien vende pan caliente, siempre repetÃa "recién salió" y de esa manera nos quedábamos sin el mejor jugador del equipo, que jugaba como hablaba, mintiendo. En la cancha era mimado, querido y respetado por amagar, esconder la pelota, simular, es decir, por lo mismo que en la escuela era perseguido y castigado.
CaÃto priorizaba la habilidad para hacer desaparecer la verdad antes que la violencia para instalarla, era admirador de los Incas y decÃa que hubieran sido excelentes jugadores de fútbol ya que habÃan sido capaces de esconder una ciudad entera.
Aparte de ser vecino, de compartir la vereda como un patio en común, fui compañero de banco en la primaria y compañero en la secundaria hasta tercer año. En todos esos años jamás dejé de sorprenderme de sus creaciones.
Una tarde en que mi hermana nos llevaba al cine Heraldo, cuando el interno de la lÃnea 218 paró en el semáforo de calle Córdoba y Lagos, no tuvo inconveniente en explicar el funcionamiento de estas señales luminosas, que en realidad eran peligrosos rayos rojos paralizantes que impedÃan el avance del micro y que en una oportunidad al quedar una señal trabada habÃa dejado el saldo de cuatro colectiveros muertos.
Cuando la señorita LucÃa le preguntó por qué no habÃa hecho la tarea, CaÃto no dudó en explicar que en su casa habÃa ocurrido una desgracia, tres patitos que le habÃa traÃdo una tÃa del campo de regalo habÃan aparecido muertos, ahogados.
Su daltonismo era un secreto entre nosotros, yo me encargaba de ponerle el nombre de los colores en los lápices. Cierto dÃa en que inauguraba una caja de pinturitas confundió el verde por el marrón. La señorita de manualidades le preguntó espantada donde habÃa visto un perro verde, a lo cual contestó en el acto que no era un perro, sino una perra, y que tenÃa cachorritos muy malos que le hacÃan salir canas de ese color. TenÃa un tÃo que era mozo de PedrÃn, nos pasaba algunas porciones de tomate o algún jugo Jet sin cobrar, según mi amigo era médico recibido en la UNR, y en una época habÃa tenido mucha plata, pero no ejerciendo la medicina legal, sino el curanderismo en su casa del barrio de CristalerÃa. Ante una denuncia de las que nunca faltan, tuvo que soportar un allanamiento y ante la posibilidad de ir preso no tuvo más remedio que mostrar su tÃtulo, ganando la libertad por un lado pero perdiendo hasta el último de sus clientes, que quedaron muy defraudados con el manosanta al ver que no sanaba por sus poderes, sino por medio de una medicina insÃpida que detestaban. A partir de ese dÃa se dedicó a la gastronomÃa, que es otra forma de atender a la gente.
Un profesor de geografÃa muy severo de apellido alemán, parecido a la marca de una mayonesa, le estaba tomando una lección sobre los glaciares. Fue cuando explicó que Francisco Moreno debido a un problema en el frenillo, no pronunciaba correctamente la letra "err" y que a todas las expediciones lo acompañaba un ejemplar macho de la raza Beagle. Todas las mañanas lo primero que preguntaba era "mi perito, donde está mi perito" y que de allà venÃa el apodo de perito Moreno. Nunca le importó llevarse a rendir esta materia de por vida.
Ese viernes llegó tarde al boliche de Calicho, dijo que no iba a comer, que estaba de paso, que seguramente lo iban a pasar a buscar y pidió un whisky doble, cosa extraña en él.
Se mantuvo en silencio hasta la tercera copa, sin dejarme de mirar a los ojos contó que lo habÃa tenido que hacer, que no le habÃa quedado otra, que su hermana habÃa vuelto a su casa destruÃda, drogada, prostituÃda y golpeada y que su padre no la habÃa dejado entrar. "Justo él, que la inició en todo esto, en una pieza donde duermen seis personas no existen los secretos", confesó.
Para todos fue un mentira más, a tal punto que Papirio que no habÃa dejado de hojear el diario mientras CaÃto hablaba, preguntó: "Che, pero Central ¿a qué hora juega el domingo? Acá no dice...
Quizás porque me crié con él, porque sabÃa cada uno de sus tics cuando mentÃa, por el timbre de su voz, o por el brillo de sus ojos, pensé lo peor.
En el momento en que me iba a contestar lo que habÃa tenido que hacer, la voz de un policÃa preguntando por Carlos Alberto Peirone cortó el aire del boliche.
Mientras un agente lo palpaba de armas, otro esposaba sus manos contra su espalda, mientras repetÃa algo asà como "tiene derecho a un abogado, todo lo que diga podrá ser usado en su contra", a lo cual el detenido contestó: "Quédese tranquilo oficial, voy a decir la verdad y nada más que la verdad".
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