Deja las letras y deja la ciudad.../ Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire.../ Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas/ en la azucena del azul.../ Yo quiero ser, amigo,/ uno, el más mÃnimo, de sus sentimientos de cristal.../ o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume.../ No estás tú también/ un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad... Juanele Ortiz. Deja las letras.
El rÃo estaba ahÃ.
Pasaron gobiernos, dictadores, benefactores, frutas, el rÃo estaba ahÃ.
El pájaro profundo, nevadas pequeñitas, melodÃas, cornetas, visiones y latidos.
Pasaron, lo tapiaron, lo basurearon y olvidaron las décadas sin puente. Y el rÃo. Estaba ahÃ.
Lo llenaron de mierda, de locura (y otras putrefacciones), tiraron boletas de perdidas elecciones, seda de diferentes revolcadas, botellas, palabras descartadas, cuerpos de la Prefectura. Autopsias.
Paseó la lancha, el bote, no estaba el parque, tampoco (tal vez) la misma España, los galpones, las clases de circo ni los circos, ni inmigrantes. Ni Forum. Ni bajaban metales de los aires para las guarderÃas sin garantÃa. Sin garantÃas.
Sostenidos los sauces en la barranca ambigua, viendo pasar el agua. El rÃo estaba ahÃ.
Envuelto en capullos de lenguaje que pretendieran traducirlo, como si proviniera de la selva. Crucificado por papeleras, cerealeras, petroleras, que muerden su silencio como perro a la mejor carne; pasa envolviendo costaneras, ciudades, colinas, azucenas.
Sucio de Rosario, con bencina mezclada, nafta, aceite, pasan los dueños, los pescadores, los náufragos. Y el rÃo estaba ahÃ.
Derivado, invisible, bebido y de memoria, estaba ahÃ.
Sucedieron tormentas de arena y noticias; si las madres daban vuelta a la plaza: estaba ahÃ; sucedÃan peronistas, marxistas y ciclistas, rocÃo, pedrea de noviembre (aquella vez, estaba ahÃ).
Mientras mira en su ondular de isla, en la música blanca que tejen los mosquitos o la poca miel que queda de tanto fumigarlo, entre veda, amor y maldición estaba ahÃ, antes de mucho antes, el rÃo estaba ahÃ.
En la melancolÃa flotante de clubes de la costa, margaritas salvajes, serpientes, arrepentimiento, gramilla, puesteros, ricachones que evitan ser mojados desde sus yates altos, locura verde, misterio, vigilia de centellas, infinitos esbeltos que cada costa tiene, rarezas de Mburucuyá, arroyos, vÃa láctea, miedo, peligro, eventos, especulaciones, toda la vida se dice: que el rÃo estaba: ahÃ.
Mientras comemos.
Todos trabajamos o juntamos cartones o tomamos pastillas.
O pasa el presidente del ángel, o el invierno.
Mientras creemos ser eternos, emprender aventuras.
Cuando comenzó mi precipicio el rÃo estaba ahÃ.
El rÃo estaba ahÃ, tiemblo. Submarina y con la pesadilla del caudal. Es más segura la bolsa de comercio, la pana de Oroño, la feria.
El rÃo estaba ahÃ, como una frase incomprensible.
En el tiempo verbal de mi escritura.
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