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Viernes, 27 de abril de 2012
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Dos palabras

Por Bea Suárez
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"...Esa transformación, esa metamorfosis mía, que era la lechuza y la niña. Volaba por el cielo y, de pronto, estaba sentada otra vez en la sala. Mamá lo sabía y se lo callaba. ¿Vos no crees que yo volaba?..."

Marosa di Giogio. "No develarás el misterio". Entrevistas 1973/2004

Viene mayo, y con él dos palabras. Frío y trabajo.

Un tribunal altísimo las trae y tira, entran las dos por Circunvalación, vienen desde lejos en la boca de una liebre rápida.

¿Qué pactos hicieron con algún rosarino?. Trabajo, un compromiso grande, la otra un poco menos (¡Antes los inviernos eran inviernos!).

Quedan en la punta de Oroño, las alza un perro predecible quien, a modo de espionaje, corre con ellas por la parte central, desde el casino hacia la peatonal, digamos.

Frío y trabajo, por momentos nadie nadie las quiere, ni una sola persona ama al frío, ni un solo persón al gran trabajo (que no es lo mismo que abrigarse o tener que picar. No. No. Hablo de otra cosa).

La farándula embrujada, calefaccionada y jugadora del City Center no puede ni verlas, un ejecutivo hacia Capital Federal les dice ¡adiós!, varios niños juegan a la pelota y ni pelota.

Ellas entran igual a la ciudad. A la ciudad desde su rabo, su popa. La proa (se sabe) en Silos Davis.

Entre acrobacias de esquina e ilusionismo, pasan mientras cada quien, cada negocio, cada farmacia, cada taller estuviera absorto en asuntos particulares; las dos palabras pasan como utensillo.

¿Qué producirán en la urbe además de encendido de estufas o locro? No lo sé, pero mayo las tiró como bestias del destino.

Dos palabritas como cositas.

Un obrero las observa.

Un inspector de tránsito.

Un recolector de diarios y cartones.

Una pibita descontrolada.

Salen sapos de otro pozo, vicio de botellitas de gaseosa, mugre. Y también fortaleza.

Evocan casco y poncho, chaquetilla y camperas de polar.

Yo no digo nada, sé que cayeron en Rosario, pero me guardo a silencio y aguanto, no sé cuál será exactamente la respuesta del mundo.

Frío, trabajo, trabajo, frío, caminan solas, pasaron boulevard Seguí, allí donde venden elementos de cocina, desde un horno pizzero alguien levanta el brazo.

Van apuradas hacia el hervidero. No hay anfitrión. Llevan dos mascotas: cuota y pobreza, pero las principales, las caminantes son las que ya dije.

Nacieron desde el azar y la fe, inmensas zumban mientras corren y pasan 27 de febrero. Saben que la ciudad posee baches, pero el fatuo pavimento les otorga juego, ingreso y permanencia.

Palabras como cosas, cosas que fueran a traficar o sonar; palabras andantes, sustantivos hirvientes que mayo empuja, que nos mete desde un yacimiento. No desde el diccionario.

El diccionario como yacimiento.

Qué olor que dan, a fuego, a sustento, a un hombre que no tendrá su cena, a un niño que no podrá comer, a una señora con tapadito de nutria en la marea de la historia, gente común. Tenazas.

Pero ¡qué vuelo tienen! ¡qué importancia!, van de la mano, las dos, como primas que acabaran de encontrarse luego de que una viviera en Bariloche por diez años y la otra en Iberá.

Contra la loza y la corriente de autos un misterio de otoño, inacabado y turbio, mastica el acento de: frío, la jota de: trabajo.

Ponen a prueba a los taxistas con calefacción.

Miran a trabajadores de Aguas Provinciales interrumpiendo el tránsito por doquier.

¿Preservarán a la ciudad o la harán moco? Entre frío y trabajo se encuentra la intemperie, una capitulación de calles llamada Rosario. Festejarán el paraíso prometido.

Tenedores hambrientos, nubes de humo desde las bocas a baja temperatura.

Entre transgresión de malabaristas de semáforo y un comerciante que vende tomates en Jujuy 48, las palabras mencionadas igual tienen sentido.

Son joyas de agua en medio de un desierto, inundan túneles y la cerrazón nocturna del Monumento a la bandera.

Mayo las dejó acá para quedarse.

Con el abecedario aún no logra armarse ese otro enigma, setiembre.

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