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Sábado, 26 de mayo de 2012
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Bestiario rojo

Por Miriam Cairo
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Mariposa

Abraza cosas espléndidas y difíciles. Cuando baja hasta los pies se transforma en mariposa. Cuando sube, no ha cambiado demasiado. Gomas, humo, fábula, firuletes, pezones. Encuentra otras cosas, también, en la metamorfosis. No hay una razón mejor para ser mariposa. Ni otra palabra mejor para nombrarla. Mariposa. Mariposa. Mariposa que se hunde en el fondo de ese lugar que no es fondo, que no es más que un tiempo espléndido de cosas difíciles, como un amor a distancia, con días y horas que cuelgan en la oscuridad, que se balancean sin dejarse pronunciar por las bocas que se tragan las sombras. Mariposa. Sucede mariposa cuando baja hasta los pies y sucede mariposa cuando sube hasta los labios de la luna.

Oral

Llora mujeres cuando el corazón se lo pide. Lo que se llama en carne viva, en alguna parte, allá arriba, en las más puras noches, con el sol al lado, llora mujeres. En aquel bar ensaya un nuevo modo de llorarlas, un llanto sin dolor lleno de lágrimas que deja grabado el solo hecho de llorar. Llora sin artificios, sin recuerdos insinceros, afiebrado y ostentoso llora para volver a llorar. Llora como ningún hombre lloró jamás en la literatura ni en el cine. Llora para sentir la lágrima. Para sentir a la mujer rodando por su mejilla como una lágrima que se deshace en la boca. Llora mujeres, se las come, se las bebe, se las traga.

Deshollinador

Aparece sobre los contrafuertes de las horas y la modosa se deshace. El deshollinador lamina las poses de rutina que se astillan con el uso frecuente. Llega como pez negro de la noche a derramar su jugo sobre las nalgas del poniente. La modosa se encadena al respaldo de la noche con hebillas de carey e hilos de semen. El deshollinador colma de monedas de oro el temblor de la alcancía. La modosa se hace millonaria. La millonaria desova en las manos laboriosas del deshollinador que limpia con espumarajos la dicha mancillada. Las argollas de la luna se dilatan. Hay una luz. Y otra. Y otra. La encadenada a la noche se hace jarabe. El pez negro de la noche la bebe, parsimoniosamente, como si los maridos nunca regresaran.

Perros

Pregunta si el perro marino es como el perro lunar. Si el cruzamiento de la especie marina y la especie lunar da hermosísimas crías, con manchas plateadas. Pregunta si el perro lunar aparece en las costas marinas en busca de la hembra verdadera. Pregunta si en tierra firme el perro lunar se asfixia como una ficción cristiana. Pregunta si el perro ama en el agua como ama en la luna. Pregunta si la perra marina vuelve el rostro hacia atrás mientras el perro la fecunda. Pregunta si el viento de occidente le agita el pelo hacia oriente.

Animalario

Surca el mar en la proa de un gran barco, dejándose arrastrar por la totalidad del agua, dejándose convertir en un ser afín a los peces. Es un resplandor de luna. Es una garza. Es un animal dorado. Entonces no tiene nada de extraño que al agitar la aleta empiece a sentirla extraña, de otro cuerpo humano. Es una tempestad, pero principalmente es una pequeña llama. Una linterna. Una ciclista. Un bolsillo lateral. Es un sufrimiento tremendo ser tal como es, con ese organismo plural y esa respiración de orquídea. Es un fantasma lamiendo a otro fantasma. Es un león echado en un catálogo de animales fabulosos. Es el crimen de la luna. Es su propia disolución. Es el animal dorado que permanece en la sombra, con las manos en los bolsillos, preparando el silencio y su ulterior transparencia. Es poeta.

Caracola

Abandona el triple mundo para no perseguir frases insomnes y los pájaros se le acercan con una lentitud lasciva. Se desliza por el parqué del océano como una medusa. Tapada hasta las orejas, inquieta en la cama abisal, transpira y repite mentalmente palabras verdinegras, melodías rojas. Enciende y apaga la luz. Parece que lo más sensato que una caracola puede hacer es estar sentada sobre un banco de arena, con una copa en la mano, mientras las paredes del océano se levantan como biombos celestes. Bebe, entre las flores, escoltada por tres pájaros azules. Flotan a su alrededor los peces. Los siente en sus nervios. No sabe qué hacer con sus manos si no las tiene en el sexo. Apresada en su propio laberinto concupiscente, repite palabras prohibidas para que no se llene el reino de animales vírgenes.

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