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Martes, 9 de mayo de 2006
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El admirable

Por Miriam Cairo *
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I. Maravilloso, sencillamente maravilloso. Sé que imaginar está dentro de tus atribuciones, dentro de tus posibilidades, sin embargo eso no lo explica todo. En las oficinas, en los estacionamientos, en los bares debe haber funcionarios, asalariados, monotributistas con las mismas posibilidades que vos, pero que están lejos de tus logros. ¿Te aman por ello? Perdón por la indiscreción, pero creo que una sola de tus invenciones merece el amor del mundo. Amor lumínico. Amor imaginario. Amor carnal. Simple amor.

II. Yo suponía que podía existir en esta ciudad, en medio de los autos y los monumentos, un creador de tu talla. Lo suponía sin saberlo. Lo deseaba. Deseaba leer las palabras que has escrito. Y ahora espero las que escribirás. Esperar tus palabras no es una idea argentina, ni rusa. Tal vez sea una postura universal, venida de otras lecturas. De Marx. De Breton. De Botella al Mar. Es un buen nombre para una editorial ¿no te parece?

Perdonáme que no te hable de mí. Pero a quienes inventan tales metáforas se les puede callar todo ¿verdad?

III. La realidad de lo que no existe es indiscutible y basta con que vos la nombres para que una pueda tocarla con los dedos. La configuración extraña de las cosas se vuelve completamente natural: el césped es violeta, el mundo, afortunado. Qué belleza. Y qué tranquilidad. Porque incluso, cuando no inventás la lluvia, escribís palabras tan cargadas de humedad que un mar aéreo pareciera que se derramara sobre el mundo.

IV. Durante mucho tiempo, te aseguro, había tratado de encontrar esta clase de imaginación. Iba a pie a todas partes. Ni siquiera tomaba el colectivo. Me arrinconaba en los bares. Permanecía en silencio en los terrenos hostiles a la poesía. En fin, no quiero aburrirte con todo aquello, porque ahora que te he leído me siento tranquila. Me siento feliz. No hay nada más real que un espejismo. Nada más germinal que todo lo que surge cuando vos pronunciás la palabra nacimiento.

Perdonáme que te hable de mí. Pero a los seres que escriben tales metáforas se les puede inventar todo ¿verdad?

V. Tu escritura es más física que una construcción universal. Es una forma irreparable de sentir. Hasta que la conocí, yo leía palabras tristemente neutras. Palabras que describían la existencia como si fuera de vinilo o de latón. En cambio tu devoción por lo ilusorio, tu falta de ambición por lo real, se me manifiesta de manera sencilla y al mismo tiempo, totalmente inesperada. Tu mundo ha sido hecho a la medida de los mundos.

VI. No hay un solo hombre en la calle. Ni un ruido. Ni un gato. Ni una sombra. Y sin embargo, no me siento sola. Tu escritura llena los caminos, me llena a mí con una energía terrena más alta que la energía celestial. Toda vez que tus palabras me llevan a los puertos del universo, siento al mismo tiempo un gran asombro y una gran naturalidad. Y si se me ocurriera, podría volar. No lo hago simplemente porque no lo necesito. Porque me acostumbré a andar a pie por todos lados. Ni siquiera tomo el colectivo. A los puertos del mundo puedo llegar en una noche. En un solo paso. Con un libro.

Tu imaginación ya no es un hecho exterior a mí misma, como una cosa escrita por otro. Cuando decís que ya no hay agua, yo me muero de sed. Cuando me siento satisfecha, los manantiales y los frutos brotan de lo que has escrito. Y espero que tengas claro que no sos el producto de mi fantasía exaltada. Tus palabras están escritas ladrillo por ladrillo. Papel sobre papel. Tus libros son concretos y palpables.

VII. Quizás hubiera sido preferible que tu escritura fuera un sueño, porque la realidad de los libros puede convertirse en una pesadilla. Editores. Librerías. Estantes. Cohelo. Fotocopias. Por eso estoy aquí. Para defenderte. Porque necesito encontrar otro trabajo y creo que sería buena en la tarea de defenderte. He llevado niños al colegio. Médicos al sur. Muertos a sus tumbas. Puedo llevar tu imaginación más allá del libro. Nadie está mejor colocada que yo para hacerlo. Y asumo los riesgos. No soy sorda. Soy exquisita. Cuando defiendo una imaginación me vuelvo bestial y exquisita. Nunca militar. Nunca licenciada. Nunca limítrofe.

Voy a defenderte porque cuando vos nombrás las cosas, nuevas cosas aparecen. En cambio los otros, los que están en el mismo estante que vos en las librerías, nombran las cosas que no dejan de ser cosas. Si, puede ser éste un golpe moral y confuso. Veré si logro aclararme más adelante.

VIII. Nadie debe vivir peligrosamente si no le agrada eso, dijo el arquitecto. Yo pienso que nadie debe escribir latosamente de propósito. Nadie debe llenar hojas y hojas contando historias que ni siquiera a sí mismo le interesan por alevosía, por perversos deseos de aburrir y adormilar. Esos escritores que están junto a vos en el estante, son víctimas. Pobres víctimas de sí mismos. De los catálogos. De Cohelo. De la escritura que no se deja atrapar.

IX. Los males de la escritura son tan empíricos como teóricos. Tan concretos como del orden espiritual. Tan íntimos como populares. Y los libros no son cosa inocente. ¿Has visto los que eligen estar en las góndolas de los supermercados? Ellos saben bien qué es un lector y qué, un consumidor. Cuando los consumidores andan por allí eligiendo vinos o cotejando el precio de los jabones neutros, circulan desprevenidos por el sector de librería. Entonces los libros imponen sus tapas lustrosas para incitarlos al esplendor. Ofrecen éxito o lágrimas. Asesinatos o historias de pasión. Son sus trucos habituales. Olfatean. Eligen al consumidor propicio, entablan una especie de comunicación y después ya no lo sueltan. Les proponen enriquecerlo con grandes pretensiones que sacan de sus páginas: bosques artificiales, sabores adulterados, cigarrillos norteamericanos, sacones de astracán, cualquier cosa brillante. De repente, el consumidor cree que todas las palabras, sólo por estar impresas, son importantes. Que las tapas son importantes. Las tapas, para los consumidores, suelen ser irresistibles. Los pierden. Entonces, aprovechando que están absortos en la contemplación de la imagen, ellas los empujan a las redes del consumo y los consumidores pagan cualquier cosa en la caja. Las editoriales se salvan y la literatura se queda pensativa.

Lo extraordinario es que todo esto se sepa y que el consumidor se deje sorprender sin embargo. Esa es la manía de las víctimas: aparecer siempre en la escena del crimen.

X. Yo no creo posible que vos no tengas espesor. No puedo aceptar que seas un ángel muerto como cualquiera de los otros ángeles muertos. No me parece probable que seas un dios. Imagino mucho más que eso: intuyo que podrías ser humano. Sólo los mortales logran alcanzar cimas tan altas y caer en precipicios tan desolados.

Como te dije antes, veré si consigo aclararme: voy a defenderte porque los editores tienen la oreja suprimida y la boca sepultada. Porque el transmutar de tus palabras dan sazón a mi lectura. Porque cuando estoy abrumada por la ley de gravedad y las cornisas, en cualquiera de tus acentos encuentro el relámpago necesario para caer fulminada. Voy a defenderte porque sin tus palabras yo no soy más que una sombra de mi propio universo.

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