Para Alejandra Geuna, "leprosa" y amiga.
Debo confesar que la única vez que fui a la cancha de La Lepra lo hice por una razón que explico, y que no fue otra que la invitación hecha por mi padre, yo tenÃa 13 años y en tren de confesiones, no fuimos a ver a Ñuls, sino a mi Ãdolo Juan Carlos Lallana que ese dÃa debutaba en el equipo del Parque.
Lallana, como ya lo escribà muchas veces, empezó jugando el Huracán F.B.C., en mi pueblo, allà fue vendido a San Lorenzo de Almagro y de allà pasó a Ñuls, antes de ser crack en River.
Ese dÃa entró con el 11 en la espalda, pero fue "bombeado" todo el partido por el 10 que era, creo, Zurita y que no lo habilitó una sola vez, asà que nos perdimos las maravillas que sabÃa hacer con la pelota.
El encuentro que perdió la gente del Parque por tres a uno, era con San Lorenzo, que serÃa campeón ese año y tenÃa en sus filas nada menos que a José Sanfilipo, terror de los arqueros y goleador con más de treinta goles (hoy lo son con media docena, asà vamos) y que me impresionó mucho ya que se desmarcaba infatigablemente y de la misma forma gritaba a sus compañeros pidiendo la pelota y con las mismas ganas pateaba donde la recibÃa. Me llamó la atención también su cuerpo excesivamente macizo para su baja estatura. Ese dÃa marcó dos goles.
Pero para ser sincero ese dÃa admiré muy a mi pesar el juego elegante, que sobresalÃa sobre el nerviosismo del resto, de un caballero de las canchas: Federico Sacchi. Jugaba con el seis en la espalda, como los volantes antiguos, defendiendo, pero pasando muchas veces a la ofensiva, ya que actuaba como enganche de su equipo. Se paseaba como lo harÃa un marqués entre inferiores, tratando a la pelota no como un objeto de cuero que cubrÃa a una cámara de goma inflada, sino como si fuera una novia amantÃsima, siempre impecable para los pases y extremadamente limpio en el quite, con el jopo rubio que le caÃa sobre la frente como una breve bandera ostentando su marca de distinción. Yo lo veÃa desde la tribuna que daba al Palomar, alto, rubio, perfecto, y me daba pena que vistiera esa camiseta. Después jugó algunos años en Racing y hasta vistió la albiceleste de la selección y luego lo perdà de vista o lo perdió de vista mi recuerdo, ya que tal vez haya jugado en el exterior, pero no lo recuerdo. A mà me quedó esa imagen del hombre al que no se le podÃa pasar ni por abajo ni de alto, ya que era un eximio cabeceador, comparable a Oscar Massei, Ãdolo en Arroyito y el mismÃsimo Lallana, que forman el selecto grupo de grandes cabeceadores que tuvo el fútbol argentino de todos los tiempos.
Ese dÃa sufrimos una avalancha en la popular y yo terminé nunca sabré cómo junto al alambrado, mi viejo en la premura por rescatarme perdió un hermoso saco sport que tenÃa en uno de sus brazos, ya que el sol picaba un poco y tuvo que lamentarlo mucho tiempo.
Pasó una montaña de años sobre mà y no hace mucho tiempo, mientras tomaba café con mi amigo Pebeto Aramburu en un bar de la calle Paraguay donde alguna vez tuve una librerÃa, entró un señor mayor, muy elegante, con una calvicie bastante avanzada y se aproximó a la mesa donde estábamos. Pebeto me lo presentó de inmediato y lo invitamos a un café.
Le relaté esto mismo que escribo ahora y agregué la pena de perderme su juego elegante ya que el militaba en el cuadro del cual yo no era hincha.
Usted se lo perdió, me contestó, lacónico, como dejándome la responsabilidad toda de mi decisión y de lo que decÃa.
A veces me lo cruzo por la calle, él no me saluda porque tal vez no pueda conocer cada uno de los que admiramos su juego elegante y perfecto o quizás haya olvidado la anécdota apenas traspuso la puerta del bar cuando se retiró con esos pasos largos que daba con extrema seguridad en las canchas que tuvieron el honor de recibirlo en sus gramillas atestiguando tantos craks de aquellos tiempos que darÃan argumento para multitud de otras crónicas tan agradecidas como ésta.
Estoy sentado en el antiguo Laurack Bat, de Entre RÃos y Santa Fe y lo veo a través de la ventana, cómo se para esperando que el semáforo le dé paso y digo a un amigo que comparte conmigo un café:
Ahà va Federico Sacchi, un verdadero caballero de las canchas...
Y yo, "canalla", debo reconocer que me emociona decirlo, porque en la vida hay que ser agradecido con todos los seres que nos dieron un poco de felicidad y ese dÃa, muy a mi pesar, el señor Federico Sacchi, me la regaló con creces.
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