En el Cauca: "MarÃa"
"El ParaÃso", ubicada al pie de los cerros de la Cordillera Occidental en Colombia, es la casa de campo en que vivió Jorge Isaacs en el Valle del Cauca y se exhibe hoy como museo (fue declarada Monumento Nacional en 1959).
Sin embargo, admiradores tardÃos del escritor colombiano, escolares y turistas encuentran en las salas de la casa principal, cuando la visitan, no los rastros de la vida de Isaacs sino la recreación de su universo de ficción, sin que medien aclaraciones.
"Es éste el cuarto de EfraÃn -explica el guÃa con convicción-. Y aquà cuelga la piel de tigre... Afuera, vemos los rosales que tanto cuidaba MarÃa...". Alude a personajes y a cuestiones argumentales de la novela MarÃa, que a fines del siglo XIX se consolidó en Latinoamérica como principal exponente de la novela romántica de tema sentimental.
(Y los intrusos disfrazados de visitantes recordamos entonces algunas de las frases que, en el libro, describen la hacienda en donde se desarrolla la historia: "El viento voluble dejaba oÃr por instantes el rumor del rÃo...").
Esto motivó que una asociación de docentes de literatura de Cali -la hacienda está en las afueras de esa ciudad- enviara una carta a los responsables de la casamuseo pidiendo rever la actitud, que confundÃa a los estudiantes, decÃa, diluyendo los lÃmites entre realidad y ficción.
Pero no hubo caso: cada dÃa, los empleados renuevan la rosa en el jarrón del supuesto cuarto de EfraÃn (que, tal vez, haya sido en verdad el cuarto de Jorge Isaacs, o tal vez no), porque asà lo hacÃa la protagonista femenina en la novela. Y además de las rosas frescas, un reloj indica, eterno, en el jardÃn delantero, la hora exacta de la muerte de MarÃa.
Los cruces y las rarezas no terminan allÃ. El autor creó la mayor parte de la novela en la selva del PacÃfico, hasta que, enfermo de paludismo, abandonó su destino, regresó a Cali y se refugió en una casa de El Peñón, en donde escribió el último capÃtulo.
Un siglo después, a la casa la compraron jefes del Cartel de Cali que intentaron demolerla. La posterior muerte de los narcotraficantes -tan ajenos a las peripecias decimonónicas del hacendado del Cauca que devino escritor...- impidió concretar esos planes.
La casa caleña está hoy abandonada y derruida. Es decir, sola; no habitada siquiera, como en el valle, por los fantasmas vÃvidos de unos personajes que repiten sus acciones (alguna vez fijadas por la letra escrita) dÃa a dÃa, de modo inalterable a través del tiempo, casi como lo hacÃa la máquina de Morel.
En La Habana: cartas de Martà a su madre
Cercana al puerto, la casa pequeña en la que nació José Martà -situada en uno de los extremos de la Habana Vieja- conserva algunos de sus objetos personales, un retrato al óleo, otros recuerdos.
Pero es en el Monumento, frente a la Plaza de la Revolución, en donde hay mayor cantidad de testimonios: cartas, grabados, dibujos, diversas ediciones de libros, en definitiva, elementos que hacen a su historia personal y a la memoria histórica construida a partir de MartÃ.
En las dos primeras salas a las que se accede (el interior del memorial posee forma de estrella) pudimos ver desde sus tÃtulos de Licenciado en FilosofÃa y Letras y Derecho, otorgados por la Universidad de Zaragoza, hasta su entrañable levita, pasando por un quetzal disecado que le obsequiara un contemporáneo, el presidente de Guatemala. Y también, una carta. La primera de las tantas que envió a su madre; tenÃa nueve años cuando la escribió.
En la posterior y extensa correspondencia familiar de Martà está también, acaso, su testamento, una suerte de legado fragmentario, y la impronta de su mejor poesÃa:
Montecristi, 25 de marzo, 1895
Hoy, 25 de marzo, en vÃsperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nacà de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allà donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonÃa, el recuerdo de mi madre.
Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún dÃa verlos a todos a mi alrededor, contentos de mÃ! Y entonces sà que cuidaré yo de usted, con mimo y con orgullo. Ahora, bendÃgame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su
José MartÃ
Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que usted pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.
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