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Domingo, 2 de septiembre de 2012
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Fotografiando la zona

Contador de muertos

Por Adrián Abonizio
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* En el taller literario al que se le ocurrió ir la profe le pregunta por su trabajo. -Cuento los muertos. Lo dice naturalmente, desde su abismal timidez, sus camisas antiguas y su ropa de tres décadas atrás. Es verdad, anota en un libro negro, gigantesco la entrada de los finados. Logra sobre el final de su relato un escalofrío estimulante para cualquier escritor que se precie. -A veces, en el silencio de las tardes oigo ruido y son los huesos en alguna cripta que se desprenden, es natural. La profe, emocionada, lo felicita y él, como ausente, agradece sin saber que está empezando a hacer literatura.

* -!Sampietro, ayudame!, grita la negra cuando está siendo acosada por un negrito chiquito pero bravo que intenta a avanzarle las tetas. Todo es permitido en Carnaval y la comparsa ensaya en la cortada del fondo y uno puede ver las ancas con purpurina de las mujeres, los hombres de dientes blancos desbocados y felices. En esos recuerdos de niño se pierde él cuando considera al mundo feo y errático, mientras hace cuentas con su calculadora, trabajando para un mundo tan próspero como horrible.

* Ivana se llama y repite incansablemente el segundo grado. Es bonita, agresiva y no sabe leer bien. Apenas suma. Sus padres la dejaron en el colegio y hay un abuelo que cumple solo en ir a buscarla a la salida. Entre eso y abandonarla en un orfanato no hay diferencia. Hay matices, hipocresías y felonías que no tienen categoría de ley y allí andan, arruinando futuro a plena luz del día.

* Cuando pide un turno urgente para un médico especialista se lo dan porque justo una paciente lo ha cancelado. Cuando precisa pagar y no tiene efectivo encuentra un cajero al lado de donde tiene que abonar. Lo ascienden en el trabajo cada seis meses sin hacer mérito de más y apuesta distraído a números que salen galopando solos a la cabeza. Se apellida Ortelli pero es apenas una coincidencia.

* El doctor le ha dicho: -Pase el viernes sin falta, no puede continuar así con ese dolor, mi amigo. Y no tome nada, espere que le medique algo específico. Llega el día, luego de padecer noches tortuosas. Retira los análisis y se llega obediente al sanatorio. El médico, aprovechando el fin de semana largo se ha ido y no ha dejado ni un mísero calmante ni una indicación. Amanece el martes, y tras la tortura saca fuerzas de donde no tiene y abre el consultorio donde está su médico en su trono. Como por arte de magia le traspasa en segundos el dolor de espalda, -una cervical incorregible y punzante que casi lo ha desmayado del sufrimiento- al profesional, quien ahora, derrumbado en un rincón arrastrará por un mes dolor de nariz rota que no lo dejará dormir.

* ¿Por qué sueña con crímenes, disparos de arquería, dagas voladoras, aviones razantes antes de dormirse? La muerte logra tranquilizarlo. En la vida es manso, reflexivo y sin carácter. En sueños es pirata, embaucador, impostor, asesino, héroe, gángster, fusilador, guerrero. Cuando en la vida lo apalean a modo de consuelo advierte: -No saben con quien se están metiendo.

* Es un artista consumado y comsumido en tevé. Llega al pueblo, auto acerado, contratado por Cultura de la provincia. Inspecciona el lugar, no le gusta pero al fin accede a comer con el intendente en la única comedera. Va a descansar a los fondos a una pieza magra, donde resignado suspira y se echa. Cuando le avisan que ya está todo listo se llega a los fondos donde hay un galpón de chapas enmarcado en banderas. Solo catorce personas, esperándolo. Canta, hace su show y todos felices. El Secretario De Cutura está exultante -!Llenamos, llenamos! grita y se abraza con sus colaboradores. El artista, cheque en bolso esta aún de buen humor, levemente herido en su vanidad por la escasa gente. -Perdón, ¿Te parece lleno esto? !Solo catorce personas! -Se ríen y le aclaran: En el pueblo viven 457 personas.

* Era un médico residente de los malos. Nunca acertaba con las emergencias y terminaban paciente y él mismo enredados en la frase peor el remedio que la enfermedad. Diagnosticaba mal, temblaba ante la sangre y sufría mucho. Por eso, a nadie le extrañó esa noche de verano que ante un enfermo con el que no daba en la tecla, lo subiera a un taxi y lo depositara en la guardia de un colega para luego irse en la noche, sin saludar y sin vergüenza.

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