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Domingo, 9 de septiembre de 2012
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Fotografiando la zona

Una vaca adicta

Por Adrián Abonizio
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* En el campo hay una vaca patas arriba hinchada y fenecida. Cuando pregunta al dueño que le sucedió, el tipo, joven citadino devenido en admninistrador alarga. -Ah, era una vaca adicta...tenía el mal de Jimy Hendricks. -¿Y eso que es? -Exceso de droga, reafirma. Y explica que algunas desprevenidas o mal aprendidas comen de un yuyo que contiene sustancias alucinógenas y que posteriormente en sus estómagos, se transforma en un gas venenoso.

* Era el baquiano, el ojeador para los pescadores remotos que llegaban a ese confín de las aguas. Vestía ropa oscura, sucia de terrones y llameaba en su cara un par de lentes de marco plástico duro amarillo, espejados. -Son por como reflejan los pescaus que vamos a sacar, de tan grandes y dorados te dejan ciego. Aquello acrecentaba su fama de narrador insólito y arrancaba sonrisas de aceptación entre los clientes, pero él íntimamemte creía en todas las supersticiones tejidas desde genes inmemoriales.

* En en colectivo que va entrando a la ciudad recién amanecida empiezan a sonar los celulares de alarma para advertir el arribo. Parecen sapitos de múltiples especies dando una serenata del amanecer.

* Cuando el auto entró en trompo, el se afirmó al volante, sacó el pie del acelerador y advirtió que había empezado a dar tumbos. Solo atinó a pensar: -¿Cuándo se termina? ¿Cuándo se termina?. Cuando lo hizo pudo salir por la ventanilla y al rato, sentado en el pasto responderle con humor a la paramédica que llegó brotada de la bruma. -Usted está en shock. Fue como si lo acusara. -No, tengo sentido del humor. -Lo llevo al sanatorio. -No, mi auto se va a quedar solo y se va a poner triste. -!Está en shock, está en shock!, volvió a recriminarle como si se hubiera transformado en un monstruo. -Dame un beso, le pidió a la doctora. Pero ella se quedó, convencida que el chofer se había golpeado en la cabeza y pidió a la policía que lo vigilara. -Servime un trago fuerte o nunca seremos novios, agregó él. Ella lo denunció por acoso.

* Todas las tranqueras son blancas, deduce ella; se lo comenta al criollo que le está arreglando la montura. -Es para espantar al demonio, dice él socarronamente. Luego, le mira los muslos y como al descuido le roza con sus dedos las nalgas, chistando al caballo como distracción. Ella, al regreso, sólo le ordena, frente a su marido que vaya al pueblo y compre una lata de cinco litros de pintura blanca. -Perdón señorita, ¿para qué es?. -Para sus manos, retruca él. Y el aire se puebla de bruma y de cuchillos.

* El mira la gente esperando en el hall del hospital, la cola, el murmullo, la ambulancia entrando. Todo muestra una actividad práctica y eficaz para prevenir la muerte. Salvo el cartel, sucio de tierra donde se lee Hospital. Nunca entraría a ese sitio. Hay detalles que son un todo.

* "Cuando la búsqueda se interrumpe de golpe se transforma en una brúsqueda". La leyenda permanece en un rinconcito del mural tapada, encerrada en graffitis ofensivos a una divisa y dibujos de penes gigantes. El ingenio anónimo ocupa un espacio que no se puede medir, pero es tan sustancioso como un buen libro.

* Está en el bar de siempre, al lado del sanatorio leyendo una nota que anuncia que es el Día Internacional del Ruido. En se momento se produce lo que para él es como un balazo en el pecho, como una explosión: Alguien arrastra la silla sin base de goma y le hace chirriar hasta la dentadura falsa. -Debe estar festejando este boludo, se dice para si con odio.

* Ella camina, siente la sobretarde en la campanadas de la iglesia, donde entra para sentarse un poco y estarse en paz. Frente a la luz de los cirios, en esa catedral de silencio abrumador comprende la revelación que es como una epifanía: Está en pareja no por amor sino para no pensar sí misma. -Como los fieles que vienen a la iglesia, se dice para reconfortarse y olvidar rápidamente, mientras la noche empieza a devorarala junto con la manada que regresa a sus refugios.

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