Nunca conocà su casa, pero siempre la imaginé con un jazmÃn en el frente. Como fileteada en oro, casi irreal, la mujer soñada viajaba sentada en el último asiento del interno 38 de la lÃnea 10, que asomaba su trompa desde el fondo de un túnel de plátanos. SentÃa su presencia con sólo pisar el estribo de aquel micro. Mi viaje consistÃa sólo en mirarla. Nunca le dije nada, mas la llené de besos con mis ojos. La vez que escuché su nombre por casualidad, lo escribà en mi banco, después en carpetas, agendas, árboles. En todos los casos, sin darme cuenta.
Esperaba el franco en la colimba para subirme a ese mundo con ruedas. Me tapaba con la capucha de mi Montgomery para que no adivinara mi situación de conscripto bajo bandera, aunque en aquel momento todo era color verde oliva, adentro y afuera, todo menos ella.
"Alerta roja y destino incierto" fueron las palabras más escuchadas durante el traslado en la noche del 2 de abril. Nos dimos fuerza cantando, adaptando versos en los cánticos que entonábamos en la cancha, maldito fútbol.
En la terrible espera, solÃa escribir cartas a mis padres, amigos y hermana. También le escribà a mi amor. Amanda/ La casa del jazmÃn/ Ciudad Gótica/ PaÃs de No me acuerdo eran los datos del destinatario. Las probabilidades que llegaran a destino eran las mismas para todos los sobres. Me abracé a su nombre como el Quijote a Dulcinea en la pelea contra los molinos de viento. Aguanté lo que pude, pero al final crucé la delgada lÃnea y me perdà en las sombras. Me retiraron del frente una semana antes de la rendición, cuando me hallaron en el medio de la nada escribiendo su nombre en el barro con la punta de mi fusil y esperando el interno 38 que me sacara de aquel infierno.
Volver de noche, derrotados, sin el éxito exigido a cualquier precio, como en la cancha. Maldito fútbol.
Brote psicótico, esquizofrenia, encierro, enfermeras, pastillas, habitaciones sin ventanas. El llanto constante de mi madre, el silencio de mi padre, siempre con ese gesto que parecÃa preceder a una catarata de palabras pero que se quedaba sólo en un movimiento de cabeza. De la mano del tiempo y de un acompañante terapéutico pasé a la categorÃa de ambulatorio. Un único pedido, que no me llevara para el lado del Monumento, pánico a que tomara la misma determinación que tomó el Chiqui. Pobre Chiqui.
¿Qué habrá pasado por la cabeza del burócrata que le cambió los nombres a los colectivos? ¿Habrá pensado que la B, la E, el 218, el 209, el 59 eran nada más que letras y números, que no habÃa un sentido de pertenencia en los hombres y mujeres que viajamos alguna vez en ellos? ¿Que sólo era una cuestión administrativa, de ordenamiento? ¡Pobre tipo! No quise subir al 139, sentà que allà habitaba la nada.
Adrián nunca dejó de visitarme ni de leerme cuentos. Toda una noche quedé pensando en la frase extraÃda del libro que me leyó aquella tarde, "lo esencial es invisible a los ojos". Como el viento, como el amor. Nadie vio al viento pero todos pudimos apreciar sus efectos después de una sudestada. El amor es imposible disimularlo, al igual que la tos. La tos también es un viento, un viento interno que puede traer a un nombre en su remolino. HabÃa escrito Amanda miles de veces en distintos lugares, pero nunca lo habÃa pronunciado. Empecé a decirlo a modo de susurro, a modo de brisa, luego sonó un poco más fuerte, hasta llegar al grito desesperado. La fuerza de su nombre fue como un viento de cola para un velero perdido en alta mar, que logró traerlo de nuevo a la costa. Me fui acercando otra vez a la realidad.
Los médicos y las caras de mis amigos confirmaban mi mejorÃa. Me ayudaron mucho la agrupación de ex combatientes y los trabajos sociales. Llevarles comida caliente en invierno y una frazada a los indigentes me fue calmando. Me hacÃan acordar tanto a mÃ... Ahora soy pasajero de un colectivo de sueños inconclusos, pero no viajo solo.
Llevo bordada en mi camisa una bandera argentina con las islas en el centro y a modo de escarapela luzco su nombre prendido en mi pecho, sobre el corazón, pero del lado de adentro.
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