Uno
Nos ocurrÃa lo mismo. PodÃa intuirlo. Si bien nunca lo dijimos, nunca lo expresamos a viva voz, siempre supe que nos ocurrÃa lo mismo a la hora de dormir. Antes de cerrar los ojos. Antes de embarcarnos en los sueños que, de alguna manera, nos unÃan, en esa cama junto al enorme ventanal a la ciudad, separándonos a la vez. Tan cerca y sin embargo cada uno habrÃa de andar por los caminos de los sueños de cada uno. Cada uno habrÃa de navegar la noche a bordo de su propio barco de sueños. ¿Nos encontrarÃamos en el altamar de cada uno? ¿ZarparÃamos desde ese mismo puerto para regresar a ese mismo puerto? ¿SoñarÃamos el sueño del otro sueño en el propio sueño?
Dos
Nos acostábamos, casi siempre, cuando la medianoche rondaba su ronda de vals entre las sombras. Y en ocasiones, pasada la medianoche, cuando demorábamos alguna copa de un tardÃo fresco, recostados en el sillón de tela color bordó, mientras Leonard Cohen nos retenÃa hermosamente desde Dance me to the end of love. PodrÃa decirse: las demoras en las rutinas del amor. De todos modos y de una u otra manera, llegábamos a la habitación después de reconocer la casa acallada, después de andar a media luz las otras habitaciones, después de constatar los silencios, después de verificar que todo estaba cercano y a salvo.
Tres
Llegábamos juntos al dormitorio. Sentados de espaldas Ãbamos desvistiéndonos. Cada tanto solÃa mirar por sobre mi hombro: me gustaba ver cómo iba quitándose la ropa, la carga del dÃa, las risas con otros, las cuestiones del trabajo, las angustias. Me gustaba ver cómo iba desnudándose. El reloj. Las pulseras. Los anillos. El maquillaje frente al espejo del baño. Desnudándose iba quedando ella en estado puro. Venida de otras palabras ajenas a nosotros, me gustaba ver cómo iba desnudando su voz. Me gustaba ver cómo desnudaba su mirada de todo lo que hubo para mirar. Cuando esto finalmente ocurrÃa, cuando quedaba desnuda completamente, ella giraba la cabeza hacia mÃ. Me miraba. Y mirándome daba luz a ese instante de las sombras. Ella giraba la cabeza y me miraba. Miraba mi mirada de mirarla como sólo ella ha sabido hacerlo. Lo cotidiano de las horas del sueño, inolvidablemente, entre las paredes del amor. DirÃa: mi ella de mà suyo en nosotros para siempre.
Cuatro
En ocasiones hacÃamos ciertos comentarios a modo de desandar suavemente el dÃa. Cerrábamos algunas puertas y dejábamos entreabiertas otras. Cerrábamos algunas puertas del dÃa que acababa y entreabrÃamos otras puertas del dÃa por venir. Orfebres minuciosos del amor. AsÃ. De ese modo. Sobre un paño delicadamente aterciopelado, sobre el que se juegan, únicamente, las mejores cartas, como orfebres minuciosos del amor, jugábamos las mejores cartas. Y como orfebres minuciosos del amor, nos entregábamos a la gran tarea de cada noche: con nuestras manos, con nuestros ojos, con nuestras piernas, con nuestras palabras entrelazadas, con nuestros brazos, con el roce de nuestros pies bajo las sábanas trenzábamos la gran soga con que habrÃan de unirse el dÃa que acababa y el dÃa por venir. Embarcarnos en el sueño, amarrados a esa gruesa soga que trenzábamos cada noche, era el gesto necesario de seguridad para navegar el altamar de cerrar los ojos entregándonos a los abismos del sueño.
Cinco
Mientras trenzábamos la gran soga, una noche, mirándome como sólo ella ha sabido hacerlo, dijo: lo tenemos todo.
Seis
Nos ocurrÃa lo mismo. PodÃa intuirlo. Si bien nunca lo dijimos, nunca lo expresamos a viva voz, siempre supe que nos ocurrÃa lo mismo a la hora de dormir. Y es por eso que trenzábamos la gran soga: tenÃamos miedo. Miedo de separarnos en los sueños. Miedo de perdernos en el altamar de esos sueños de la noche de cada uno. Miedo de no despertar juntos la mañana siguiente. Miedo de no hallarnos la mañana siguiente. Miedo de cerrar los ojos sabiendo que la única manera de no ser ciegos era mirándonos a los ojos.
Siete
La noche cotidiana: trenzábamos la gran soga entre nosotros y nos dormÃamos amarrados a esa seguridad. Y amarrados a esa seguridad, navegábamos juntos los abismos del altamar en los sueños de cada uno hasta la mañana siguiente.
sudeste42@hotmail.com
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.