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Martes, 6 de noviembre de 2012
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Mis días de feria

Un nuevo mundo para el libro

Por Hagar Blau Makaroff
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"El mundo del libro comercial es una parte del mundo del libro, no es el todo", me reconoció con sensatez el librero de Homo Sapiens en una charla de café. Reconocía que hay otro mundo alrededor de los libros y sus lectores, "que está bien que exista", que crece y se expande en Rosario cual sociedad subterránea de conspiradores ciegos de Ernesto Sábato.

Esa otra cosmovisión se plasmó en Rosario en una nueva forma de hacer ferias del libro. Yo ya estaba resignado, desde la última Feria Latinoamericana, a vivir defendiendo delincuentes en los Tribunales, donde la única feria era la de las vacaciones cuando el gran edificio de Pellegrini se cerraba y todos descansábamos de los litigios, legajos, citas y acuerdos sobre historias demasiado reales, demasiado desprovistas de misterios a mis ojos.

Dos años transcurrieron sin penas ni gloria para este humilde observador de ferias cuando recibí una cadena por correo electrónico con la feliz novedad: un grupo editorial independiente llamado Ultimo Recurso se empezó a organizar y convocaba a replicar la experiencia FLIA, una feria independiente de origen porteña.

Lo primero que descubrí cuando llegué a la Plaza San Martín en febrero de 2010 fue que en este tipo de ferias era posible para cualquier buen vecino publicar un libro, ponerlo en circulación sea de forma impresa o digital, en Rosario o en cualquier rincón del mundo. Conocí dibujantes, jóvenes editorialistas, poetas, músicos, familias enteras que vivían de vender sus escritos. La plaza era un hormiguero de niños, ancianos, jóvenes y adultos, todos husmeando y participando en activos debates en cada puesto en el marco de la Feria del Comercio Justo.

Además del libro como gran protagonista, había artesanías, bandas de rock, videos, charlas y talleres, y de fondo sonaba una radio abierta. En un stand de artesanías me crucé con dos chicas muy amables que me empezaron a contar sobre el origen de FLIA Rosario. Una era porteña, tenía el pelo rapado y una rasta oxigenada, y su timbre de voz era cargado de dulzura. Se llamaba Luli A Secas. Recuerdo que me explicó que "a raíz de conocer la experiencia de la FLIA de Capital, tres rosarinos se propusieron traer la feria a la ciudad, y luego de algunas asambleas se lanzó la primer feria en el marco de la Feria de Comercio Justo". Así nació FLIA Rosario.

La otra muchacha era Laurita, una joven periodista con un simpático parecido a Liza Minelli que adujo haberse sumado porque "quería participar en la producción de la cultura de los libros y no sabía cómo hacerlo". FLIA son las siglas de Feria del Libro Independiente. Según Luli A Secas, el agregado de la letra "A" tiene varias acepciones: autogestiva, amiga o alternativa.

Entonces también me enteré que esto era parte de un todo, porque había ferias del libro de FLIA en muchas ciudades argentinas, y hasta en varios países latinoamericanos y europeos, donde los cuatro pilares fundamentales eran: no cobrar a los puesteros, no cobrar entrada, ser una organización horizontal, y no obtener ganancia económica como fin principal. Luego cada ciudad ponía su marca distintiva según su gente y su realidad. Y la rosarina fue armando su sello propio.

Al atardecer de ese día glorioso de verano de mi primer Feria del Libro Independiente, un viejito junto a su esposa se acercó a preguntarle a Laurita si podía vender sus libros él también. "Yo publiqué unos libros de aviadores con un subsidio de la Provincia, pero no tengo dónde ofrecerlos". El anciano y su mujer se sentaron con las reposeras entre los puestos y consiguieron intercambiarlos con escritores jóvenes, y les contaron a los vecinos que pasaban sobre el libro de avioncitos. Esa noche me dormí feliz de haber vuelto a encontrar historias ocultas en las ferias. Como siempre, sólo que ahora parecía que el libro cobraba vida propia con los intercambios.

Pasó medio año solamente cuando se organizó la segunda edición. Fue en el Centro Cultural La Toma, un espacio más reducido pero conocido por sus actividades culturales. Se desarrolló sin demasiada organización, y sin embargo ahí sucedieron cosas fuertes: una mujer rompió bolsa y dio a luz a un varoncito "fliero", dos amigos se dieron cuenta que fueron hechos el uno para el otro, y una caja de Fernet fue abierta por un misterioso transeúnte.

Apenas entré me crucé con artistas que hacían malabares y regalaban sonrisas a los asistentes. Los niños los miraban atónitos, mientras sus padres husmeaban las poesías de los autores que luego serían los más "cotizados" de FLIA Rosario, aunque fueran cordobeses: Ale Raymond y Guillermo de Posfay.

El espacio de la tercera feria FLIA era amplio para que cada asistente se sintiera cómodo entre las columnas, bajo los árboles o en el descampado verde, no muy lejos del monumento al Che. Estábamos en la Plaza Seca, que contrarrestando a La Toma, fue la más organizada. Allí hablé con algunos "flieros" porteños que aducían haber organizado una feria en Melmac, el planeta de Alf el extraterrestre. Hablaban muy convencidos de cómo la 14º edición de FLIA Capital se realizó en dicho planeta y probablemente por la abducción, nadie lo podía recordar.

La cuarta fue en la Plaza Libertad, Ahí vimos cómo crecía la cantidad de gente, sumando sus producciones, paseando o charlando con los puesteros. En esta edición yo ya era parte de la organización, y me hice cargo de coordinar los puestos. Me sorprendía de la concurrencia y el movimiento que había al atardecer del primer día cuando, entre las hileras de libros distribuidos entre las artesanías, la vi con su vestido de flores y su sombrerito de lana. Ese fue mi último y mi mejor descubrimiento: la mujer de mi vida.

La quinta y última FLIA fue en mayo de 2012, nuevamente en la Plaza Seca. Esta vez fuimos con mi mujer y con mi hijo en su vientre. Mi vida llegó al punto máximo de paroxismo, tenía historias para seguir descubriendo en las ferias y una familia a la cual contarle esas historias. Allí nos recomendaron un libro de una escritora española llamada Casilda Rodrigañez Bustos, que hablaba de parto natural y sin dolor. El parto de nuestro hijo fue otro capítulo posterior de mi historia, que ahora no voy a contar.

La asistencia a la Plaza Seca fue descomunal. Había unos cuarenta puesteros, la mayoría rosarinos y algunos otros eran libreros de otras FLIAS del país. Laurita hizo una estimación junto a Manolo, otro organizador, donde calcularon entre 300 y 500 personas entre los dos días de feria. Un éxito rotundo de multiplicación de rosarinos e historias escritas.

Si hago un racconto de mis días de feria debo decir que en los últimos años me encontré con un espacio que, si bien dejaba por fuera a los títulos comerciales, permitía compartir un mate con el editor o con el autor de cada libro. Y el libro, como tal, era producto de una historia artesanal de la que cada uno era parte.

Yo veo a FLIA como una madre que abarca a todos los actores sociales de la cadena del libro. Ojalá la FLIA continúe creciendo con su producción colaborativa y a su vez resurja de las cenizas la Feria tradicional, para que coexistan y se complementen entre bestsellers e incipientes autores de nuevos misterios rosarinos.

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