Imprimir|Regresar a la nota
Viernes, 9 de noviembre de 2012
logo rosario
El bote, 14

El cactus

Por Beatriz Vignoli
/fotos/rosario/20121109/notas_o/8a.jpg

"Le hablé a Dios, pero el cielo estaba vacío".

Sylvia Plath

"La distancia es capaz de hacer comprensible el amor", escribe el pintor con fibra negra sobre el respaldo de la silla. Sobre el asiento de la silla hay puesta una maceta. Plantado en la maceta hay un cactus. El pintor da unos pasos atrás. Desde la distancia contempla lo que ha escrito, mientras inspira una pitada de su cigarrillo. Saborea el tabaco. Piensa.

Piensa que hay una palabra que está mal en la frase. Se pregunta cuál es esa palabra. No sobra nada, nada parece estar fuera de lugar (nada que sea auténtico y genuino está fuera de lugar, se dice el pintor) pero una de las palabras de la frase le hace ruido. El pintor toma de nuevo el fibrón. Va a atacar a esa palabra, cuando descubra cuál es. El error se esconde entre los trazos negros de la frase como soldados desesperados entre la turba.

La distancia. La distancia es lo que es preciso mantener. Según la teoría de la amabilidad, no es amable enunciar un acto futuro positivo del hablante para con el oyente, ya que se pone presión sobre el oyente para que acepte o rechace el acto descrito y es posible que el oyente incurra de este modo en una deuda. Daña también al oyente todo acto de habla que exprese los sentimientos del hablante acerca del oyente o de sus pertenencias. Ejemplos: elogios, expresiones de envidia o de admiración, o expresiones de emociones negativas fuertes tales como odio, ira o lujuria respecto del oyente.

El cactus pincha. El cactus defiende los límites de su espacio. El pintor comprueba esto de la peor manera. Podría haberlo intuido visualmente a distancia, analizando la forma del cactus y la densidad con que se distribuyen sus espinas. Pero lo roza sin querer y se lastima cuando se adelanta a tachar la palabra. La palabra que el pintor tacha es "amor". La reemplaza por "odio". Odia al cactus por haberlo lastimado. En venganza, le apaga el pucho del cigarrillo en la maceta. Invade su espacio. Que sepa lo que es estar herido.

El pintor algo sabe de invasiones. El pintor no está siendo amable con el cactus.

"La distancia es capaz de hacer comprensible el odio", ha escrito el pintor ahora con fibra negra sobre el respaldo de la silla. La frase le gusta. Le saca una foto. La sube.

La foto tiene una luz blanca de mediodía, una luz que es a la vez muy intensa y muy fría: una luz glacial, como desapasionada, pero con la intensidad de las pasiones. Algo en la luz misma le sugiere una distancia. Es una luz austral, piensa el pintor, que no conoce otra luz. Ha nacido al sur de todo y se siente un extranjero en todas partes.

Al pintor le gusta la foto. Dentro de la tonalidad azulada de la luz, el amarillo del filtro semienterrado en la maceta pone un toque de ocre naranja. El azul y el naranja son complementarios. El rojo y el verde también son complementarios, aunque se trate del verde grisáceo del cactus y del rojo terroso de la maceta, que es de plástico pero imita las macetas de barro. La punta del cigarrillo da un acento de blanco. Es una buena foto.

No falta ni sobra nada. Pero alguien, una amiga, comenta la foto: el cigarrillo sobra, dice. El cigarrillo está fuera de lugar. Justo el cigarrillo, que es como el miembro erecto del cactus, que lo humaniza: ese cactus es él, defendiendo su espacio. Ella no lo sabe. Ella ha invadido su espacio al emitir una opinión negativa acerca de una pertenencia suya, justo aquella que lo simboliza en lo más poderoso de su intimidad. Y ella se lo quiere sacar. Él siente vergüenza, mucha vergüenza. Y siente ira. Pero no las expresa.

Ella trata de ser amable: el resto es perfecto, dice. El pintor piensa que así como él ha tachado una palabra, ella también puede sugerirle que castre su cactus. Es castradora. Él ha comenzado a odiarla. Y se defiende. Planta bandera. Le responde que nada que sea auténtico y genuino está fuera de lugar jamás. Ella también planta bandera y le insiste en que saque el pucho de ahí. Dos palabras: "chau pucho". Ella no está siendo amable.

"This will hurt someone's culito very badly", comenta un hombre, en spanglish. De hecho toda la conversación está teniendo lugar en una mezcla de inglés y de spanglish.

El pintor quiere creer que el comentador se refiere al culito de quien vaya a sentarse en esa silla. Nadie sería tan osado o tan estúpido como para sentarse en esa silla. Los demás comentadores que van entrando en la publicación se atienen a la literalidad de lo dicho y aportan comentarios jocosos sobre el desdichado encuentro culo/cactus.

"Pobre cactus", comenta otra mujer. A la otra, la castradora, le gusta este comentario. "Poor culo", retruca de inmediato el comentador. A la que se compadeció del cactus le gusta este comentario. Y dos minutos más tarde, la otra (la que le quiso hacer sacar al pintor el pucho de la maceta del cactus, en adelante denominada la castradora) arremete: "El cactus no tiene opción, esa es la diferencia". Y le agrega una carita sonriente.

Cada miembro adulto de la sociedad desea que sus deseos sean deseables para al menos algunos otros agentes sociales. Cada miembro adulto y competente de la sociedad desea que sus deseos no se vean impedidos por otros agentes sociales. Cada miembro adulto y competente de la sociedad se siente con derecho a sus territorios, a sus espacios, a sus posesiones personales, a que no lo distraigan y a verse libre de imposiciones foráneas.

¿Qué mierda hacés en Facebook un sábado a las 9 de la noche? lo interroga el comentador al pintor. Todo acto de habla que afirme o niegue un acto futuro del oyente genera una presión sobre el oyente para que realice dicho acto o no. Ejemplos: órdenes, pedidos, sugerencias, consejos, recordatorios, advertencias o amenazas. Ni tampoco es amable un acto de habla que exprese la indiferencia del hablante acerca de los límites del espacio social del oyente, todo lo cual podría provocar vergüenza en este último, o bien temor respecto del hablante. Ejemplos: expresiones excesivamente emocionales.

El pintor se defiende: lean lo que he escrito en la silla. Dejá en paz a ese cactus, comenta la segunda comentadora, en adelante denominada la comentadora. Y sigue: ¿Qué dice la primera palabra? No tengo los lentes a mano. El cigarrillo daña tu salud, comenta la comentadora y el pintor le dice que no se ponga a darle consejos, queda mal. Estoy con mi hijo más chico, le explica el pintor al comentador que trata de obligarlo a salir de joda. El pintor se siente como un animal solitario defendiéndose de una jauría.

El pintor les escribe que mientras tanto el cactus pide clemencia. Y que la primera palabra de lo que él ha escrito con fibrón negro en el respaldo de la silla es "distance".

El amor es el cactus y por eso estoy tratando de matarlo; a lo mejor estamos varados en él, escribe el pintor. Y recuerda el bote, el bote que le robaron cuando tenía trece años.

Pero no dice nada de eso. No sería amable hablar de eso. Los restos de su bote en el campo minado, su padre peleando en la última batalla contra los invasores a los que había espiado, la ametralladora a la que luego de la rendición dejaron apuntando hacia su casa como si su casa tuviera la culpa. Como si su cactus tuviera la culpa de todo.

El cactus atrapado. Varado en su maceta mientras el pintor lo asesina. ¿Rezan los cactus? Así rezan los cactus: "Le hablé a Dios, pero el cielo estaba vacío". Cielo vacío, tierra arrasada, anota mentalmente el pintor para otro cuadro. Y se va a dormir. A la mañana siguiente, ha olvidado la frase. Pero se acuerda de sacar el pucho del cactus.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.