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Ella era despistada y a los apurones transcurrÃa su vida de saltos. Iba por la calle y un tipo desde una bicicleta le preguntó si se casaba. Al darse vuelta descubrió horrrorizada que, enganchado de su pantalón de fibrana, un rollo de higiénico la venÃa siguiendo por treinta metros como la cola de una novia. HabÃa ido al baño apurada y el papel sin cortar, como un perro o una serpiente de papel, la andaba rastreando sin abandonarla.
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Che, ¿antes las cosas eran mejores, duraban más o ahora uno es más descuidado?, pregunta el tipo más indolente de la tierra mientras que con su mano aplasta inadvertidamente un estuche de lentes francés y acaba de pisarle la cola al minino del estudio, que sale corriendo como si hubiese aparecido Lucifer con cara de perro.
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La pelÃcula era de los tiempos del celuloide. Ese oscuro objeto del deseo, mezcla temporal, saltos en el tiempo y una mujer que deja de ser una para ser otra naturalmente por obra y gracias al director amante del surrealismo, quien jugaba con la idea del cambio del rol sin aviso. El proyectorista era distraÃdo y esa vez lo coronó: mandó el rollo cuatro en lugar del tres y el seis antes del cinco. Confusión total. A la salida, bajó por la escalera caracol y oyó los comentarios del público que se estaba retirando. Ninguno se quejó ni advirtió la burrada. Uno, de barbita y pelo largo, le dijo a su novia: "Es extraordinario cómo juega con el tiempo Buñuel". "Sà --corroboró ella--, es re mágico".
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El padre e hijo van en auto.
¿Papá no te diste cuenta?
¿De qué cosa hijo?, dice el chofer abstraÃdo en el tránsito espantoso.
Cuidamos el medio ambiente, está escrito en ese camión de la basura. Hace una pausa el pibe y continúa rematando: Cuidan el medio ambiente, el otro medio lo llenan de humo tóxico, dice apuntando con el dedo la nube espesa que deja al mamarracho municipal.
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TenÃa fama de distraÃdo y ello lo salvó. Llegó de noche y, entrando por la ventana grande del living para no hacer ruido, se metió en la pieza, se desnudó y se acostó suavemente para no despertar a su esposa. El dÃa, los gritos, desaletargaron a la pareja que habÃa dormido junta sin saberlo y el auténtico marido es quien ahora se encontraba en la habitación a punto de degollarlos. Los durmientes gritaron de espanto al verse en la misma cama y ello convenció al recién llegado. La irrupción de la esposa del que habÃa entrado por error a la habitación equivocada agravó el cuadro, pero la calmaron: en ese barrio de casitas de empleados todas iguales era posible la equivocación. Y no corrió sangre.
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Señora, ¿qué anda buscando?, se acercó solÃcito el vendedor.
Ella se acomodó un mechón de su cara pecosa y contempló el solazo afuera que no la dejaba, ni aún sentada, ver el ambiente que la rodeaba. Estaba acomodada en una mesita oscura, resollando por el calor.
Un café por favor y una jarra helada de agua, contestó.
El tipo se quedó mirándola. "Un vaso de agua le puedo traer --contestó--, pero café no tenemos, señora". Ella levantó la cabeza y firmemente la claridad le hizo comprender el haber confundido un bar con una mueblerÃa de ocasión.
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El pibe, un Monzón flaco, recibió orden de lavar el importado varado como un caballito flamante en la puerta del restaurant. Lo hizo con delicadeza y deslizando pasta fina sobre la carrocerÃa: fue su mejor obra. Luego se quedó a unos metros, vigilando el movimiento. Salió entonces una pareja desconocida que se subió al auto recién hermoseado y alcanzó a oÃr que ella aseguraba: "Este lugar es divino, hasta te embellecen el auto". Y él, afirmando con la cabeza, salió arando.
El, pibe, comprobó que habÃa lavado el auto equivocado, gratis, por culpa de su distracción.
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Para subir a un ómnibus se lo debe hacer tomando el pasamanos derecho y se efectúa el giro. Si uno penetra por izquierda es exactamente al revés. Antonio, enamorado y distraÃdo producto de ese amor que ya lo estaba besando en la parada mientras al colectivo se detenÃa, hizo todo mal. Tomó el izquierdo pensando que estaba tomando el derecho y de un impulso quedó estrellado contra la chapa. Mosca aplastada en la calle, fue socorrido y de aquella distracción le quedó una esposa y un diente menos.
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HabÃa un momento único, una tregua de los sentidos en que el pibe entraba en una dimensión donde no habÃa luz, ni sonido ni pena. Todo se suspendÃa como una pluma en el aire que no terminase de caer. En ese instante era genio, salvador de almas, vidente, poeta, santo, viajero cósmico. Le agarraba en cualquier lado y duraba minutos.
- ¿Vos me estás escuchando lo que te acabo de decir?, lo retaba la madre.
- Alumno OrtÃz ¿en qué piensa que no presta atención? DÃgalo en voz alta asà lo compartimos?, zumbaba la maestra.
- Maleducado te estoy hablando, cacareaba la abuela.
Ignoraban todo sobre el universo de lo invisible. "Por eso sufren", pensó el pibe, y descendió con suavidad, lentamente, a la tierra, como la pluma roja que ya estaba siendo su cuerpo todo.
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