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Sábado, 4 de mayo de 2013
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Andrea Doria

Por Miriam Cairo
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Una que pupila se pregunta si ya no será demasiado tarde.

Otro que ficciona le ofrece algo de beber.

Nosotros vemos y escuchamos, lo que ellos nos proponen mirar y oír.

--La noche es una demandante, dice Una que pupila.

--Si la noche fuera mar serías el Andrea Doria, agrega Otro que ficciona.

Con el agua del mar entrando y saliendo de la noche, Una y Otro se pasan las horas contando historias antiguas y triviales que esta vez no escuchamos, pero intuimos, pues ya lo ha dicho Otro: son antiguas y triviales. Y también, porque en cada palabra no dicha subyace la incandescencia del crepúsculo.

A nosotros no se nos escapa ningún detalle.

Una insiste.

Vuelve a preguntarse si ya no será demasiado tarde para que Otro oropele. Y Otro oropela. Otro dice lo que Una necesita escuchar:

-﷓Todavía hay tiempo para seguir esperando.

A algunos de nosotros, la palabra esperar nos lleva a la palabra esperanza, pero otros de nosotros hace click con el botón derecho del mouse y busca significados opuestos. El botón les dice: "hacer tiempo", "dar tiempo al tiempo", "ir al encuentro", "estar por". Y no muy satisfechos vuelven adonde estamos nosotros, porque son parte de nosotros, aunque se nieguen a ir adonde nosotros vamos con la palabra esperar, porque algunos de nosotros creen que alguna vez han esperado en vano.

Otro que ficciona tiene una loca manera de representar el yo y el otro, por lo que nunca lo convocarán a la Feria del Libro, ya que no hay editor que vea un mercado consumidor para este maniático juego de trasposición. Y si acaso el editor tomara coraje, mucho más penosa sería la tarea del librero, incapacitado de hacer un cartel de promoción que diga: "Ultimo libro de Otro", aunque el problema no está en el nombre, porque nombres hay muchos, sino que la cuestión radica en esa confusión de su escritura que para nosotros no es nada confusa, o, mejor dicho, no es más confusa que nosotros, pero los libreros y los editores y los feriantes, son seres muy diáfanos, muy límpidos, muy claros, y prefieren los ficcionantes de al pan pan y al vino vino, o mejor al vino Toro, porque siempre es necesario un auspiciante.

Obviamente.

Obviamente.

Ahora el que ficciona nos mete dentro de su ficcionar. Nos utiliza. Es un narrador travestido de lector. Somos lectores travestidos de narradores que pensamos lo que él piensa. Y mientras Otro nos cede su lugar, Una que pupila no puede dejar de pupilar.

Otro que ficciona, es cierto, debería ir a la universidad. Debería aprender cómo se representa el yo y el otro en la literatura latinoamericana, pero Otro que ficciona duda de sus propias posibilidades de entrar en el ruedo.

Y mientras Otro que ficciona duda, los que leemos no podemos dejar de leer.

-﷓También la lluvia es muy demandante, agrega Una, sin prestar atención en nosotros, que seguimos aquí esperando el momento en que el que ficciona la desnude. Porque si estamos aquí es porque deseamos ver de una vez por todas las dos rosas de sus senos pupilantes. Si estamos aquí, es porque anhelamos que Otro, y no nosotros, dadas las crueles circunstancias, apoye sus labios donde los tiene que apoyar, en nuestro nombre.

Pero otro es el padecer de Otro.

Otro quiere usar esta página para decir otras cosas. Así siempre ha sido el ficcionar de Otro que ficciona. Nos muestra el almíbar mientras por debajo nos dice otras cosas. Pone arriba lo de abajo y abajo lo de arriba. Nos vemos envueltos en un 69 infinito donde la que pupila y el que ficciona somos nosotros, o nosotros somos los que ficcionamos y pupilamos a través del pupilar de Una y de las palabras que escribe Otro.

Como sea.

Todavía no desnudó la rosa de los senos.

Todavía no.

Si le llenara de nuevo la copa, tal vez Otro que ficciona podría acercarse, rodear los hombros de Una, y decirle: "hay una clase de esperantes que sólo desea esperar, en ello radica su motivo". Pero Otro no lo dice, porque se enfrenta, por enésima vez con el diccionario, que no ofrece la palabra precisa para su ficcionar.

En medio de sus neologismos, con el perfume de las rosas apenas sugerido por nuestro deseo, volvemos otra vez al relato.

-﷓Ya me has dicho alguna vez que hay una clase de buscadores que no gusta de encontrar lo buscado, dice Una que pupila tomando el último sorbo de vino.

-﷓Sí -﷓confirma Otro que ficciona, mientras vuelve a llenar la copa-﷓. En realidad, había escrito "buscadores que no gustan encontrar lo que está perdido", pero me gusta mucho más cómo lo has dicho vos.

Y al decir esto, Otro sonríe de un modo tan cautivador, que Una, espontáneamente apoya la cabeza sobre el hombro de Otro. Y Otro hace el primer movimiento de los labios, que luego lo llevará al otro movimiento de los labios, y con la misma dulzura hará el otro movimiento, que nos coloca siempre en el mejor lugar: labios que se mueven dentro de nuestros propios labios.

Mientras nos dejamos llevar por ese sabor de manteca del primer movimiento reconocemos, otra vez, que por debajo de lo que Una dice, hay más de lo que dice. Con el sabor de las rosas, comprendemos que ese buscar sin deseo de encontrar lo buscado, tiene algo que ver con nosotros, con la lectura. Lo cual se confirma, cuando nos llenamos la boca con el sabor de la menta, el humo y la sal del tercer movimiento de los labios.

Hay formas y formas de escribir.

Formas y formas de leer.

Los libreros venden libros para que los buscadores tropiecen con lo que están buscando. Libros donde la literatura encuentra formas doctas para explicar el problema de las representaciones del yo y del otro y de la mar donde se hundió el Andrea Doria.

Pero, sólo en la última página del diario Otro ficciona a Una que pupila, y la oropela hasta hundirnos en sus senos fragantes.

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