Por más esfuerzo que haga no consigo recordar cómo eran las butacas del cine La Perla, aunque sà tengo una idea del edificio, tal vez porque veo -o he visto hace poco fotos con ese frente alto sobre la calle de tierra. Lo que sà recuerdo con un poco más de nitidez son las matinés de los domingo a la tarde, con su pelÃcula del Oeste proyectada en esa pantalla breve, casi de juguete que sin embargo nos conectaba con todos los sueños.
Cuando apareció el cinemascope pulularon las grandes producciones presuntamente históricas -Cleopatra, Ben Hur, Julio Cesar que confundÃan nuestras cabecitas ardorosas y esos héroes se mezclaban con los rudos cowboys del Oeste encarnados por John Wayne, Alan Ladd, Randolph Scott, Henry Fonda, Robert Mitchum, Charles Heston, cuyas hazañas representábamos el resto de los dÃas de la semana.
Más grandecitos también vimos todas las románticas con las grandes estrellas de entonces, Marilyn Monroe, Kim Novak, Deborah Kerr, la imperdible Grace Kelly, luego princesa de Mónaco, como en el mejor cuento de la Cenicienta o al estilo Hollywood con final feliz y a toda orquesta.
Todo esto sin olvidar el cine nacional, que en aquellos tiempos tuvo gran apoyo del Estado ya que el cincuenta por ciento de las pelÃculas que se exhibÃan obligatoriamente eran de industria nacional.
Fue asà como vimos pelÃculas de Pepe Arias, Luis Arata, Hugo del Carril con su sesgo fuertemente social, las de la entrañable Tita Merello o de la gran estrella nativa de entonces, Zully Moreno.
Hasta que no sin asombro un dÃa comenzaron a aparecer aquellas que nos identificaban totalmente: las de fútbol. Aquellas que tal vez con un argumento banal ponÃan en escena, esas Ãntimas y sentidas pasiones a las cuales nosotros rendÃamos un tributo cotidiano, sea en la cancha del club, en la cortada de Pichichello, que estaba frente a mi casa, en los ásperos recreos de mi queridÃsima escuela, la nacional Nº 156 Provincia de Salta.
Las pelÃculas de fútbol de entonces, salvo Pelota de trapo y alguna otra que olvido urdÃan una breve historia, que se enmarcaba con los equipos de Boca Juniors, River Plate o Racing Club como extras privilegiados. Privilegio que era parte nuestra ya que ante la imposibilidad fáctica de verlos en persona y sin televisión masiva todavÃa, nos constituÃa en seres inmensamente felices.
Pelota de trapo, dirigida por Armando Bo, joven aún, cuyo fÃsico poco atlético no desentonaba con los profesionales de entonces, más adictos a los tallarines que a los entrenamientos, que no existÃan.
Un párrafo aparte merece la figura de Luis Sandrini, un actor cómico que venÃa del circo, pero que logró concitar muchÃsimas adhesión porque armaba personajes que siempre reunÃan un cóctel infalible: ingenuidad, generosidad, y un raro talento para unir su veta cómica que se podÃa mutar en dramática cuando uno menos lo esperara.
Luis Sandrini también tuvo -no podÃa ser de otro modo su pelÃcula con el más popular de los deportes. Y él era sobre todo un sÃmbolo de las clases populares. La pelÃcula se llamó El cañonero de Giles y borrosamente creo recordar que a su condición de seguro patadura agregaba un potente shot, como decÃa entonces el periodismo deportivo, para compensar su torpeza en el manejo de la pelota. Un Sandrini hábil, no hubiera sido creÃble, ya que en todas sus pelÃculas era casi su condición de ternura, o uno sus componentes más significativos.
Otra pelÃcula que recuerdo de aquellos tiempos es El Hincha, donde un DiscepolÃn muy histriónico, dramatiza hasta el exceso su pasión de parcial del Club de sus amores. La actriz que lo secunda (su novia en la pelÃcula) creo recordar a Diana Maggi, quien luego llegó a hacer papeles humorÃsticos en la televisión en los años setenta.
No creo comentar una obviedad al recalcar que este tipo de pelÃculas de fútbol y nacionales, fueron las que más nos sedujeron en aquellos años primigenios, donde la matriz de los recuerdos permanece virgen y pronta a marcar en ella toda la primera vez ineludible y única, como supo escribir Pavese para siempre.
Porque justamente, las pelÃculas de fútbol no necesitaban ser representadas o mimadas, es decir pasibles a ser imitadas en la gramilla breve de la cortada. Las pelÃcula de fútbol, eran junto a la revista El Gráfico que yo le iba a comprar a mi viejo al tren que llegaba de Rosario y nuestra propia práctica diaria, toda nuestra vida de chicos muy pobres.
Posteriormente vimos en los informativos de entonces -Sucesos argentinos y panamericanos- que se pasaban en los intervalos entre una pelÃcula y otra (se daban sólo dos en mi pueblo) la manera de jugar en otros paÃses. Instantáneas de imágenes podrÃamos decir ahora.
Pero un domingo vimos unas escenas de una final por el campeonato en la entonces Unión Soviética. Maravillados vimos cómo el DÃnamo de Moscú, apabulló, mejor dicho humilló, a su rival con pases no de baile, como estábamos acostumbrados, sino de atletas que con pases milimétricos y a una velocidad que nunca habÃamos imaginados. El clima fantasmagórico se nos aparecÃa también porque jugaban rodeados de nieve, con guantes, el DÃnamo con sus impecables equipos blancos como esa misma nieve que estaba en las tribunas y en los árboles de los costados. EntusiasmadÃsimos tratamos de imitarlos en nuestros picados de la tarde, luego de la escuela. Esa supuesta imitación, esa representación un poco grotesca y lejana de la cual el DÃnamo nunca se enteró estaba apoyada o alentada por nuestros gritos.
Como el DÃnamo de Moscú. ¡Como el DÃnamo de Moscú!
Lo que nosotros no sabÃamos es que fue como el principio de la pérdida de la inocencia.
El fútbol nunca más serÃa lo que fue, se transformarÃa en esto que tenemos hoy.
Es lo que hay repiten los jóvenes con un pragmatismo de época que no permite réplica.
Esto que escribo aparece en el recuerdo nÃtido como ese atardecer en que salimos del cine, asombrados por esas flechas blancas que desde muy lejos -tan lejos como no imaginábamos aún, corrÃan detrás de una pelota todos rodeados de nieve.
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