En algun punto imaginario, muy imaginario de la historia, la vida de Santiago SantamarÃa pudo cruzarse con el espÃritu de MarÃa Antonieta. Describe la leyenda a la que fue Reina de Francia y esposa de Luis XVI, como a una mujer despegada de la etiqueta francesa, ejemplo del desenfreno borbónico, proclive a las extravagancias y los placeres.
Cultivó la amistad de todas las dinastÃas cuyos integrantes se afincaban en las regiones de La Champagne. Uno de los casos Florens Louis Heidsieck (Henri Piper), que logró imponer su vino espumante nada menos que en la Corte de Francia. Una copa bastó para que Antonieta lo albergara mucho tiempo en su infinita sensualidad. La Champagne es la zona mas rica de Francia y su ciudad principal, Reims, cuenta con la burguesÃa encandilante del paÃs. Bastante mas de un siglo y medio después que la Reina muriera guillotinada deambuló por esa geografÃa "Cucurucho", un apodo brotado del humor de Marito Sanabria, no únicamente por el tamaño de su boca: también por su manera de gozar de los placeres, sin privaciones, a lo grande, con un temple burgués diferente del que habÃan mostrado los revolucionarios que acabaron con Antonieta.
A SantamarÃa le quedó grabado de su paso por Francia (197479), sobre todo, la buena vida. Aunque nunca olvidó dos referencias menos hedonistas: las catedrales de Estrasburgo, donde alguna vez Charles De Gaulle y Honrad Adenauer sellaron la reconciliación francogermana después de la segunda guerra y la de Reims, una de las mas bellas de Francia, célebre por el "Angel de la Sonrisa". Su adoración perduró mas, sin embargo por los viñedos, los quesos de la campiña o la ropa de alta costura que, sin globalización de por medio, resultaba imposible que llegaran a la Argentina. Aterrizó con un vocabulario francés similar al de un bebe de dos meses pero fue recibido por expertos: ya estaban en el Reims, Carlos Bianchi, cinco veces goleador y propietario del bronce, y Cesar Laraignee, aquel seis corpulento con aire principesco de River, que recaló en Europa ayudado por su fútbol pero también por su origen.
"Cucurucho" admiró a Bianchi incluso mas que los propios franceses y lo elevó hasta la categorÃa de actor de la leyenda de la toma de la Bastilla: por su condición de goleador, el ex centrodelantero y mÃster de Vélez, llegó a ilustrar con su cara las botellas de champagne que una firma lanzó en su reconocimiento.
Eran como el dÃa y la noche. Bianchi austero y recatado, pensando siempre en el entrenamiento del dÃa después. SantamarÃa tentado de ir a Lido cada vez que andaba cerca de ParÃs o añorando también la libertad y los primeros tiempos de su aparición en Newell's. Bastante antes de su debut en primera -con un gol de triunfo a Néstor Errea, de Banfield- "Cucurucho" esperaba ansioso el último ejercicio de la práctica para volar con su amigo, el negro Rebottaro, otros de los campeones de Newell's hasta el cine San MartÃn de Rosario, por San MartÃn al fondo, donde la triada habitual de pelÃculas del far best era cruzada por una guerra clandestina de huevos y orina que desataban los espectadores adolescentes y rebeldes.
La noche sin trasnoche francesa remontaba su imaginación a las huidas silenciosas a bailar con sus compañeros del Newell's del 74. No tuvo que esperar toda la vida para repetir ese gusto: en 1979 aquel plantel que dirigÃa el uruguayo Luis Cubillas se reunÃa los miércoles con rigor religioso en un asado magro que sólo incluÃa carne, una ensalada y una botella de agua. Después la tenida continuaba hasta el amanecer en el pool Puerto de Palos antes de recuperar la compostura para el partido de fin de semana. A SantamarÃa le costaba muy poco. Su molde de petiso y barrigón llamaba a engaño: hasta Pizzuti cuando se encaminaba sin saberlo hacia la gloria del "equipo de José" lo habÃa desechado una vez después de una mirada por su cuerpo. El secreto estaba en sus pies. De allà nacÃa la cancha y se iluminaba el juego. Tarde, el mismo Pizutti se dio cuenta: lo llevó a la selección para jugar la minicopa en Brasil en 1972. Siempre sobre la raya, "Cucurucho" controlaba las dos piernas como si fuera una. Arrancaba y frenaba, se paraba como zurdo o diestro y provocaba duelo de "caños" con sus marcadores. Fueron memorables los suyos con el uruguayo centralista Jorge González. La primera vez que se enfrentó con el "chivo" Pavón, un tres de Independiente que hizo historia, le dibujó una bicicleta. En la jugada siguiente tiró un sombrero, pero en el tercer encuentro se estrelló con el Ãmpetu del defendor y quedó flameando del alambrado.
Hasta esa cima trepó en 1974 cuando Newell's festejó en cancha de Central su primer campeonato. Fue el leproso que más goles convirtió en los clásicos. En febrero de aquel año convirtió dos de una goleada de cuatro inolvidable: su cenit lo alcanzó en mayo de 1982 cuando en el Parque, Newell's caÃa 10 y faltaban diez minutos. Tiro libre: SantamarÃa, de izquierda, al segundo palo para empatar. Tres minutos después, penal: SantamarÃa de derecha, ridiculizando el vuelo de Carnevali.
Corrió enloquecido hasta la hinchada de Central que lo habÃa hostilizado y se vengó con un corte de manga. Los canallas hubiesen dado todo por tener aquella guillotina con que fue decapitada MarÃa Antonieta. Debieron resignarse a ver como SantamarÃa terminaba de levantar ese monumento al fútbol que siempre llevó a cuestas.
* Del libro La vida en Rojo y Negro. Ed. Catálogos.
Cucurucho SantamarÃa murió el sábado pasado, a los 60 años, en Córdoba como consecuencia de una crisis cardÃaca.
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