No importa el lugar de la mesa que elija Juan el bandoneonista para sentarse en las reuniones, esa será la cabecera. Siempre fue asÃ. En los asados mensuales que hacemos desde tiempos remotos con los muchachos los temas livianos son los que imperan. Tal vez como una forma de pedir silencio, el fueyista sabe calar hasta los huesos con alguna reflexión profunda que preceda su concierto. "Nos debemos, los de nuestra generación, una reconversión individual", fue su frase de la última comida. A modo de explicación dijo que para que no nos sigan sorprendiendo ver a dos chicas de la mano o a dos hombres besándose, por más ley que los ampare, si no volvÃamos a los orÃgenes para rastrear nuestra educación, estábamos en el horno. Agregó que nunca nos debÃamos olvidar que crecimos en medio del fascismo y que no tuvimos oportunidad de dudar. Cuando el silencio era total, tomó su jaula llena de pájaros y antes de interpretar el primer tema dijo: "Voy a tocar unos tangos, la letra la pone cada uno, a esta altura creo que todos sabemos que no hay cosa más brutal que el amor". Me fui rumiando la máxima "reconversión individual" y no sé por qué lo asocié con la historia del negro Acosta. El dÃa que la maestra de cuarto grado preguntó qué era lo que querÃamos ser cuando fuéramos adultos, las respuestas fueron variadas. Maestras, doctores, jugadores de fútbol y en mi caso astronauta, son las que recuerdo. Pero la más tajante, segura y contundente de las respuestas la tuvo el negro. "Tener plata". No era usual ver un camión de mudanzas por mi barrio, pero una mañana pasó a cargar los muebles de los Acosta y tomó rumbo al oeste. Lo volvà a ver en la secundaria, parecÃa más grande que yo, muy serio y responsable, con poco tiempo para los juegos. Nunca quiso decir la dirección de su nueva casa, sólo decÃa que estaba cerca de donde daba vuelta el trole. A todos nos pareció lejÃsimo, tal vez por asociarlo con el dicho de "donde el viento pega la vuelta" o quizás porque nunca habÃamos visto girar en "u" a esa especie de gusano eléctrico. Con el tiempo me di cuenta que la meta de mi amigo era la más fácil de lograr y él lo habÃa conseguido. Se recibió de contador muy joven, trabajó dÃa y noche para empresas multinacionales a las que nunca cuestionó con tal de que le dieran lo necesario para cumplir su sueño. Hace poco asistà a una fiesta de egresados, el millonario tuvo que dejar su auto en el estacionamiento por encontrarse muy ebrio. Lo acompañé hasta su mansión y en el trayecto vomitó su dolor junto con el alcohol. Para tranquilizarlo no tuve mejor idea que bajarle un discurso mediocre y mentiroso. "Negrito, ponete bien, no sé de qué te quejás, hay gente que está peor, mirá, tenés tu casa, una familia, tu auto, que más querés". El negro me miró fijo, pareció pasársele la borrachera de repente. "Conseguà todo esto pero a muy alto precio, me siento vacÃo, no puedo sentir", se sinceró. Le toqué bocina más de tres veces cuando lo vi parado la otra mañana en Corrientes y San Juan, pero fue inútil, parecÃa estar mirándose para adentro. Cuando lo vi hacerle señas a la K comprendà que estaba en busca de su reconversión individual. Fue una suerte que no me haya escuchado, no tenÃa tiempo para un viaje tan largo, esa mañana no lo hubiera podido llevar hasta donde da la vuelta el trole.
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