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Domingo, 20 de octubre de 2013
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Fotografiando la Zona

La calle, esa fábula

Por Adrián Abonizio
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* Un viejo camina delante de él, con la espalda curvada de tal manera que de costado parece que ostenta los noventa grados. De atrás, piensa sería imposible acertarle un balazo en la nuca porque desaparece entre los omóplatos. Si algún día la mafia lo quiere concretar sería imposible, deduce él, que lo viene mirando y rememora al rifle sanitario, la muerte digna.

* En la parada de motos el pibe que las vigila se toma muy en serio su empleo al punto tal que las acomoda y cuida como si fuese una tropilla de caballos. Le corre las riendas -el cable de freno- acomoda el volante -la testuz- y en algunas hasta les pone en las ancas una manta de nylon por si cae la garúa, como una montura de protección.

* El estaba en la vereda entrando a su hijo al jardín: Los autos pasaban cerca por la doble fila de algunos padres ignorantes. Entonces lo vió: era la cara del chofer de un taxi más perfectamente sabia en maldad. Hasta le pudo distinguir sus ojos amarillos. Tuvo entonces otro sobresalto: Era la faz de su enemigo de niño, el que le pegó una tarde y ahora volvía como para refrendar su triunfo. De haberlo sabido lo hubiese agarrado por el cuello de la ventanilla, ahora que era campeón de tae kwondo. No sufriría más humillaciones. Cuando la maestra lo saludó estaba blanco como un muerto. La calle se llevó lejos su pasado.

* El portero, Juan, lava con esmero la vereda y luego pasa el trapo de piso. Al escurrirlo uno imagina que en ese agua sucia van los salivazos, las vainas servidas, las lágrimas de amor, la sangre de los muertos de la noche anterior.

* A no ser por los sesos contra el reborde la pared, la sangre del motoquero y la máquina diseminada por las ochavas; la inscripción que ella descubre en un ángulo del cordón puesta con esmero y pudor, la encuentra romántica. "Queremos pan pero también rosas".

* La calle 9 de julio a la hora del anochecer se cierra como el paladar de un oso, con sus hojas altas de plátanos arriba que forman un arco combado perfecto donde no entra ni una estrella ni la luna. Esa misma calle de su infancia, sólo que ahora, más enconada y más vieja ha dejado tejer sus ramas en la altura como para que no entre ni un haz de luz y todo se vuelva tinieblas. "Es mi presente", piensa, porque anda algo deprimido.

* La foto de un reconocido dietólogo y un cartel en papel y un enmarcado que reza: Descenso rápido. Abajo, de antes, de la época de la infernal caída de categoría, una añeja pintada que se mofa de Central y su abismo de la B. Casualidades que un mundo invisible y perfecto en ironías, se empeña en arracimar en la calle para que el presente autor las describa.

* El tipo, un camionero que estuvo en Brasil un año, enganchado en labores portuarias y marinas que le demandaron sudor, mucho insomnio y reales frescos vuelve a la esquina donde antes La Secretaria, un muchacho flaco y hermoso, vestido de dama solía esperarlo y pasar con él la noche entera. La vida le dió otra oportunidad y hoy trabaja en una dependencia del Consejo, sirviendo café, olvidado de prostituirse y del camionero, quien en un antro de Ayacucho al sur se está tomando una botella entera de coñac barata añorándolo.

* Sube la pareja al taxi. La mujer no reconoce al chofer, su vecino, quien descubre en ese instante que la señora porta un amante y oye en medio de un zumbido que lo guían hasta un hotel alojamiento. Por pudor, porque se sabe un hombre, se pasa la bufanda por la cara, se cala más abajo la gorra y no habla hasta llegar, por temor a ser reconocido.

* El negocito parpadea en una languidez de hambre, atendido por una preciosa mujercita invisible que él sólo ve y de quien está enamorado hace años. Cuando recibe una jugosa pensión se acerca una tarde de otoño hasta el mostrador y le ofrece una cifra inesperada. "Lo hago para que usted no trabaje más, nunca más". Y le ofrece matrimonio. La chica asustada, llama al hermano, un grandulón que lo echa del negocio. Evidentemente el mundo siempre le fue adverso, piensa el tipo, mirando por la ventana del bar la calle de donde emergen figuras danzantes como salidas de un hechizo.

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