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Martes, 22 de octubre de 2013
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Herencias maternas: diario público

Por Dahiana Belfiori
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*20 de septiembre: Ayer le leí a mi abuela, luego de varios años de no verla, por esas cosas de la vida. Ayer le leí a mi abuela un texto que escribí y que la tiene a ella como personaje principal de mis fantasías de recuerdos de la niñez. Con sus casi 90 años a mi abuela le cuesta escuchar. Le cuesta mucho escuchar. Tampoco sigue el hilo del relato, de ninguno. Pero mientras le leía ﷓-con mi boca muy cerca de su oído derecho-﷓ sobre los ñoquis que cocinaba para los 29 de cada mes, adiviné una sonrisa en su mirada, como queriendo retener algo de la bola ruidosa que le llegaba. Al final del día, cuando me despedía de ella, me dijo: "gracias por acordarte". Le prometí que le llegaría el texto impreso. Otra vez cruzó la sonrisa y ya no pude contener las lágrimas. Ella tampoco.

*21 de septiembre: Quizás porque mi abuela nunca pudo soltarse en la vida. Quizás porque fueron pequeñas esas liberaciones cotidianas que no le alcanzaron para salir de la casa. Quizás por eso yo no dejo de viajar. La primavera me llega viajando. Hoy de reencuentro con las amigas hermanas cordobesas que me dieron alas.

*30 de septiembre: Hoy hablo de mí y estoy cansada del sube y baja, de los vacíos, de los dolores. Y eso que le pongo onda, mucha onda. No voy a caretearla con que todo está bien. No, no está nada bien. Mi abuela, con la que no pude, no supe dialogar en los últimos años, no está bien. Así es la vida. Implacable con la vida. Yo: un manojo de contradicciones y una bola de nudos en la espalda.

*1 de octubre: Hoy mi abuela se acordó del relato de los ñoquis del 29 que le leí hace diez días y me reprochó que no se lo haya llevado impreso, como si pudiera leer... Hoy festejamos el cumple de mi mamá en la clínica donde está internada mi abuela. Qué se yo. Festejamos a pesar de todo. Siempre hay lugar para la risa, en el medio de las repeticiones infinitas y las ojeras y las lágrimas. Siempre hay tiempo para el encuentro, entre tantos desencuentros.

*2 de octubre: Mi abuela tiene los ojos azules y el pelo rubio. Yo tengo el pelo y los ojos del color de la tierra. Mi abuela no está bien. ¿Quién puede decir que "está bien" en este mundo? Mi abuela es jodida, siempre lo fue. ¿Quién puede decir que no está jodida en este mundo? A mi abuela la quise mucho. La quiero en mi recuerdo de niñez. Ahora, hago algo de lo que ella hizo por mí. Poquito. Este mundo es una mierda con lxs viejxs. Somos una mierda. Soy tan jodida como mi abuela. Finalmente, en algo nos parecemos.

*3 de octubre: Ayer a la noche a la hora en que se cena en los sanatorios, mientras mi abuela intentaba llevar trozos de gelatina a la boca, conversamos un rato. Ella me contaba de San Antonio, el pueblo donde nació y del que tiene los recuerdos más vívidos. Me hablaba de su padre, al que le encantaba silbar; de su madre, que cocinaba como las diosas y de la vida tranquila y feliz que añora en cada entornar de ojos, en cada mirada puesta en un punto fijo, cada vez más frecuentes. No sé cómo me terminó preguntando si estaba casada (ella confunde a todas sus nietas). Le dije que no, que nunca lo haría, y que eso era lo que ella me había enseñado. Se quedó pensando unos segundos y largó una sonora carcajada y me dijo: está muy bien. Y agregó también riéndose pero ya más nostálgica, quizás pensando en mi abuelo: los hombres sirven para un rato. Le dije que quizás podía elegir no estar con un varón. Me dijo, sin dejar de sonreír y con énfasis: ¡bueno, también se usa!

*10 de octubre: He de parirme, he de volverme loca, tan loca que enfurezca de cordura. Con tanta ira escupiré mi propia historia, para que no quede huella de la escuálida y mísera verdad que soy; para que no surja más, nunca más, misericordia de mis huesos. Seré áspera sin concesiones; daré miedo sin proponérmelo; caminaré como si la tierra siempre hubiera sido mía y en mis muslos como piedras tallaré todas las batallas perdidas: mi cuerpo solitario será testigo y testimonio de cada una de mis transformaciones. De lo extraviado, de lo derrochado, del desperdicio haré vida. Mi vida.

*11 de octubre: En Córdoba, ciudad en la que viví más de ocho años, parí mi vida. La moldeé con la fuerza de que da enfrentarse a las cosas por primera vez y por segunda y por tercera. Las repeticiones son mi fuerte, mal que me pese. Aprendí a quererme en las repeticiones y a salir de ellas. Otro viaje a Córdoba en el horizonte de esta noche lluviosa, esta vez para compartir un momento importante para una de esas amigas que me enseñó que siempre es mejor una sonrisa, un chiste, una tarde de mates compartida para continuar el viaje. Otro viaje que me recuerda que siempre estoy volviendo, desde muy pequeña vuelvo a esa ciudad que tiene también en sus calles el eco de los taconeos de mi madre adolescente, de mi madre joven y su eterna añoranza de ese tiempo ido. Tiempo de juventud. Para mi madre y para mí Córdoba es juventud. Y ahora también es abuela que hay que cuidar. ¿Será que tiene la docta una fuente escondida a la que sin saberlo, las tres generaciones, nos acercamos a beber para seguir andando, como quien anda no más?

*12 de octubre: Hay una red tendida de solidaridades y afectos construidos en las luchas. Hay, también, una malla si hace falta en la caída. El feminismo que habito me ha dado grandes compañeras, amigas y hermanas con las que debatimos, nos enojamos, nos alegramos y salimos a la calle con ese empuje en la piel que nos cobija en el mate y en un colchón para descansar en el camino. Córdoba también es eso. Córdoba es eso.

***

Lo bueno de todo,

ella pensaba,

es que los pronósticos no se cumplen.

La tormenta ya había pasado

y ella salía a la vereda

a barrer las hojas caídas.

Todos habían jurado que esas nubes llevarían

al río por medio del pueblo

y que el río se llevaría

todo.

Una cosa traía la otra, según

los comentarios, y justo por donde ella

vivía.

Pero nada pasó.

Y ella salió

agradecida a barrer y a mirar

al río

que lejos pasaba mansito.

Daniel Vega

"Lo bueno de todo es que los pronósticos no se cumplen", dice el artista catamarqueño Daniel Vega, y una se siente agradecida de ser lo que es, y aunque el río allá a lo lejos siga mansito su recorrido, la maternidad no siempre sigue su cause y no siempre es obligatoria y no siempre implica partos biológicos. Entonces una aprende que se sale a la vereda a barrer si se tienen ganas o aprende a subirse a la escoba para dar la vuelta al mundo en los días que dure la vida.

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