A la memoria de Laura Juárez (de sà misma) y de Kaplún
Recuerdo en una siesta de infancia tu respiración y mi mano, aún pequeña, estirada en su Ãndice, recorriendo lentamente ese surco que labraba tu suave piel. Un arco perfecto bordaba tu omóplato, como si un ala se te hubiese desprendido de la espalda. Y mientras mi dedo asombrado hilvanaba la pregunta sobre su origen, vos comenzaste a narrar la historia de tus 16 años, en Córdoba, la tuberculosis y la intervención. Historia de la promesa de una minúscula marca que quedarÃa luego de colapsar ese antiguo dolor que te horadaba.
En el silencio que devino tras tu relato, imaginé el ahogado asombro al descubrir esa mella, profunda y carmesÃ, que volvió tu cuerpo imperfecto y vulnerable.
Ese dÃa descubrà que yo era el fruto de tu entrega a un hombre: él pudo abrazarte y sentir tu primera cicatriz, sin dejar de percibirte bella e intensa.
Tiempo después, comprendà que otra herida más sutil, y no por eso menos honda, se habÃa inscripto con la fuerza de una sentencia. La a veces loca arrogancia del dictamen médico. Crecà con tu continua despedida de: "Mirá que cuando yo no esté...". Recordaba una y otra vez cuánto te pesaron esas palabras que habÃan decretado la exacta medida de tus dÃas.
Y otra vez me enseñaste de la entrega a un hombre: él creyó, junto a vos, en la naturaleza expansiva del amor, que vence a los más tristes augures y las más soberbias certezas.
Fuiste mi primera incógnita, mi primer razonamiento, y llegué a descubrir, no sin cierta inocencia, tu tercera marca. La menos personal y, sin embargo, la más dolorosa al punto de dejarte muda. Sin aliento. HabÃa una cuenta sin cerrar, la que medÃa la distancia entre tu belleza y el encuentro con tu compañero. AsÃ, revolviendo papeles, hallé el que describÃa tu estado civil: divorciada. Mi pregunta te enojó como si hubiera abierto la caja de Pandora y ese estado fuera una descripción quÃmica de la putrefacción. Entonces comprendà que no habÃas podido superar la cicatriz. La social. La condena por haberte animado a ser fiel a vos. Y, algo olÃa mal, pero no era tu decisión, sino la lastimadura de aquellos que prefieren la apariencia a la verdad.
Aprendà entonces que las uniones nada tienen que ver con los papeles, pero la sociedad los reclama, aunque el corazón sea al mejor "documento inalterable".
Por eso, en esta primavera primera en que pienso con mis hijos las vacaciones tras mi separación, me asombra que, en un club de rÃo de nuestra ciudad, me digan que sin un hombre no se conforma un grupo familiar. Que sin libreta no están a cargo mÃo y, por lo tanto, no puedo recibir el beneficio que se da a quienes sà la tienen.
DeberÃa salir a buscar un hombre sólo para que remar(la) no sean tan costoso? Pensándolo mejor, no sé si quiero navegar ese rÃo. Prefiero el tuyo, madre, un rÃo que lleva "tres heridas, la de la vida, la de la muerte y la del amor".
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.