* El festejaba los cumpleaños de su hijo de diez años en su casa quinta, invitando a los papás a suculentas comidas y a un dÃa largo de esparcimientos y gustos caros. Un remise de su empresa los pasaba a buscar y los depositaba luego en sus casas. Miraba y pensaba sin rencor: "A aquel le conseguà trabajo, a aquel un auto usado, a aquel un préstamo que no devolvió". Y asÃ. Compraba la companÃa de su hijo con las rupias de su empresa millonaria: Era un viudo equivocado, emprendedor y temeroso de la soledad del mundo, de su hijo, de él mismo. Estaba loco, abrumado y no le habÃan avisado.
* El juego era peligroso pero aún no habÃa habido muertos: ConsistÃa en invadir algún botiquÃn de tÃa o abuela perdida y consumir al voleo lo que habÃa y esperar sus resultados. Grandes mareos, vómitos y extrañas sombras ante sus ojos fueron el resultado. Eran jovencitos idiotas sin drogas en un mundo de dictadura, leyendas alucinógenas, transculturización y pobreza.
* La mamá de su amigo semi abandonada en aquella casa de altos sufrÃa depresiones y convulsiones varias. Mala medicación, mala vida, mala salud. Un dÃa la sorprendió con un cable de luz viejo intentando ahorcarse frente al espejo. Le dijo con suavidad. "Pero Olga, asà no lo podrá hacer nunca: Uno mismo al verse sin aire suelta la piola". "Ah", dijo ella y se sonrió con una no muy fea sonrisa. El le aconsejó ir caminando hasta el rÃo y tirarse al fondo. "El agua está frÃa y no sé nadar", respondió ella con la lógica pura que ostentan los locos.
* La única vez que se asustó de verdad porque se sintió loco fue cuando por dÃas, dÃas largos como julios de lluvia o modorra de muerte, se dedicó a no existir, no podÃa vibrar nada, ni odio, ni amor. Se quemó con cigarrillos los brazos para ver si reaccionaba. Jugaba partidos terribles con delincuentes borrachos. Apostaba a caminar por el borde de los edificios. Una mañana luego de despertarse la pesadilla terminó y entendió el mundo de lápida que conllevan y cargan los locos: No poder sentir.
* Los inquisidores, los torturadores efectivos o intelectuales necesitan imbuir a la tropa de un miedo horroroso. Encarnar al mal, a la peste, a la mierda. Por eso, al rival hay que matarlo, martirizarlo, lastimarlo y desecharlo. Cuando él, ya alejado de esas cuestiones y dándose cuenta que el temor a Dios y la defensa de la Patria eran una villanÃa y un engaño, se deprimió hasta dejarse morir. Pasó sus últimos dÃas encerrado en un gallinero sucio, entre el guano de los animales, sin poder hablar ni ordenar nada. El, quien fuera un Capitán de la Nación Argentina que combatiera con fiereza a la subversión apátrida no recibió ni una visita. Ni granza ni agua le alcanzaron.
* "Es fiera la locura, señorita", confiesa el hombrón santiagueño en una salita de Oliveros, cuando el café que ella le ha servido ya está tibio y se puede tomar de a sorbos. "Al principio yo veÃa carretas y carretones que cruzaban un rÃo seco y sentÃa que se le iban a romper las ruedas y gritaba y gritaba en sueños para que no pasara eso. Endispué, con las pastillas eso se me jué. Y ahora, las carretas siguen todavÃa más pero veo venir siempre un hilito de agua para que no se ruempan", aclara don Hilario, alto, despojado de todo y recto como un eucaliptus. Nadie sabe de dónde es, sólo sueña con su majada de carretas a las que debe guiar hasta que el último aliento se lo lleve.
* "Mi amor, quisiera que toda esta locura tuya desaparezca, que la bruma que te envuelve se diluya y puedas ver, verme, verte como sos, como somos en realidad y entender que debo liberarme de esta guarda que me aferra a que no te caigas al precipicio. Es mi cometido, mi exploración, mi orden. Lo entendà y no caeré con vos, pero tampoco permitiré que te caigas sola. A veces quisiera que desaparezcas de mi vida pero es como abandonarte. Yo debo estar más loco que vos porque dejo que creas que esto es amor, yo creo que es una misión, la misión con la que vine desde antes del fondo de los tiempos", escribió él en su cuaderno para quien develara ese enigma y lograra entenderlo al fin antes del fin.
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