* Taxista de pura cepa, habÃa aprendido a andar por el borde de la calle, en ese desnivel cerca de la acera. Le ganaba treinta centÃmetros al tránsito y pasaba milimétrico, raspando casi a los demás, pero pasaba. Era un campeón de lo sutil. Por las noches luego de un baño iba al club del casÃn donde también era el rey. Otras sutilezas se le escapaban, por ello no admitÃa mujeres, companÃas ni salidas. VivÃa para el borde, sólo para el borde y en los bordes, entre el arte y el riesgo de la soledad.
* Su mejor perfomance como artista del pánico fue abandonar en plena General Paz un maniquà de mujer vestida, tirado y quedarse en una de las salidas, con las luces del auto apagadas y ver como el tránsito enloquecÃa por aquella muerta teatral, por aquella arrollada ficticia que todos lamentaban, esquivaban presurosos de ser culpables y los que huÃan, aún pisándola, sin detenerse al costado.
* HabÃa finalmente aprendido a conducir en plena selva y sin jactarse para no ser juzgado como un cerdo insensible cometÃa salvajadas e impertinencias que lo salvaban de los embrollos, los rozes y las puteadas. Era ya un guerrero. Sin ley ni principios. Un superviviente anexo y cerebral, ideal para el frente de batalla de chapas, volantes y esquinas. Un dÃa, un atardecer atropelló a alguien y ni se detuvo. Nunca quiso enterarse. El paragolpes, una leve hendidura. "Esto es matar?", se preguntó absorto. Al otro dÃa no hojeó el diario y se mantuvo al margen de las noticias televisivas.
* CumplÃa 56 años y se pegó un bollo en Circunvalación que dejó hecho pedazos a su auto y él sin una magulladura. Cuando salió del cubÃculo cuasi mortuorio intacto y locuaz pensaron que estaba en shock. No, estaba festejando que se habÃa salvado. El dÃa era frÃo y dos vecinas se acercaron. "Es verdad que cumple años hoy?". El afirmó con una sonrisa. Cuando lo confirmó en vez de ofrecerle un café, un mate, salió disparada hacia otra comadrona al grito: "!El 56! !La caÃda!, !Jugala Toti, jugala que está por cerrar!". Eran las cinco de la tarde. Salió a primera en la nocturna. "Ojalá que la hayan jugado en la vespertina", pensó con rencor porque recordaba la ausencia de cordialidad de las brujas.
* Es extraordinario lo gestual entre los conductores. Por ejemplo al atravesar una arteria, cada cual pone su trompa a modo de extensión de su cuerpo y aquel que llegue primero, casi rozando en cámara lenta, pasa. Lo importante es la mirada: Te esquivo, pasé primero, sos un gil, cuidate, Qué te pasa boludo que asomás asà el auto? Eso narran las caras encontradas en una esquina.
* Estacionó como pudo, embretado entre una camioneta y un autito gris. Tocó imperceptible a la primera. Se bajó un animal de dos metros dispuesto a pedir explicaciones y algo de su sangre porque arrancó asÃ: "Qué te pasa, boludo? Nadie te enseñó a estacionar?". El descendió y se jugó la carta: "En principio soy un boludo genial, segundo mi papá me enseñó a estacionar y tercero, bueno tercero ya te digo". El monstruo estaba cerca de su cara, pero él cerró. "Tercero, digo, si me agarrás me destrozás asà que pensalo bien porque te vas a salpicar de sangre con sida Me entendés?". El ogro se paralizó y con un movimiento de cabeza se fue. Para el que lo vió de lejos dió toda la impresión que lo habÃa desafiado y habÃalo hecho huir.
* El dÃa que se mató Julio Sosa en la calle él vió llorar abrazadas a tres vecinas. "!Murió hecho un nudo alrededor de la columna esa!". Fue la frase que más lo conmovió. Fue de manera tan gráfica que por la noche tuvo pesadillas con cantores gigantescos como los cabezudos de las comparsas y nudos terribles que los ahorcaban mientras gemÃan al tango Nada.
* Sucede en los años sesenta. La señora Julia, esposa del contador sale de compras con su auto gris, rodete al spray y además de ir pintada como una alternadora fuma en boquilla. Todo un cuadro para que el barrio entero hable. "Y..... una mujer que sale con el auto sola puede hacer lo que quiera y el marido ni se entera", decÃa Don Carlos el de los cepillos y todos asentÃan como testigos de un crimen.0
* Antes, cuando los automóviles eran artesanales a veces ocurrÃa que se terminaban pareciendo a la cara de sus dueños. De chico, él y sus amigos lo pudieron comprobar, pero los adultos pensaban que eran pavadas. Pobres de ellos, sin humor absurdo y sin carrocerÃas impresas en sus rostros. Nunca tendrÃan un auto, por eso hablaban. Por rencor de sumergidos. Por envidia.
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