8. Y nunca fui tan feliz. ¿Qué es lo que hace que parezca real la vida? Me desperté pensando en eso hoy. Y al encender la luz, él ya no estaba. Me levanté, preparé té y, mordiendo una tostada, pedà un deseo. Pero entonces abrà bien los ojos y vi todo más claro: él estaba ahÃ, y ya no se irÃa. "Por favor, amor, no te vayas..." Me pareció que se reirÃa y se lo dije: "Si te vas, si me dejás, me mato". Nada me ata a él, y como si pudiera tocarlo, con sólo alargar la mano lo toco; él me hace un gesto y los dos asentimos. Quizá de verdad fuese asÃ. Por la tarde merendamos; ¡disfrutamos tanto de nuestra intimidad! "No te muevas... ¡Listo!". Es sabido que una parte de nosotros no nos pertenece. En mi caso particular, esa parte mÃa le pertenece a él. Pero a veces me siento muy triste, por más que lo intento no logro que él se involucre tan intensamente como lo estoy yo en nuestra relación. Su malestar no es ninguna novedad para mÃ, y en todas partes me parece estar viéndolo elegir la separación. Esa tarde, inesperadamente, sonó el teléfono: era su madre diciendo, en un tono que se prestaba a sospecha, algo asà como que su hijo, que estaba con ella, no se sentÃa bien y que por eso del trabajo se habÃa tomado un taxi y... Yo la escuchaba tratando de borrar el sentido oculto de sus palabras, sin embargo, una imagen se me venÃa a la cabeza: su madre quitándole los zapatos, las medias, desabrochándole el pantalón, la camisa, desanudando la corbata, besándolo en la frente, en los dedos de los pies, en las orejas... El ya no estaba, se habÃa ido, y asà pasaron varias semanas. Ahora caminábamos tomados de la mano por la costanera. HacÃa un dÃa espléndido. En mucho tiempo no habÃa sentido la realidad desplegarse con tanta fuerza sobre mÃ. Pero pronto nuestra vida rutinaria, tan estable y previsible, tediosa, como de encierro (todas palabras de él), sufrirÃa un quiebre. VolverÃamos a eso de las diez. Bajamos por San MartÃn hasta el rÃo y me agarró fuerte de un brazo: "Me estás haciendo mal --le dije--. Si querés hablar, hablemos". "No quiero hablar", contestó él. "Entonces caminemos", propuse yo. Y ahà mismo me tiró al suelo, me golpeó en una pierna con una piedra enorme y salió corriendo. Releyendo las cartas que me habÃa escrito cuando todavÃa estábamos de novios, di al fin con la clave de su en apariencia inexplicable comportamiento. Corrà al teléfono: "Esteban, volvé, por favor, me prometiste no dejarme nunca, no me podés hacer esto...". Acercándose hasta mÃ, le di la mano y él me abrazó. Hicimos el amor y nunca fui tan feliz. Y él dormido me miraba, y como en susurros repetÃa una y otra vez mi nombre. "¿Entonces?", pregunté yo, con un hilo de voz. "No", me respondió, "no me voy a ir, no te voy a dejar". Humildemente le di gracias a la vida, tan llena de misterios y burlas, por su irreprochable hospitalidad. Ese dÃa dormimos hasta más de las ocho. "Estamos aquÃ, mi amor, juntos los dos, en esta casa del presente, en el interior de nuestra habitación". La imagen habÃa tomado la forma de un espejo, ni él ni yo podrÃamos salir nunca de allÃ.
9. Yo, la luz. !Amor, abrà esa mano, dejámelo ver...". El pichoncito temblaba de miedo, el sudor le habÃa mojado las plumas. "Ahora devolvelo al nido, la madre lo puede rechazar si le siente tu olor". Levanté los ojos al cielo; cuando me quise acordar ya eran más de las nueve. Preparé el desayuno, como todas las mañanas: café con tostadas y mermelada. "¡Amor, dale, es tardÃsimo, duchate rápido y venà a desayunar!" La luz del sol se filtraba por entre los pliegues de las cortinas. El ambiente, no obstante, estaba húmedo y caluroso. Al despegar los párpados, el rostro de Esteban, medio hundido como estaba en la seda del cubrealmohada, tomó la forma intricada de un nido vacÃo. Dormido evocaba la inefable ternura de un puente tendido entre dos mares enormes, despierto se parecÃa más a un crespón florido, a un malvón o a un nido vacÃo. Una mañana se quedó en casa porque volaba de fiebre. Mientras mezclaba el agua -caliente, frÃa, frÃa, caliente-, le dije: "Yo a vos te conozco". Y mentÃa, claro que mentÃa, y él lo sabÃa. HabÃa dicho reposo el doctor, y a eso de las tres llamó su madre: que estarÃa llegando en veinte minutos, que caminarÃa hasta la plaza y tomarÃa un ómnibus que la dejarÃa, según le habÃa dicho el almacenero, justo en la esquina de casa. "Andá a esperarla vos a mamá, yo en este estado no me puedo mover". La voz de la madre resonaba en mis oÃdos y se esparcÃa por todo mi cuerpo desde la raÃz del pelo hasta los dedos de los pies. Su tono de pájaro herido, la forma tan particular que tenÃa -que tiene- de alargar el cuello para soltar las palabras, casi sin despegar los labios, me recordó de repente un sueño que habÃa tenido de chico. Desde que tengo memoria le temo a los pájaros. No importa si se trata de un pelÃcano o de un canario, de un cuervo o de una lechuza, sus garras diminutas y sus horrendos picos me aterran como nada en el mundo. El sueño consistÃa, si mal no recuerdo, en una sucesión de distintos tipos de pájaros que se iban muriendo de asfixia uno a uno en mis manos, y mientras tanto la bóveda del cielo se iba poniendo cada vez más negra, creándose en conjunto una atmósfera insoportable de tan opresiva. "Mamá se queda a comer, asà que mejor pedimos algo; nosotros vamos a querer milanesas con puré, ¿vos qué preferÃs?". "Por mà está bien, pido lo mismo que ustedes". La vida es maravillosa, Dios es inmensamente generoso. Tengo un marido que me quiere, vivimos bien, mucho más que bien. Y sin embargo, no puedo dejar de pensar. ¡Y detesto pensar, envejezco años por cada minuto que dilapido pensando! Ni se piensa ni tampoco se puede decir el amor, razón por la cual entre nosotros tratamos de hablar lo menos posible. "Si mamá se va a quedar a dormir, le preparo la camita del fondo, te parece?" "Por mà no te molestes, querido, yo me tiro en cualquier rinconcito". "¿No preferÃs dormir conmigo, má?" "Ay, no quisiera ser un estorbo...". El calor, impersonal afuera, se transformaba adentro en un frÃo incendiario. "Esteban, amor, que duermas bien..." Uno, dos, uno, dos: los pájaros se sucedÃan muertos mientras el cielo se tornaba de un púrpura encantado y la ciudad, umbrosa, iba desapareciendo progresivamente. Cuando de repente, en vez del cadáver de un pájaro, primero una flor, después una rosa roja abierta como un sol, sin espinas... Y de repente otra más, y otra, y un nombre, una voz hacia la cual me dirigÃa alegre, confiado... Y entonces un brote cantó tu nombre: ¡Esteban! La vieja volvió a servirse café y yo observaba desde mi rincón mullido llover sobre su figura el pico afilado de un cuervo, la hoz de un gorrión, el puño cerrado de un colibrÃ, la maldición eterna de una calandria...
10. Desde que prevalece la alegrÃa. Me lo pregunto ahora con la misma facilidad con que antes me negaba a preguntármelo. Si me hubiese querido como yo lo quise a él, no le hubiera dicho nunca lo que le llegué a decir. Pero ahora él se fue y no va a volver. Es comprensible, entonces, que no deje de pensar en lo que pudo haber sido y no fue. ¿Por qué me dejó? ¿Por qué se fue asÃ? ¿Qué es lo que no me pudo decir? Una mañana lo miré fijo a los ojos, porque habÃa llegado de madrugada y alguna explicación merecÃa, pero él no me quiso mirar, o no pudo. Esa fue la primera vez que sospeché, y después me fui a enterar de lo que él no me habÃa sabido decir con palabras sin mentir. En todo ese tiempo los dÃas se hacÃan más y más largos, tanto asà que llegaron a parecerme del largo de la vida las veinticuatro horas que aún me separaban de lo que ya estaba enfrente mÃo desde hacÃa mucho más de tres años. Pero como dice una amiga: hay que ser dócil a la Gracia. Y hasta que pude entender el verdadero significado de esa frase, él se irÃa yendo cada dÃa un poco más. Si le tengo que dar una explicación lógica a su reacción, le tengo que mentir, porque yo estoy seguro, y pongo las manos en el fuego, que de haber sido él mismo, jamás me hubiera hecho lo que me hizo. Porque yo sé que en el fondo él me querÃa, y el cariño no deja de existir de un dÃa para el otro. ¿O sÃ? Como las cosas invisibles que se nos aparecen cuando lloramos y vemos la realidad pero con menos miedo de estar viendo lo que no se quiere ver. HabÃa entrado, y de haberlo visto en la oscuridad le juro que no lo hubiera dicho. Hizo un ruido para que supiera que estaba ahÃ, y yo le pedÃa perdón, hasta me arrodillé, no me daba vergüenza pedir disculpas, yo habÃa cometido un error y estaba de verdad arrepentido. En realidad, nunca creà que fuera él culpable de nada, por ahà ella sÃ, pero después de todo fue él quien la buscó, no serÃa justo culparla a ella tampoco. En una de esas, ellos sabÃan bien lo que hacÃan y mi dolor era parte del plan. Nunca lo voy a saber eso. Igualmente, parece que no le costó mucho olvidarse de él. Después de que murió, yo mismo la vi una tarde del brazo de otro hombre. En el fondo le confieso que me llena de alegrÃa saber que no lo voy a ver más. Mucho peor hubiera sido tener que cruzármelos juntos en el parque, por dar un ejemplo. Como dice mi amiga, hay que ser dócil a la Gracia.
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