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Lunes, 10 de marzo de 2014
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Gracias por creerme

Por Dahiana Belfiori
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A Paz, una de las bellas niñas que con su frescura nos acompaña en los activismos feministas.

Gracias por creerme, nos dice la voz de una mujer en un susurro. Dos hilos saliendo de sus ojos, dos rayos de luz tibia y danzante. Dos esperanzas. ¿Cómo no creerle? ¿Cuántas muertes chiquitas, inaudibles, secretas hacen falta para que su voz apenas perceptible se convierta en grito? Me aturdió su mirada: éramos tres cuerpos temblando. Tres cuerpos sintiendo que podíamos hacerle frente a las violencias. Pudimos y podremos porque nos enlazamos en la cascada del lenguaje que nos nombra, anárquico, desobediente:

Algo nos empuja, algo ancestral nos revuelve la sangre. Nos azota las venas que latiguean y aceleran la revuelta. La sangre galopa, cabalga, corre. La sangre, femenina la sangre. Ocultada, prohibida, insultada, violada. La sangre sigue su curso. Aun así, sigue su curso. Renace. La parimos elegida, y no para la guerra. Persiste; insiste en el amor del fluir lento del río sobre su cauce. Recoge su historia de arenitas desgranadas; sedimenta en su lecho el eco de las sangres indias, mestizas, negras, maricas, brujas... Salimos a las calles llevando ríos en los ojos, inscriptas en una gramática del caos, que nos libera de las certezas lingüísticas blancas, heteronormativas, asesinas. Nos leemos en una duda permanente, nos llenamos de preguntas que interrogan nuestras diferencias, que las viven, que las encarnan. Escapamos a la gramática del deseo estandarizado, del sujeto y su concordancia de número y género con el predicado: huimos de la gramática del orden. Y nos llamamos feministas pero también lesbianas pero también niñas pero también brujas pero también locas pero también libres pero también... Inventamos el juego. Y nos duelen los cuerpos y las mujeres y lxs niñxs como botines de la misma eterna guerra de los siglos machos-dueños patriarcales.

Latinoamérica nos duele en sus desapariciones, en sus exclusiones, en sus golpes de Estado, en sus golpes a las mujeres. Nos duele la tierra ahíta de calambres. La pena no nos tuerce. Hilvanamos retazos con la herencia bruja en el medio de su vientre. Punzamos. Tramamos, urdimos. Chismosas, golosas, nos entregamos al placer de la sangre rebelde del cuerpo, de este cuerpo hecho río que somos. Río que lleva el verde del amazonas y del derecho a elegirnos, que refleja cada jacarandá en flor que nuestra mirada tiñe de violeta de luchas, de rebeldías. Río que mancha arcoíris en cada refugio compartido. Y Paz se hace niña. Al final del día Paz florece en la esperanza. Niña Paz nos llama, nos besa en la boca, nos dice que sí, que vale la pena. Valen los dolores de este parir colectivo. Y con la bombacha al viento escribe en su lengua anárquica: ¡feministas, lxs niñxs lxs necesitamos!

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