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Domingo, 30 de marzo de 2014
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Fotografiando la Zona

El calefón, un amigo de la casa

Por Adrián Abonizio
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"Biblia junto al calefón" narra la canción secular de Discépolo, fotografía de una clase media o baja anhelante. La historia nos remite a los primeros pabellones o barricadas que llevaban el nombre eufemístico de "conventillos" que era donde amontonaban a los inmigrantes. El baño compartido era al fondo y al no haber papel, los recién llegados dejaban a mano una Biblia de fino papel. El cuadro que habrá visto Mordisquito habrá sido el libro sagrado espùreo y condenado junto al aparato a alcohol.

* Cuando era niña en su casita de madera allá por el oeste temía a la oscuridad. Sólo la mantenía protegida y a salvo la luz parpadeante de la llamita del calefón, reinando entre las tinieblas como un faro amigo

* A veces los calefones explotan y hacen estragos, pero no es por mal mantenimiento escapes o vaya a saberse que otra cosa. Simplemente se cansan que no adviertan que son la luz perpetua a la que se debe reverenciar y no maltratar, insultándola a veces cuando se apaga. Por eso reaccionan originando una matanza. Están solos y precisan un poco de reverencia y afecto.

* Era una propaganda de calefones donde desde la llamita azul salía un demonio gordo y simpático que se quejaba al locutor de algo. Luego, cerrando el diálogo replicaba enojado: "!Vayase al hombre!" Aquello le pareció una frase genial de semántica, tanto que lo reconcilió con los ardides de la mala publicidad. Era chico y se encontró preguntando como sería aquello de mandarse al sitio donde uno era uno mismo. Luego cuando fue investigador de enfermedades sicosomáticas, aquella postal de infancia le sirvió para entender que tanto uno se agrede tanto se indispone. Y todo gracias un anónimo publicista.

* En la casa de Tito el imprentero se solía apagar la llama del calefón insistentemente. Una vez sucedió que en brumas y creyéndose sola salió del baño la madre cubierta apenas por una módica toalla para encenderlo. Eso vieron. Una deidad rubia, gigantesca saliendo de una gruta desnuda, mojada y resoplando. Por eso insistían en hacer las tareas en su casa y a escondidas cuando Tito no miraba, soplaban para apagar la lumbre.

* El calefón corcovea, eructa, resopla con ruidos de dragón. Tarda en encenderse y esos segundos producen una moderada explosión que nadie atiende, acostumbrados a aquello. Que se tarde ya es como el "carácter" del cuadradote blanco que reina en un ángulo de la cocina. Nadie lo revisa, lo cura o controla y ya tomaron aquello como se aceptan las mañas de una mascota. Ruegan que no explote pero nada hacen, sólo lo usan a destajo hasta que un día se extinga y expida su último suspiro de gas y muera allí, en la altura de unas barras de hierro, la cucha donde perdura hace más de diez años sin una revisación médica de veterinario alguno.

* El baño de su casa de infancia quedaba al fondo y estaba habitado por horribles criaturas ya sea de día o de noche. Además estaba el peligro real de que el alcohol se volcara y la incendiara o luego, cuando colocaron un calefón eléctrico debía apagar su llave con un palo seco que dejaban colgado en un costado. Al lado de los monstruos esto constituía un pavada.

* Es extraño que la palabra calefón tan meneada y poco apta para la poética elevada aún no haya sido usada por Calamaro, se dice él mientras se baña. Charly y Discépolo ya lo hicieron pero en ellos toda palabra es bienvenida.

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