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Domingo, 9 de julio de 2006
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El paraguas rojo de Abdullah

Por Luis Novaresio
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Uno: El globo terráqueo. Lo extraño. Porque era el modo que teníamos vos y yo para viajar. De pibes. Si compran un dólar en vez de un sandwich de milanesa en el recreo, algún día van a viajar, decía tu vieja. ¿Te acordás? Cómo no. En el recreo largo de la primaria, unos veinte minutos, no se jugaba a la pelota a cambio de ir a la cantina y comprar un sandwich de milanesa. O una torta frita. Pero eso era en invierno. Cada semana, cuando nos podían dar, alcanzaría para un dólar. Cuatro al mes. Cuarenta y pico al año. En diez o doce de escuela, capaz que un pasaje para ir a París. De pibes, el mundo era París. El globo terráqueo lo marcaba con una torre Eiffel. Eiffelcita, decías vos, pasando el dedo por la tela gastada de la ciudad luz, en esa pelota enorme que estaba en dirección. Algún día vamos a conocer París, decías, sin importarte que tu viejo venía de Campobasso, gringo de la tricolore, Fratelli d'Italia. A mí me importa nada Italia. Que mi abuela siga con la tarantela que yo me voy a París. Y yo me quedaba mirándote. Teníamos una edad precaria como para ignorar que la sangre, un poco más tarde, hierve con deseo tan fuerte como ansias de otro cuerpo por conocer la tierra negra, roja, yerma o fértil en donde alguno de los tuyos plantó sus raíces. ¡La mierda cómo duele esa necesidad de poner pies y manos en el sitio de donde se arrancó la madre de esa planta que hoy lleva tu apellido, partiendo con esperanzas de hacer la América, ir y volver! Y nunca más. La mayoría de los nuestros, ¿cómo saberlo de pibes?, de nuestros viejos y abuelos jamás volverían. Y nosotros soñando con París, globo terráqueo en forma de deseo, de paraíso perdido.

Lo extraño. Porque además me lo mandaban a buscar a la dirección y yo caminaba despacio, anestesiado, para tirarme un rato de la hora de geografía.

Dos: Negro. Es negro. No morocho. No sirve el eufemismo. Es que en Brasil, me decís, no hay que decirles negros, porque ofende. Preto, se le dice. Brasil es Brasil. El es negro. Pero insistís. Acá los negros son el aluvión zoológico que cruzó el Riachuelo para pedir por el general el 17 glorioso, los que vivaban a la jefa espiritual de la Nación recordando la máquina de coser, la pelota y el pan dulce. Andate a vivir a la estancia, gorila. Y bueno, me decís, yo te aviso.

No importa. El pibe es negro. Negro de brillo lustrado, alto con desafío y prestancia, labios con ganas de decir. Es cierto. Se le entiende poco. Es que hablaba dialecto. ¿Cuál? Ni la menor idea. No es momento. Ahora hay que darle una mano.

No puede tener diecisiete, dice una señora que lo mira desde lejos, con prevención, ya se sabe que el color distinto impone distancia. Los argentinos somos derechos, humanos y solidarios. Solidarios, sobre todo. O no viste la encuesta que dice que estamos dispuestos a comprar una cosa aún sabiendo que es robada. O sea, aún sabiendo que a otro congénere, cristiano y blanquito, le afanaron sin más remedios. Solidarios. Pero no tanto con un morocho. Negro, querrás decir.

No puede tener diecisiete. Tiene más. Si ni partida de nacimiento, ha de tener, dice la otra. Pobre, se conduele una piba. Colorada, de tan blanca, pecas en su nariz que se agrandan cuando inspira por las fosas nasales con algo de excitación. No seas malo, me decís. Yo insisto con que la veo excitada. Será. La policía lo rodea. El no suelta su paraguas rojo lleno de anillos, cadenas y bijou menos real que su desesperación. La policía avanza. La gente mira. Hay de los que se van a la estancia. Vos decís que hay que darle una mano.

Tres: Leo. Leemos. Geografía de Guinea Ecuatorial. Limita al norte con Camerún, al sur y al este con Gabón y al oeste con el Océano Atlántico. Cuenta con una región continental y otra insular formada por las islas de Bioko, Annobón, Corisco, Elobey Grande y Elobey Chico. El territorio de Río Muni es una llanura pantanosa que se eleva hacia el interior y que culmina con una cordillera de hasta 1200 metros. Las islas de Annobón y Bioko, donde se encuentra el monte más alto del país, el pico de Santa Isabel, de 3007 metros, son de origen volcánico. Los ríos principales son el Campo, Mbini y Muni. Tiene un clima ecuatorial, muy lluvioso, con una temperatura media anual de 25º C y precipitaciones de hasta 2000 milímetros.

Estos territorios pasaron a poder de España en 1778, año en que le fueron cedidos por Portugal a cambio de las islas Santa Catalina y Sacramento. En 1959 dejó de ser colonia española y se desmembró en dos provincias consideradas como territorio español. En 1964 se le otorgó la autonomía, pasando a llamarse Guinea Ecuatorial. Obtuvo la independencia total el 12 de octubre de 1968 como República presidencialista. Nominalmente, Guinea Ecuatorial es una democracia constitucional desde 1991. Sin embargo, la realidad política del país es la dictadura unipartidista y personal de Teodoro Obiang Nguema, en el poder desde el 3 de agosto de 1979, cuando lideró un golpe de Estado contra su tío, Francisco Macías Nguema, y que se perpetúa en la presidencia falseando los resultados electorales. Un grupo de exiliados, radicados principalmente en España y liderados por Severo Moto Nsá, reclaman la democratización del país.

No me hago a la idea. No puedo. ¿A cuánto queda? No entiendo. Si volaras desde Fisherton, ¿cuánto tardás? Miro en el globo terráqueo. Pongo el dedo gordo en Rosario y el meñique en Guinea. Comparo con Madrid. Así soy. Cartógrafo de vocación. Como nueve mil quilómetros. El pibe lo hizo en barco de carga. ¿Polizón? Quizá. Empiezo a entender. Esperá, me decís. Leé.

La esperanza de vida es de 49 años para los hombres y 53 para las mujeres. Sólo un 4% de la población tiene más de 65 años. La tasa de alfabetización en los adultos estaba en 1992 en el 52%. La mayoría de la población vive en las zonas rurales. Por si ibas a preguntar por qué Rosario.

Cuatro: Abdullah tiene diecisiete años y casi es detenido por la policía por ser vendedor ambulante de joyas baratas sin autorización. El casi es porque se llevaron a Steven, otro amigo negro del chico, que hace lo mismo. Aunque Steven viene de Ghana. Detuvieron a uno solo porque la reacción de los colegas vendedores ambulantes abortó el procedimiento. Y hasta por una suerte de solidaridad de la gente que pasaba por el lugar que gritaba que los dejen. Los funcionarios explican que ni papeles de residencia al día tienen y que sólo quieren hacer cumplir las normas.

Abdullah vive en una pensión de San Martín y Montevideo. Solo. No tiene familia. Apenas unos amigos. Dejó su país hace un año, dejó a su familia, dejó la escuela, dejó la esperanza de encontrar un trabajo acá. El siente que muchas de sus pérdidas, al menos la que se esfumaron en suelo argentino, pasaron por ser negro.

Los comerciantes de San Luis y San Martín pagan sus impuestos. Como pueden. Venden para tener una vida digna. Como pueden. La ciudad crece, como puede, y las autoridades dicen que tratan de mejorarla con orden, limpieza y seguridad. Como pueden. Abdullah espera saber si decomisarán su paraguas rojo.

Cinco: Imaginate a vos mismo. A tus diecisiete. Dejando Rosario, el Monumento a la Bandera a tu Ñuls o a tu Central. Imaginate en Guinea vendiendo anillos.

¿Y? Hoy lo tuyo, me dijiste, es pura enunciación, repetición de acciones, con amenaza de golpe de efecto. Nada sólido. Deberías recordar que a los argentinos, afuera, no nos tratan bien. Nos deportan, ni bien osamos discutir un puesto de trabajo, más o menos calificado, a un nativo. La vieja Europa, la que mandó a su gente a sacarse el hambre a las pampas, ahora se hace la difícil con los hijos de sus hijos. Me molesta tu sentimentalismo de café, me dijiste. Negros son en este país los que tienen tuberculosis en esta ciudad de Rosario, los tobas que nadan en el barro, las pibas prostituídas en el norte de Santa Fe. ¡Y hay tanto otro es negro en este país! Y vos jugando a la metáfora de la repetición de verbos, a las imágenes de desamparo de la lengua para afuera. Y amenzaste con irte.

Es cierto, te dije. Apenas si te lo puedo contar. No me da para pensarlo. Nacer en este pedazo de tierra no da derecho de exclusividad sobre ella. Creo. Hay que ver por todos los negros. Por unos. Pero también por los otros. Tampoco sé cómo. Me cuesta creer que Abdullah y el dueño del quiosco que padeció desde la Argentina potencia hasta la condena a ser exitosos, no los voy a defraudar, tengan mucho más de distinto que el color de la piel. No sé. Pensalo vos, que siempre soñaste con viajar a París. Vos tenés la luz de la igualdad, la legalidad y, claro, de la fraternidad.

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