Y me llama nomás el Perro. Aún muerto, sigue sonando. Un teléfono es un animal muerto que grita, dónde leà eso? Tengo que atender la llamada de un muerto?
Atiendo. Es otro muerto.
--Elena? Soy Aguirre.
--AgustÃn? No puede ser.
--No, no. Soy el hermano de AgustÃn. Estoy abajo.
--Abajo de dónde?
--Abajo, en la puerta del diario. Me cruzo ahora al bar de enfrente, el de la esquina. La espero ahÃ. Venga. Deje todo y venga. Es urgente. Es necesario.
Voy.
Bajo dos pisos caminando; salgo a la vereda, cruzo la calle, entro al bar, miro alrededor y recién entonces me doy cuenta de que no me dio ni le pedà ninguna seña particular. Busco, con la mirada, a un tipo alto (AgustÃn Aguirrezabala lo era) pero no veo a nadie asÃ. Enseguida me sale al encuentro un hombre de mi estatura, de flequillo lacio y casi completamente negro a pesar de la edad que le calculo (unos cincuenta) y bigote gris. El tiempo no parece haberlo tocado mucho, como si él y el tiempo hubieran hecho alguna especie de pacto. Un solo detalle lo delata: la chomba adentro del jean. Zapatillas caras. Las arrugas de la cara recién se las veo cuando me sonrÃe, tÃmido.
--Elena?
--SÃ. Hola.
--Soy Droopy Aguirre. El otro Aguirre.
También es de otro tiempo la manera en que me cede una silla, tomándola por el respaldo y apartándola levemente de la mesa.
--Siéntese --invita.
Me siento enfrente, en la silla que él ha designado para mÃ.
--Esto es suyo --dice.
Me da el teléfono. Literalmente: me entrega el aparato de teléfono. Lo reconozco: es el teléfono celular del Perro. O uno igual, al menos. Tiemblo. No mucho.
El otro Aguirre sonrÃe. Algo acontece en esa sonrisa. Una celebración, algo.
Habla:
--La gente es prejuiciosa. Yo no. Sé todo. Sé todo y no me importa. Cada cual con su vida. Va a tomar algo? Porque yo no, no voy a tomar nada. Estoy apurado. Le puedo contar algo? Es algo muy importante. Me promete, me jura, por las cenizas jaladas del padre de Keith Richards, que no va a repetir de esto una palabra?
--SÃ.
--No. APrometo, juro, por las cenizas jaladas del padre de Keith Richards, que no voy a repetir ni publicar de esto una palabra, por ningún medioA.
--Prometo, juro, por las cenizas jaladas del padre de Keith Richards, que no voy a repetir ni publicar de esto una palabra, por ningún medio.
--Bien. No se rÃa. Bien. Vamos bien. Las cosas suceden por algo, usted no cree que las cosas suceden por algo? Yo hace años que querÃa irme y dejar todo, todo menos mi guitarra, y ahora la vida me obliga a irme y dejarlo todo, todo menos mi guitarra.
--A qué le llama "la vida"? O a quiénes?
Otra vez esa sonrisa. Hay una ternura intacta ahÃ.
--Se la tenÃan jurada a mi hermano; su suegro y mi concuñado se la tenÃan jurada. Y cuando mi cuñada murió, fueron a buscarlo. No sabÃan que ya estaba en la cárcel. Creyeron que seguÃa en la casa. Y fueron a la casa. Es decir, a la casa de mi abuela, donde él vivÃa. Bien, a lo mejor usted me puede explicar qué hacÃa ahà Diego Cachorro, más conocido como El Perro. Porque lo confundieron. Se repitió la historia. Y le voy a decir algo. Mi hermano no era un femicida, como todos pusieron o dijeron. Mi hermano estaba obsesionado con un soldado inglés que se habÃa venido a la Argentina con la idea de buscar a la familia del soldado argentino que él habÃa matado, que se le aparecÃa en sueños y lo despertaba. Este inglés vivÃa en Atopia, en zona Sur, cerca del antiguo Regimiento 11. Se habÃan conocido con Aguirre en una reunión de ex combatientes donde el inglés cayó con su mujer. Y la mujer estaba buenÃsima.
De nuevo la sonrisa. Ahora tiene algo asà como guirnaldas de colores alrededor.
--Y?
--Y mi hermano le cagó la mina al inglés. Pero fue un toco y me voy. Nada más. Igual se quedó muy preocupado. Y se fue obsesionando. Aquello, aquella reunión, sucedió a mediados de los noventa; le pusieron "La fiesta del fin del mundo", porque según las profecÃas de Nostradamus el mundo se iba a terminar esa noche, y además por aquello de las Malvinas en el fin del mundo. Y mi hermano, en su obsesión con que el inglés lo iba a venir a buscar, lo esperaba. Se puso a comprar armas, con la excusa de coleccionarlas, pero en realidad lo esperaba. Me siento un poco culpable porque yo, de chico, coleccionaba avioncitos de guerra y le regalé alguno. (SonrÃe nuevamente). Y bueno, el inglés nunca llegó, pero sà llegó la crisis. Se agarró a tiros con alguien; no hubo heridos. Se casó y eso le hizo bien. Y después, la desgracia: separación. Y de nuevo la obsesión. Cuando mató a mi cuñada fue porque la confundió con el inglés, de noche, en la oscuridad. Sintió ruidos. Guardia toda la noche, hacÃa allá. ImagÃnese.
--Existen los somnÃferos --digo, por decir algo.
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