Primer prefacio
Viene la palabra "resistencia" y sólo pensarla me agota. En mis bitácoras reemplazo las palabras espesas con un dibujito en lápiz negro, de pocas lÃneas, como sÃmbolos orientales. Me niego a pisar ese terreno firme y fértil de las palabras grandes y quedar seducido, exprimido, explÃcito. Ni visto de palabras elegantes ni ejerzo la resistencia como un refugio de mi figura. A veces pienso que deberÃa hacer el sensato, negando las palabras por no merecerlas. Si estas mismas lÃneas hablaran, saldrÃa a la luz que estoy en un pasillo, avanzando lentamente entre paredes que veo por primera vez. Me presento a la trinchera sin ser invitado. Pero fue la piel la que me trajo! Eso es lo primero que pensé antes de entrar. FingÃa estar haciendo el acto de autocompadecencia, mirando lo que escribà con un análisis psicomaléfico. No soy sonámbulo, ni siquiera puedo soñar dormido, o mejor dicho, no suelo recordar lo que sueño. Soñar despierto, en cambio, es dejar que la piel me lleve, vivir como si alguien más contara mi historia. Piel seca, piel pelada por el sol. Cambio de piel, pero voy al mismo lugar de siempre. Las miradas de quienes habitan este pasillo callaron mis poemas: los metà bajo mi piel.
Orillas del fuego
A Laurita Ge
Nadie se espera el fuego, menos en esa proporción. Tu alegrÃa brillaba constante en tu boca. El gesto, esa boca, el misterio a los ojos aún abiertos. Ni siquiera moviste los párpados, no lo hiciste ni en el momento más tenso de mi escape por el pasillo en llamas. En la calle la gente miraba azorada, desalentada, y vos estabas quieta. La casa no tiene que ser de madera, como en los cuentos infantiles, para poder quemarse. El motivo es cualquier motivo. Quiénes eran ellos para juzgar a esa chica que miraba y no hacÃa nada? Algunos traÃan agua, extinguidores, llamaban a los números de urgencias. Ella, estática.
Sólo puedo decir que adentro de la casa sentÃa calma. El crepitar intenso en las cortinas antiguas del living era de una armonÃa imperfecta, como el jazz. Y como el jazz, me tranquilizaba.
Me gustan las historias que me contás porque siempre las ramificamos y jugamos asà a la vida, a ésta y a otras. El juego es inofensivo al resto, a veces contagioso. Es inevitable que nuestras narraciones y el intercambio de palabras en francés den fruto en nuestros sueños. Suelo repetir mis historias y vos las volvés a escuchar como si fueran otras diferentes. En la semana yo te habÃa contado nuevamente la historia del relámpago en el mar. El relámpago, la luz, el trueno, el aire, el calor, la madera quemada. Fuego! El juego del fuego ya lo habÃamos hablado, y ahora que me tocaba jugarlo, sabÃa perfectamente qué hacer.
Inmaculada, combativa, enigmática, ésa eras vos, ahà parada. Mi pelea por la vida, el olor hermoso que largan los muebles de pino y los de roble. Me senté en el sillón. Las llamas estaban en la parte de adelante de la casa y yo sentado junto al único ventiluz del fondo, al final del pasillo principal.
No habÃa tiempo para teorizar sobre este dilema del escape, es cierto, yo estaba mareado y necesitaba sentarme, pero simplemente recordé nuestra charla, el amor por el fuego, el calor, el rubor de las mejillas. Entonces fui directo a la acción.
Si bien no estaba exaltado, sabÃa que no tenÃa tiempo de teorizar sobre la manera más recomendable de salir. Pensé solamente en el fuego que habÃamos inventado, en el escape, en tu pearcing de la ceja, la sonrisa giocondina que reconforta y desorbita. Ya nos habÃan tocado tormentas, ésta era sólo la primera de fuego. Con un trapo mojado me tapé la cara, dejando un ojo descubierto pero sin sacarme los lentes. El plan al final era simple, cubrirse la cara y las manos, que es lo que somos, y correr, antes que se seque el trapo.
Yo ya estaba saliendo por el pasillo, a la altura del aro de fuego de la entrada a la casa. Te vi ahà parada, detrás de la multitud, y mientras me sacaba el trapo de la cara para apagar a golpes el último obstáculo, te perdà de vista.
Te busqué, la gente se acercaba y no me dejaba pasar, no te encontraba y me desesperé. Necesitaba verte entre todos esos extraños que no entendÃan que yo ya estaba a salvo. Cerré los ojos, me concentré en el rayo y supe dónde encontrarte. Estabas a un costado de la casa, avivando el fuego para que no volviera a entrar.
Vuelta circular
Primer Ãtem. Este plan eterno.
Música de violines. La lámpara tapada con el chal rojo de lana calado hace que la habitación se vea inundada de color, con pequeños lunares irregulares. Los amantes se tocan suavemente. Pasan horas tocándose hasta quedarse dormidos. Fueron dos dÃas largos y complicados. Unico plan: no hay plan: dormir abrazados y contenerse con el calor de las cuerdas rasgadas.
Lista de la lista de las listas.
Al dÃa siguiente, lo mismo. Una sucesión de hechos genera incertidumbres, decenas de tareas, la neurosis de la gente en la calle. Secuencias, lÃneas punteadas, caminatas tabuladas, ropas obligatorias. Los dÃas son largos, sus noches los apagan. El frÃo es aliado a la hora de dormir. Sacarse nuevamente el chal, apoyarlo en la lámpara, el resto de la ropa al piso. El dÃa no se completa, pero la noche tiene el final esperado. El calor del cuerpo, las mismas notas; en la lista de variaciones, hoy se acuestan y se rascan las espaldas suavemente. Duermen.
Loop a las listas anteriores.
La luz de la mañana entra por la ventana unos minutos antes de que suene el despertador, los ojos se van abriendo de a poco. Una pequeña lucha de cuerpos desperezándose comienza el dÃa. No esperan las actividades, aún rige el rito de la cama. Se excitan mientras estiran sus cuerpos, entrando en la parte de la cama que por convención le toca a cada uno. El primer acto repetido del dÃa es el café de la mañana, y para ese momento están callados, están limpios, enlutados. Comienza una nueva tragedia de la vida cotidiana.
Idem. Primera lista.
Protagonistas de sus vidas, noches de teatro interior, ceremonias de violines que se abren todas las noches, frases que se completan para jugar a que el dÃa no existió. Caras que se reconocen sólo cuando la lámpara los viste a lunares y los hace fuertes, invencibles e invisibles ante un mundo que cree tener todo previsto para ellos. Los brillos de las copas en el dormitorio, la luz del pasillo no se apaga, asà saben que están juntos si despiertan a mitad de la noche.
Fin de la primera lista.
Primer Ãtem.
Remota, inseparable
A Alejandra Pizarnik
Hoy estuve leyéndola. Su nombre es grande, demasiado. No voy a invocarla ni con sus iniciales, porque sus palabras ya no son de su Nombre. La revelación, la deducción, puede sonar estúpida, pero "la poesÃa es un juego". No ocurre con facilidad que uno en algún idioma impoético hable en un destello de la amarga felicidad. Ella sabe todas las métricas, conoce todos los vericuetos. El poema es juego y ella se escribe rayando con un espejo roto en la puerta de la casa de todos. Pobres aquellos que piensan que esas palabras dicen de árboles, pájaros, viajes, espejos, cuestiones climáticas, estaciones del año... Ella es sol, es compañÃa, es también en innombrable amor, innombrable porque es palabra gastada de los poetas. A veces la encuentro en la letra k, otras, en el resto del abecedario. Dijimos que es un juego, creo que en partes son las escondidas, también la rayuela. Yo sé dónde está y sé que es sol, amor, palabra, alegrÃa, nacimiento y piedra preciosa; pero ella está en lo opuesto a todo eso. Yo sueño ser su amigo, por lo cual lo soy. Es toda la existencia y toda la amarga felicidad desde donde sus hermosos ojos, sin importar que estén abiertos, ven lo grandioso que, triste y alegre, es ser ella y nosotros, sus amigos.
Aguila
Yo era un águila. Sólo eso recuerdo. Quisiera saber más. Hacer cima sin más. En la cima soy cima. Ya no soy águila. Soy encimado en cimas. Y no vuelo, solÃa volar. SolÃa ser águila. SolÃa cimar árboles. Las cimas son esos recuerdos, los que no sé si pasaron.
Ciclo vital
Debajo del pasto hervÃan los pelos quemados en espejo. Con el sutil rasado de una luz de muerte se ensortijan los tréboles autosurgidos de tu aura. Antes de sofocarse en esa sombra, con tierra en la boca el sonido del comienzo sacudió tus zapatos limpios: con la camisa mejor se engalana el musgo sin saberlo. El pacto rodea la rama en lucha de sol. El confort en el ritmo de la plegaria te lleva a ese instante después del invierno. La roca que vive en tu casa, el sÃmbolo del renacer, envejece en tus ojos y llega hasta el fin de ese dÃa. Te sacás la camisa y te preparás para el nuevo ciclo vital.
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