El cuerpo le pesa. A medida que sube, sus huesos se hacen duros, cada vez más duros. Los escalones están hambrientos de espacio. El espacio se diluye, sólo queda el tiempo. Se evapora el presente y se viene la eternidad. Lo desconocido lastima su mente. Qué vendrá. Qué sigue. El que habÃa escudriñado la vida, sà la vida y que habÃa dado varios actos de fe en convicción. No puede, no quiere escudriñar la muerte. El 8 de mayo de 1794 es decapitado el padre de la quÃmica moderna Antoine Lavoisier, a manos de violentos dogmáticos y ortodoxos de una parte de la Revolución Francesa. Se trata de los jacobinos, era la época del Gran Terror.
Contra todas las limitaciones de su contemporaneidad, Antoine saltaba hacia el futuro. Desde su momento interpela al futuro. Más que nunca en la mayorÃa de sus ideas primó lo finito de su tiempo. No fue la naturaleza lo que lo limitó. Fue la mano de otros hombres matando a otros, él era esa otredad.
Crujen en sus oÃdos la sentencia de muerte, y el grito desgarrador: "La república no necesita de la ciencia".
Lavoisier era muy versátil: quÃmico, abogado y economista. Pero con un decidido y profundo anclaje en su única pasión: la quÃmica, consolidándola para la modernidad. Asà se convirtió en el padre de ella. Sus experimentos los financiaba con las comisiones que percibÃa por la recaudación de impuestos que hacÃa para el rey. Grave decisión. En la historia de la humanidad siempre se odió al recaudador de impuestos. Nadie quiere ser deudor y menos de tributos injustos y gravosos. Como lo era el sistema tributario del siglo XVIII en Francia.
Este gran cientÃfico de la humanidad formaba parte de la Academia de Ciencias francesa.
Dos errores aparentemente marcarán su vida, los dos de Ãndole polÃtico. Uno el de aceptar ser recaudador de impuestos y el otro, dicen, que siendo miembro de la Academia de Ciencias rechazó una presentación realizada por el médico Marat, quien serÃa en el futuro uno de los famosos lÃderes jacobinos. Comentan que este rechazo jamás serÃa perdonado. Jen Paul Marat, va a tomar venganza por la ofensa sufrida criticando al quÃmico de ser monárquico y de complotar contra la revolución. Ello no fue lo que lo decapitó al padre de la quÃmica moderna, pero ayudó a la construcción de su camino al cadalso.
Ambos mueren en distintos momentos: los dos son asesinados. El médico en 1793 a manos de Charlotte Corday y el quÃmico al año siguiente a manos de un tribunal dirigido por los jacobinos.
Los dogmáticos y ortodoxos no se permiten la duda. La duda creen que los inmoviliza y los debilita. Pero, no es asÃ. En el desarrollo de la ciencia y la polÃtica fue la duda la que motorizó los cambios. La duda tiene un espÃritu profundamente cuestionador. Descartes, Rousseau y Locke partieron de esmerilar los supuestos dogmáticos. Es la duda la palanca de progreso equitativo y sustentable para la humanidad.
Queda el último escalón para llegar al cadalso y Lavoisier toca su finitud. El quietismo mental que el dogmatismo y la ortodoxia imponen, licencian sin fecha toda complejidad. Dios no vomita a nadie que dude. No vomita al tibio, ni por temperatura ni por temperamento. Vomitivos son los que plantearon certezas desde la contumacia. Porque mintieron.
El quÃmico habÃa hecho grandes investigaciones y descubrimientos. Entre otros determinó la composición del agua y del aire. Como asà también ayudó a fundar las bases cientÃficas de la quÃmica. La razón aun protesta contra esta injusta muerte.
La duda fue pródiga para el desarrollo de las ciencia sociales y empÃricas. Pero también fue fundante de la democracia. Las elecciones, la rotación de cargos y limitación de mandatos son la circulación de la duda cuestionando la permanencia de las personas. Para asà hacer circular el poder. La no certeza también permite mejor y más justicia.
La duda es la insurgencia desde donde nacen nuevas cosas.
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