"Por la señal de los tantos jueves,/ y de iguales domingos/ mamá amasa y alisa el pan/ mamá nos ama/ Si las montañas son asÃ. / El volcán de la harina es asÃ". Mamá amasa, de Beatriz Vallejos.
El poema del epÃgrafe se llama "mamá amasa" y me viene a la memoria el trasegar hacendoso de mi madre, de rigurosa pasta los jueves y domingos, que trajo como un mandato de su aldea italiana. De hecho, toda esa rama de mi familia habÃa venido buscando un futuro mejor, o simplemente un futuro, perseguidos por las hambrunas y las guerras.
El primero en llegar fue mi abuelo Antonio Di Rado, veterano de guerra, a los veinticinco años, prisionero de los austrÃacos en la guerra del catorce. Volvió cuando ya nadie lo esperaba y todos lo daban por muerto. Yo conservo una foto que era de mi madre, con su sombrero, su pluma, sus medallas, en su orgulloso uniforme, de bersaglieri. Está allÃ, hermoso, tenÃa diecisiete años cuando fue convocado y tiene una mirada firme, unos ojos oscuros que miran con fe al porvenir, en ese rostro lampiño, no lejos de la niñez sin juguetes y la responsabilidad de ser el mayor ante diez hermanos. Cuando decide buscar esposa, debe raptar a mi abuela por una dura oposición familiar que narré en otro lado. Nacidos mi tÃo Camilo, el mayor, y mi madre, emigró con algunos de sus hermanos y se radicó en un campo cerca del pueblo de Carmen del Sauce, un par de años después, con ingentes sacrificios trajo a su familia. Aquà nació mi tÃo Roque. Al cumplir veintinueve años luego de tomarse una foto, con grandes bigotes, muy delgado ya, tal vez enfermo, murió. Pasé toda mi infancia con ese gran retrato presidiendo la habitación de mi abuela con sus flores siempre frescas, sus velas que encendÃa todas las noches.
Estos son los datos escuetos, descarnados de la biografÃa de un hombre humilde, uno de los tantos que vinieron con su esperanza y terminaron con su drama irrebatible.
Mi abuela se encontró en un paÃs extraño, con veintiséis años, tres hijos muy pequeños y un idioma totalmente desconocido, el que nunca pudo aprender, apenas para hacerse entender. Mi abuela era analfabeta, pero tenÃa una gran fuerza de voluntad y una clara inteligencia práctica, sumado todo esto a una gran capacidad de trabajo.
Los cuñados, es decir los hermanos de mi abuelo, pagaron el entierro, las deudas y le pidieron amablemente que se retirara del campo. Al parecer este trámite los liberaba de todo compromiso con ella y sus hijos pequeños. Mi tÃo de cinco, mi madre de tres y mi otro tÃo, el argentino, de seis meses.
Mi abuela tenÃa una hermana, casada, en campos de Amstrong y otra en las mismas condiciones en Arminda. Ambas localidades de nuestra provincia, como todos sabemos.
Entonces comenzó a trabajar en casa de su hermana de Amstrong, por la comida y la de sus hijos y alguna ropa mÃnima. Luego pasó a la otra, Esto hasta que sus niños estuvieron en edad escolar, entonces uno de sus hermanos más jóvenes llegó de Italia y compró un pequeño campo en la zona de Los Quirquinchos. Este hermano resultó más miserable que sus cuñados, pero al menos mandó a sus sobrinos a la escuela.
El tenÃa familia en su aldea, pero aquà decidió llevar a la chacra una mujer más joven. Lo que dio en la calle con mi abuela y sus hijos.
Allà se independizó, arrendó un campito, y con grandes sacrificios compró casa en el pueblo. Cuando mi madre se casó y mis tÃos consiguen trabajo en Rosario, se mudaron aquÃ, al barrio Las Delicias.
Por ella yo estoy aquÃ.
Esta historia está contada con los datos enjutos, secos y concretos.
Nada dicen de la parva de sufrimientos y de penares que tuvo que sufrir ella en este paÃs, al que llegó a amar como propio, pese que aquà no conoció del todo su idioma y su vida fue un telar de desdichas.
Sin embargo, al atardecer, se sentaba a una silla baja, en la galerÃa en los veranos, y cantaba. En el invierno junto al fogón de leña crepitente. Y cantaba con su dulce voz y una lucecita en sus pÃcaros ojos celestes.
Sobre la mesa siempre tenÃa un poco de masa para amasar el pan leudante del dÃa que entrarÃa en el patio de los paraÃsos con su luz y su estallante esplendor.
Como el de los tiempos idos.
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