Una bandera ondea en mi ventana. Es argentina y flamea como con orgullo: flamear, qué metáfora. Alguien tiene que haber mirado mucho ese movimiento que hace la tela en el aire, y haberlo mirado asÃ, temprano, medio hipnotizado todavÃa por el sueño, como para llegar a compararlo con ese otro movimiento de las llamas, también hipnótico: alguien que se durmió mirando el fuego. La bandera no está ahà por el Mundial, está ahà desde siempre. O desde 1943, por poner una fecha, que es como decir desde siempre. Ya nadie la iza al alba ni la arrÃa al caer el sol: son ceremonias demasiado sexuales para esta época. Ella es una bandera posmoderna, siempre arriba, siempre up. De noche también flamea, incansable en el viento. Hace poco, a mediados de junio, vino a la plaza un camioncito con una grúa y se arrimó hasta el mástil; la desprendieron y se la llevaron para limpiarla. Después volvió, lavada. Hasta unos dÃas antes del DÃa de la Bandera estuvo a media asta por un desperfecto técnico, que fue solucionado en aquella intervención de la grúa. Ahora flota en el viento frÃo, como una cabellera en una propaganda. Voy a aprovechar estos dÃas para mirarla, estos dÃas de triunfo y esperanza.
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