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Extraño modo de manifestarse tiene entre nosotros la movilidad horizontal: saltamos de un desempleo a otro desempleo, continuamente.
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Dividir en muchas etapas pequeñas cualquier actividad, por más banal que sea, es un ardid que usamos nosotros, los melancólicos: no buscamos que el tiempo parezca plenamente ocupado sino que el vacÃo no parezca tan vacÃo. Como si el vacÃo en el que flotamos estuviera constituido por muchÃsimos vacÃos pequeñitos, lo que serÃa casi tranquilizador. Dividir es acercar, es aproximar, es esquivar el tiempo. En cada instante yo hago algo y los otros hacen otras cosas y parecemos ocupados. Pero el instante no es una pequeñÃsima mordedura en el tiempo sino un gigantesco pozo sideral donde caben todas las cosas que en él suceden, amontonadas al azar, incluidos todos nosotros. Somos rutina, pertenecemos a una colosal rutina planetaria, primero nacer, después vivir y después morir, que nos iguala sin que importen las diferencias, por grandes que fuesen. Pero hay ciertos seres privilegiados, no incluidos en esta inmensa fatalidad: son los bebés que se saltan la rutina del medio y nacen y mueren en el mismo instante. Algunos los llaman ángeles.
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Rutina. Sentados en el sofá, miran televisión tomados de la mano. "¿Yo no me parezco un poco a ese?" pregunta él, ansioso. "Vos tenés la cara más redonda." responde ella, indiferente. Él enmudece y adueñándose del control remoto, sigue haciendo "zapping" frenéticamente durante el resto de la velada.
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No sé porqué, tengo la sospecha de que mi ausencia será más notable que mi presencia. Al menos, por un tiempo breve. Para ser digno de una memoria perdurable, hay que ser prócer o asesino serial. Las buenas personas se zambullen en el olvido rápidamente.
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Atardecer de un domingo de octubre. Inevitable horror del fin de semana. Pero los que nos resistimos tenemos una salida: sumergirnos en ese otro horror, escandaloso y mucho menos Ãntimo que el primero: la televisión.
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Siempre leo las crÃticas de cine, confiando en que mi elección, apoyada en ellas, será más o menos apropiada. Pero últimamente, las crÃticas me han resultado tan incomprensibles, tan herméticas y complejas, que cuando voy a ver las pelÃculas trato de encontrar en ellas las claves de las crÃticas correspondientes, sin lograrlo, y entonces me quedo sin haber entendido ni las crÃticas ni las pelÃculas. Algún cineasta voluntarioso deberÃa filmar una documental didáctica cuyo tÃtulo podrÃa ser: "Cómo entender las crÃticas de cine después de ver esta pelÃcula."
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Nuestro pasado está cada vez más presente, a la vez que nuestro futuro está cada vez más ausente. Y este movimiento inevitable va en una sola dirección.
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El enriquecimiento lÃcito, ¿es lÃcito?
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¿En qué se diferencia el enriquecimiento ilÃcito del lÃcito?
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El empobrecimiento ¿no deberÃa ser ilÃcito?
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A mayor enriquecimiento de la minorÃa, mayor empobrecimiento de la mayorÃa. ¿Esto está bien? ¿Esto es moral? Esto funciona asà desde hace muchÃsimos siglos. ¿No deberÃa ser al revés? ¿Aunque fuera sólo por un par de generaciones? ¿Aunque fuera sólo para saber cómo se siente eso de desear algo carÃsimo y tenerlo al instante?
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En la mesa vecina a la mÃa, un conocido torturador le explicaba a su amigo (sÃ, los torturadores también tienen amigos) el secreto de sus éxitos en eso de hacer hablar a los detenidos varones. "Yo nunca aplicaba métodos cruentos" decÃa. "Les colocaba una bandita de goma bien apretada, y al poco rato, cantaban todo lo que sabÃan, y más también." Me dio un escalofrÃo en la entrepierna y me fui sin pagar el café.
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En el "Laurak" hay dos entradas (o dos salidas, según se mire). Una sobre calle Santa Fe y la otra sobre calle Entre RÃos. Desde mi mesa puedo ver el caudal de gente que entra y sale del café. Están los habitués de asistencia diaria, entre los que me incluyo, los de los sábados, los ocasionales, los vendedores, los chiquitos que limosnean, los lustrabotas, los estudiantes, etc. Cuando las noticias de los diarios son demasiado abrumadoras, dejo eso y medito sobre la manera de emplear el tiempo vacÃo. Se me ocurre hacer una especie de estadÃstica del flujo humano del que soy integrante y testigo. Por ejemplo, deberÃa contar la cantidad de personas que entran por cada puerta durante un perÃodo de dos horas. También deberÃa contar la cantidad de personas que salen. DeberÃa determinar en cada caso los sexos correspondientes, que son tres o cuatro aunque en algunos casos la clasificación es difÃcil. A esta altura ya deberÃa diseñar una planilla con las columnas necesarias. HabrÃa una estimación por edades aproximadas: niños, jóvenes, adultos, ancianos. En otra columna constarÃa la constitución fÃsica de cada uno: mosca, gallo, liviano, mediopesado, pesado y superpesado. También habrÃa una columna para consignar los rasgos estéticos: adefesio, impresentable, pasable, aceptable, más que discreto, envidiable, bello, bellÃsimo. No serÃa menor la importancia de una columna donde se clasifique según la vestimenta: inverosÃmil, mamarracho, desprolija, apropiada, espléndida, perfecta. No debo olvidar otra columna para consignar los comportamientos de cada uno dentro del local: los silenciosos, los gritones, los acaparadores de los diarios, los que hablan por sus celulares constantemente, los demasiado groseros, los demasiado corteses, los misteriosos, los que van al baño varias veces, los que entran, están un rato, se van y luego vuelven, están otro rato y se van, los absortos, los melancólicos, los nerviosos, los coléricos, los abúlicos. HabrÃa también una columna donde se anotarÃan las presuntas ocupaciones o modos de vida: jubilados, comerciantes, artistas, abogados, cuentapropistas, comisionistas, ex presidiarios, docentes, rentistas. De paso, desde hace mucho tiempo noto la ausencia del hombre sin nariz que llevaba una alfombra barata arrollada sobre el hombro izquierdo y caminaba lentamente por la vereda, y falta también el hombre del saco azul cruzado y abierto, que iba primero al baño y luego pedÃa un vaso de leche caliente con hielo (¡sÃ, con hielo!) y se sentaba bien contra el vidrio sobre Entre RÃos y miraba siempre hacia afuera, sin hablar una palabra con nadie. Su modo de llevar el saco cruzado y abierto fue muy anterior al llamado "estilo K" de donde se deduce entonces que el Presidente no es más que su imitador más encumbrado. Una vez completada la planilla con el material correspondiente registrado durante dos horas, se podrÃan hacer algunos entrecruzamientos interesantes, que tal vez tengan algún valor para alguien. Por ejemplo, algunos de los habitués de los sábados son profesores universitarios, leen los diarios concienzudamente, aunque "La Capital" (el diario, no la empresa, que, llegado el momento, presta generosamente a este vecino) sea propiedad de uno de ellos, y compran religiosamente la revista semanal "Ñ" de "ClarÃn", aunque confiesen que acumularlas en sus casas se ha transformado en un problema de espacio vital y no puedan o no quieran deshacerse de ellas una vez leÃdas, problema que yo resolvà renunciando a comprarlas y tirando (no sin culpa) los ochenta y seis ejemplares que compré, con sus cajas respectivas, estorbando cada semana un poco más. Se me ocurre que podrÃa ofrecer este trabajo a Alberto, el dueño de este café, pensando que la estadÃstica puede serle útil para una mejor administración del negocio, pero algo me dice que tenga cuidado, porque el hombre es algo quisquilloso y podrÃa responderme tirándome los papeles a la cabeza, no sin hacerlos pedazos antes. Sin embargo, sigo confiando en que las estadÃsticas sirven para algo, aunque fuera para hacer otras estadÃsticas a partir de los errores de las anteriores. En última instancia, me ha servido a mà como pretexto para diseñar una estadÃstica sin saber una palabra al respecto, y, de paso, para completar esta "Contratapa" que, en sus comienzos, como es notorio para los lectores exigentes y benévolos, padeció algunas serias dificultades en su desarrollo.
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