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Jueves, 7 de agosto de 2014
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Uruguay (ex Ayolas)

Por Horacio Vargas
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Lo conocí en los aciagos años de los saqueos en Rosario, en 1989. Era el secretario de Gobierno de Víctor Reviglio. En los pasillos interminables y amplios de la Delegación Rosario de la Casa de Gobierno, cuando la Jefatura de Policía era dueña de ese espacio, de los silencios, las miradas. El se detenía, amable, ante el grupo de periodistas y el sol se filtraba por los inmensos ventanales y detallaba el estado de situación con una precisión de orfebre y actitud zen.

Cuando este año se cumplieron 25 años de los saqueos en Rosario, le imploré que me diera una entrevista. No quiso. Insistí. Su respuesta fue un no terminante. "Tengo que volver a leer los diarios de esa época y no quiero", fue su argumento.

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-A mí me dicen, Nene, como a vos-, se presentó después de que aceptara darme una entrevista sobre un hecho del que también la ciudad estaba conmocionada: el crimen de las abuelas de Fito Páez. Desde su lugar de funcionario tenía una mirada particular sobre el caso pero más allá de la crónica policial, resultó ser un admirador de Fito y Spinetta.

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Lo encontré, mucho tiempo después, sentado alrededor de una mesa del bar de la estación YPF de Funes, un verano, leyendo Rosario/12. Hablamos de política, de su desencanto del peronismo menemista, de música. Hablamos de Funes cuando Funes no era lo que es hoy. Y de su alegría por el libro de poemas que iba a publicar.

-¿Te puedo mandar el libro al diario para que hagan una reseña? preguntó como pidiendo disculpas sobre "Memorias de Funes" (1998), y después hubo más libros, más poemas, que llegaban envueltos en sobres color marrón para mí y para Beatriz Vignoli, la crítica del diario que vio en sus poemas la luz que nadie vio.

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El tiempo pasa y ahora estoy sentado frente a él, en su oficina de la compañía de seguros de San Cristóbal, donde entró como cadete, un pibe de la zona sur, de calle Uruguay (ex Ayolas), hijo de padres peronistas, que terminó ocupando el cargo de asesor jurídico de una de las compañías de seguros más fuertes del país. Y allí están los diarios desparramados sobre su escritorio, está el Rosario y está el Página y ofrece café e invita a almorzar un día de estos.

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¿Qué puedo decir entonces

de un overol inmóvil

sostenido por el hilo invisible

que el óxido lentamente roba?

En el aire de la terraza

de rojas baldosas

que arden todavía

el espesor del agua impide

su movimiento.

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Hola, confirmame si tomamos un café mañana escribo desde mi celular. No puedo, gracias contesta un rato después.

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En su último libro, Lo que sé del fuego, aparece, al final, este poema dedicado a su mujer Alicia Inés:

A pesar de todos los pronósticos

el leño sigue ardiendo

Y acá estamos otra vez

asombrados de esta proximidad

indestructible, separados tan sólo

por la línea de un resplandor

que no se extingue

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Y entonces entro ayer a Facebook, a la tardecita, y Marcelo Scalona escribe en su muro lo que no quería leer de su amigo y de mi amigo: murió Edgardo Zotto, un gran tipo. Vamos a extrañar -muchos﷓ su generosidad, su amabilidad, su escucha atenta.

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