El cabello amarillo brillante caÃa casi deslizándose -liviano y sutil- sobre sus hombros, ondulando en unos bucles imperfectos. La mirada azulceleste, limpia y diáfana, la boca pequeña y la nariz apenas respingada armonizaban con su cabello. La piel adolescente mostraba los efectos del sol y el aire del mar sin dejar de denunciar su blancura.
Cuando Irina sonreÃa, un par de pocitos se formaban en sus mejillas, justo a ambos lados de su boca apenas debajo de la comisura y --como por arte de magia-- desaparecÃan sus pecas. Cuando no sonreÃa, algunas manchitas de suave ocre resaltaban sobre sus pómulos apenas rosados.
Como todos los miembros de su familia --como todos los habitantes de Woldnik-- Irina trabajaba. Y, como todos ellos, trabajaba desde muy temprano (aún en un invierno tan duro como éste) y terminaba pasado el mediodÃa. Los mayores seguÃan hasta la media tarde, pero los adolescentes, volvÃan antes al hogar y ayudaban a los más viejos en las tareas domésticas y en el cuidado de los niños. Asà eran las cosas en Woldnik (el abuelo Misha decÃa simplemente: "Asà son las cosas", universalizando "las cosas" y no dejando lugar a las preguntas o los cuestionamientos).
Irina no aprenderá a leer, ni a bailar. Nunca sabrá por qué los inviernos son tan largos y los veranos --con los paseos por la playa y los juegos en la plaza-- tan cortos. Tendrá hijos y un esposo al que ayudará a acostarse cuando regrese borracho cada noche. Preparará sopa de coles caliente, cordero o pavo relleno; podrá descoser un viejo vestido y reconstruirlo para vestirse ella o sus hijos. Cada vez que venga un sacerdote a Woldnik participará de ritos y celebraciones que no entenderá. Conocerá los pájaros, los vientos -los malos y los buenos vientos-- y conocerá a la muerte, siempre diligente entre los pobres. Irina nunca lo sabrá, pero en su vida habrá poco espacio para desear y gozar, para esperanzas e ilusiones.
El sol, a la hora en que terminaba su trabajo, se esforzaba un poco: derretÃa algo de la nieve de los caminos y aplacaba el rigor del frÃo. Irina regresaba a la vieja casona de piedra --arruinada reliquia de viejas (y ajenas) glorias zaristas-- sin haber podido quitar el frÃo de su cuerpo. Por eso agradecÃa tenerlo a sus espaldas: sentÃa el gratificante calorcito y podÃa ver los charcos y las huellas de los carros en el camino sin encandilarse con su reflejo en la nieve.
Una sombra, su sombra, proyectada en el barroso camino le precedÃa. Una grotesca figura humana se contorneaba, oscilaba, se hundÃa o intentaba una imposible ascensión reptando pegajosa en los accidentes del camino rural. Irina la miraba fascinada. La sombra continuaba su andar atormentado precediendo sus pasos, pegada a sus pies; libre. Se estiraba un poco, se acortaba; sus lados eran simétricos y, al momento, se desfiguraba agitándose sobre algunas matas muertas de frÃo. Caminó más despacio.
La sombra se movÃa ahora con cierta voluptuosidad. No podÃa despegarse del suelo atormentado por las lluvias, la nieve, los carros y los caballos. Pero ya no se arrastraba pegada al suelo, sino que flotaba acariciándolo. Primero sintió una fuerza en los pies, una cierta presión que la sombra ejercÃa sobre sus dedos helados, sobre su empeine apretado por las botas. Las botas respondÃan acariciando los pequeños tobillos. La mirada fija en la sombra y sus piernas atribuladas por una rara comezón.
Minimizó sus pasos. La sombra se escurrÃa debajo de su falda, frotando sus piernas turgentes. Los ojos se cerraron: ya no importaban los charcos ni el barro ni el frÃo. Ya no importaban ni el presente ni el ignorado futuro. Como si hubiese abandonado el tiempo. La blusa se agitó debajo del grueso gabán y sintió en la piel de su vientre el suave halago. El calor que acariciaba la espalda se deslizó --solapado, excitado, febril-- y rodeó su pecho. Sin abrir los ojos, maquinalmente, metió la mano debajo de la blusa y soltó el improvisado corpiño. Sus pequeños pezones se agitaron levemente...
Trastabilló al llegar a un cruce de caminos. La casona se divisaba muy cerca. Apuró sus pasos, siempre precedida por la sombra.
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