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Viernes, 5 de septiembre de 2014
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Un ángel en la ciudad de la furia

Por Adrián Abonizio
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A Soda Stéreo lo conocí en un bar de Buenos Aires, de la calle Paraguay, a metros donde reinaba la multinacional CBS. Mediodía con aroma a churrasco y mozos tangueriles. En un aparte el Gordo Martínez, (a) Horacio, una leyenda urbana a bordo de un Taunus verde rescatando joyas perdidas y perdedores similares a si mismo: entre el hambre y el ganarse la lotería. Entre el talento y la desmesura. Ahí estaba yo con mis 27 años y un disco feo que intentaba grabar en el sótano de la Cia, sin más ayuda que las viandas generosas de comida que el Gordo prodigaba y algún dinero para cigarrillos. El resto, esto es, la producción artistica, el apoyo logístico, brillaba por su ausencia. O mejor dicho, era él el encargado pero confiaba plenamente en nuestras sabidurías y no quería escuchar nada "hasta que terminen el disco", una forma olímpica de lavarse las manos. Pero era querible el Gordo. Había naufragado en la noche con Almendra, con Manal, con Moris y ya era una leyenda subterránea. En su tarjeta se había hecho imprimir pomposamente "Horacio Martínez. Descubridor de talentos". Como decía, me llevó hasta los bordes de esa cueva y encendió un viejo Panasonic a caset. Primero un tema y luego otro. -﷓Vas a escucharlos, Tano, y me das tu opinión. Tengo que decidir cual grupo produzco. Oí pacientemente. Le di mi opinión. -﷓Los primeros suenan, los segundos no. Se ofendió como una damisela

-﷓¡No sabes nada, Tano! Andá, vos y tu poesía rosarina, vos y tu folclore... andá... no sabés nada... A los del segundo los voy a hacer firmar hoy. Yo objeté: -﷓Pero los primeros son los que suenan. Mas cerró el diálogo. -﷓¡Que sabe el chancho de pintura! Andá, andá a seguir grabando y destapá la oreja. Obviamente, produjo e hizo grabar a la segunda banda llamada Abrelatas. La que estaba pimera en el reproductor era Soda Stereo. El Gordo, por sordo y antihéroe se perdió de descubrirlos. Años más tarde, mirándome fijo, faso en la boca en un piringundín de la noche porteña me dio la razón. Pero ya era tarde: lo habían rajado de la Compañía, al Taunus lo había vendido por monedas, tenía la casa embargada y ahora producía Las Primas. Una vez le conté a Cerati la anécdota y se rió mucho. Una sola vez lo vi solo para que se llevara el chiste del destino con él. Luego, sencillamenbte y tras resistirme, al fin Los Soda entraron en mi vida como una bocanada. Cerati, especialmente con Amor Amarillo, me encandiló --¿Como cuenta cosas sin contar nada?, me preguntaba-﷓. Por la sonoridad de lo que dice, me respondía, no tiene importancia la historia. Usa la voz como un instrumento más y las palabras penetran por su sonido no por su sentido. Cuando se convirtiera en el Bello Durmiente volví a oír su banda y recuerdo muy claramente una noche en que volviendo de Córdoba me detuve a un costado del camino con las puertas abiertas, bajo el cielo puro y estrellado a oír "Bajan", una versión preciosa del Flaco Spinetta cantada por Gustavo. Pensé con ternura en el Gordo alucinante, en Luis, y me entró un frío de saber que a veces las cosas, lo invisible, lo etéreo y dual del mundo te toca para siempre, no importa que estés dormido, te hayas ido de viaje a algún ignoto océano o se te haya ocurrido morirte de verdad.

Los cometas mágicos como vos hacen que el Universo de la Náusea, por una milésima de segundo o por los tres minutos que dura la canción que cantan, detenga su gatillo, su horror y su ausencia de belleza. Gracias Gustavo, gracias a todos los angelitos que ayudan a calmar la fieras de esta selva idiota. En la Ciudad de la Furia.

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