"... Lauren Bacall crédito del cine negro" -dijo la voz en la radio del taxi y aún sin saber muy bien de qué hablaba, me acordé de una casa con patio pequeño y de un álbum con fotos viejas.
Durante aquella niñez yo creÃa que Lauren Bacall era una prima o una tÃa de mi madre --que dicho sea de paso, se parecÃa mucho a Bette Davis- tal vez porque le copiara el peinado o los vestidos. Tiempo después, ya librado de mi error, esa mujer de los bucles inconfundibles me demoraba en la trasnoche de la pantalla del Canal Tres, con el osado cigarrillo en los labios y una forma grácil de cruzar los brazos sobre el pecho encorsetado bajo un suéter que --imaginaba-- serÃa de color azul.
Su mirada ("The Look") lánguida y sugestiva comunicaba muchas cosas más interesantes que las que cualquier rubia de la época podÃa comunicar. CorrÃa el año 1944 y Lauren, fresca y desenfadada, iba a hacer pareja en el set y en la vida con Humphrey Bogart a partir del filme "Tener y No tener", bajo la dirección de Howard Hawks, que a instancias de su esposa trajo a esa chica nueva Betty Joan Perske, de soltera Bacall, tal vez para continuar el éxito obtenido con "Casablanca". Nada que ver con la Bergman. Ingrid siempre estaba a un paso del susto y era muy atildada; esta chica tiene otra pasta, otra alegrÃa, hasta cuando está nerviosa.
Recién aparecÃa y ya dejaba una frase para el recuerdo: Si me necesitas, solo tienes que silbar, sabes... y Bogart ya verdaderamente prendado, silbaba bajito mientras sostenÃa la colilla entre los dedos.
Poco a poco el policial americano ganaba la partida en Hollywood, y ahà estaban dos años después, de nuevo juntos en el "Sueño Eterno" cerrando filas con Hawks, sobre una novela de Raymond Chandler. Ella, la niña rica, enfrentaba al viejo detective Marlowe en la encrucijada de todos sus principios.
¿Qué otra cosa se podÃa hacer en un pueblo de provincias? Las tramas de aquellas pelÃculas superaban la capacidad de entendimiento de un chico de diez o doce años. Faltaba algún tiempo todavÃa para que el "Gordo" Soriano nos llevara de la mano de su gusto literario a las novelas de Chandler y Hammet, esta vez como un modo de resistencia, una ética quijotesca y solitaria en plena fiesta noventista. Pero poco importaba si se entendÃa o no se entendÃa. Como dice Elvio Gandolfo en "El Libro de los Géneros": solo un lector empedernido de novelas inglesas podrá recordar las absurdas tramas criminales después de dos meses de haber leÃdo el libro. Solamente habÃa que abrir bien los ojos y los oÃdos, porque la voz de ella era grave, aceitosa, ideal para cantar por lo bajo, una rÃtmica sección que acompaña a una trompeta.
El taxi frenó de golpe tras un colectivo que metÃa la trompa. Decidà suspender el viaje y continuar caminando las cuadras que faltaban para llegar a destino. HacÃa frÃo, asà que entré en el Café Newport. Ahà me enteré desde la tele, el resto que faltaba en la noticia del dÃa:
"... Murió hoy pacÃficamente" -decÃa el conductor. LeÃa unas lÃneas lacónicas del Twitter con el comunicado oficial que insistÃa en la levedad de una muerte para nada desconcertante, tratándose de una mujer de 89 años que se apagaba en el confort de su departamento del exclusivo edificio "Dakota", en el Upper West Side de Manhattan, Nueva York, donde alguna vez tuvo de vecino a John Lennon. A continuación exhiben fotos familiares de la segunda mitad de la década del cincuenta. Ahora aparece con el cabello corto y su hijo en brazos, en Navidad con Bogart, en un barquito, al sol, con Bogart, o de gala en una cena, siempre con Bogart y Frank Sinatra, en los tiempos en que ella y Boogie eran los verdaderos jefes del "Rat Pack".
Sin embargo como "femme fatale" no habÃa con qué darle. La perilla levantada desde la ventanilla de un automóvil lujoso podÃa ser la piedra de toque para el melodrama masculino. Como la letra un tango: "tras ese escaparate de cristal/ dorada de metal y rubia". (Sobre la espuma del café, me sorprendo repasando esos versos de Catulo Castillo.)
Más cercano en el tiempo están "Dogville", alguna aparición en "Los Sopranos" y el Oscar HonorÃfico que la Academia le otorgó en el año 2010. Pero eso no es tan importante. Son recuerdos que pertenecen a la mujer que murió en Nueva York a los 89 años.
Mi arbitraria serie compuesta de álbum-falsa tÃa o prima de mi madre (llamémosla Luisa)-casa-patio-pelÃculas en blanco y negro-cigarrillo-voz-jazz-Soriano-Chandler, me explica a mà mismo. Y no desde una pura nostalgia, sino reivindicando la espera de todo aquello que constituyó algo valioso y que tendrá que venir al presente para continuar alimentando la utopÃa. No se trata de tradiciones ni progresos, es un sedimento de la memoria que denuncia cierta inocencia, cierto lúcido error: el de creer en la artes simples de la seducción, la ética y la inteligencia.
Ya sé que todo esto puede resultar bastante anacrónico. Enhorabuena. Ya nadie silba por la calle, nadie se persigna ni siquiera tras un bostezo como lo hacÃa la tÃa Luisa. Adiós, muñeca, adiós... No importa. Ya lo ha dicho bien Guillermo Cabrera Infante: quien no haya visto las viejas pelÃculas estará condenado a sufrir las "remakes".
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